Editorial

Una vez más con alevosía – Mariel Turrent

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Una vez más con alevosía

Mariel Turrent

 

El Cazador de Tatuajes

Juvenal Acosta

Tusquets

2004, 2017

 195p.

 

Todos los lectores que nos dejamos seducir por las ideas, palabras y experiencias creadas por otra mente nos condenamos. El lector se desdobla y entra en la dimensión de la ficción, poseído hace y deshace, imagina, siente. Sí, siente profundamente. En pocas palabras vive todo lo que el autor ideó con alevosía y luego, como un falsificador, de manera consciente o inconsciente, lo recrea.

Alevosía. Me encanta la palabra alevosía y lo que me recuerda. Así que otra vez, con alevosía, escribo sobre El Cazador de Tatuajes, porque quiero revivir mis pecados y mi condena.

 

            “Pero cubrí su espalda y su pecho, su vientre, sus nalgas y sus muslos con palabras y palabras. La tatué con significados y con deseos.”

 

La narración inicia en una cama de hospital. Julián Cáceres, profesor de literatura (no podría ser de otra manera) se encuentra atrapado en el calabozo de su cuerpo inerte e incomunicado con la realidad. El único recurso que tiene para afirmar su identidad es recordar las marcas indelebles, los tatuajes y las cicatrices que le fueron dejando las lecturas de su semiletrado pasado y cuatro mujeres (símbolos de sus cuatro puntos cardinales, cuatro ciudades, las cuatro estaciones de su vida, los cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra). Como Artemio Cruz, vencido por su cuerpo escucha voces, pero a Cáceres las voces le hablan de sí mismo: un producto de signos creados por Rilke y  Blake que recrea escenas de Greenaway y se descubre enamorado de una mujer, cuya violencia de orden intelectual, ha sido moldeada por Sade, Bataille y Klossowski. Julián es el seductor tercermundista, víctima de su miedo histórico, padeciendo la insoportable levedad de Kundera, recorriendo paisajes de Onetti y Borges y hasta nombrando a sus gatos en honor a López Velarde y Kierkegaard. Dividido entre realidades simultáneas distorsionadas, la poesía y el deseo contaminado, Julián explora temas profundos como la seducción, la identidad y la condición de exiliado tratando de entender su caída en el pozo más obscuro de la casi Isla fracturada de Ferlinhetti, donde asume que será devorado por las fallas geológicas de su propia geografía.

“¿Qué cosa es el cuerpo sino el problemático instrumento de nuestros instintos, nuestras necesidades y nuestros deseos?”

El cazador de Tatuajes es el primer libro de la trilogía, Vidas menores de Juvenal Acosta (México D.F. 1961, Doctor en Letras y profesor de Literatura en California College of the Arts en San Francisco), una metáfora de la lectura. 

La novela consta de 64 capítulos titulados, al igual que en la ópera, con la elocuente frase inicial. Desde su primer capítulo, el narrador en primera persona nos atrapa con una agilidad sorprendente, en las profundidades de su ser. Su lenguaje claro y directo, transita de lo sensual a lo soez mientras recorre con los sentidos la biografía sexual de un hombre cuyo único presente, es su pasado. Buscando la fusión de la prosa y la poesía, Juvenal Acosta utiliza con maestría la escritura del orgasmo, donde va alternando el lenguaje poético con una prosa filosófica que copula para engendrar una historia donde el cuerpo es una metáfora del mundo que decide cruzar la frontera hacia su lado obscuro.

No es casualidad que Julián Cáceres, alter ego de Juvenal Acosta se proponga a escribir un estudio sobre la obra de García Ponce y su empeño se vea constantemente interrumpido por sus conquistas. Con alevosía el autor nos hace cómplices de la umbrosa vorágine de esta obra filosófica y erótica que a las claras se convierte en un homenaje al escritor yucateco de la Generación de la Ruptura.

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