Editorial

SILENCIO Y TIEMPO EN EL POEMA – Crónicas del Olvido

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SILENCIO Y TIEMPO EN EL POEMA

Crónicas del Olvido

Alberto Hernández

 

El hombre podría convertirse en un espíritu hechizado, al modo de cómo Emerson, citado por Borges, prefiguraba el universo de una biblioteca. El silencio de ese recinto nos advierte el camino que habremos de tomar con las palabras a cuestas. O ellas con nosotros en el sonido interior que las silencia.

En ese trajín nos sorprendemos en el tiempo que nos contiene, el que figura en el poema amparado por el instante, que como lo destaca Guillermo Sucre no es más que una metáfora “para encubrir el orgullo de seres en sí mismos privilegiados, los poetas”.

La impresión de Sucre fue trazada como una pregunta, y desde ella misma la revelamos para situarnos al calor de Octavio Paz, quien en una doble perspectiva negaba su relación con el tiempo: “No tengo nada que decirle al tiempo y él tampoco tiene nada que decirme”, texto de “¿Águila o Sol?” que es igualmente advertido por el autor de “La máscara, la transparencia” como una “experiencia enajenante”.

Si el tiempo en el poema es sólo un soplo, signo del desamparo del humano ser, sin embargo es lo eterno en la poesía. Para cada tiempo, la luz que esa voz se merece. La incertidumbre, la pérdida de Dios, el encuentro con esta modernidad que tiene en el yo el extravío, nos remite al verbo, a ese cara a cara con el otro, lugar cuyo tiempo ambula por un exterior sensorial que nos mira desde un espacio invisible convertido en imágenes. Desde el núcleo de esa pérdida Copérnico traduce el dios de la orfandad.

II

La poesía borra –es tachadura de la inmediatez- en el transcurso de su propia inflexión. Hablamos para hacer silencio, o porque estamos solos. Así, ocupamos el mismo silencio. Alguien podría ser nadie, o amuleto de la soledad. El poema –esqueleto de la poesía- se anuncia como ruido, despojo o chatarra. En ese tránsito, en medio del mundanal escándalo del poema, se descubre la gran desolación, la fuerza misteriosa que diferencia una voz de otra, la del poema y la de la poesía. El poema, asiento de una memoria que explica el lenguaje, es balbuceo, idioma retocado, máscara del silencio. Mas, el efecto que deslumbra, la poesía, emerge lentamente para crear otro destino, el silencio que la hace. A la manera del ciego argentino, esa voz, la poesía, es “recordar algo olvidado”, algo sacado del silencio, de las brumas del laberinto, de la sombra que brilla. Por eso miramos, o creemos mirar que lo que es tocado por el humano aliento podría hacerse revelación. Nombro algo y ese algo comienza a ser: soplo de divinidad que resalta al primer parpadeo, a los primeros latidos bajo un cielo lleno de miradas. Qué gran silencio rodeaba el antes del poema: su después en la poesía. El silencio en la poesía es lo que nos deja la imagen prendida de la memoria, lo antes olvidado. Un después permanente.

III

¿Por qué me pregunto por la voz que no he pronunciado? ¿por qué me ufano en saber de dónde viene ese sonido, ese silencio? ¿a quién puedo hablarle si el silencio me hace más de adentro, más del texto que no he creado? Foucault sueña. Podemos, sin ánimo de quebrantar la afirmación, decir que nuestro sino es el extravío provocado por la materia verbal, es decir, el poema. Y en medio de ese túnel pleno de enigmas está el silencio del lenguaje, la pasión de Babel, la confusión. No en vano Canetti fraguó un título para no dejar la vela apagada.

Los poetas son unos abandonados a la suerte del silencio, de la poesía, por eso destacan, entre sedimentos de angustia, la búsqueda permanente de la imagen para encontrar, desde la sombra, la luz que pueda conducirlos a mayor confusión o al espíritu místico del texto, el que contenga la voz consagrada.

Si para Octavio Paz el futuro ha muerto, porque privilegia el instante, un rato más adelante dice, en “Viento Entero”, que “El presente es perpetuo”. La perpetuidad del presente lo hace trascendente, mientras el futuro es sólo un cadáver fresco: la prolongación de una idea ya está muerta en el adelante del tiempo. Es decir, lo que está más lejos de la palabra es sonido. Mientras el poema habla, la poesía guarda silencio. ¿Cómo lograr que poema y poesía compartan la cama? Tienen que copular, viajar juntos en la carne que los preanuncia, no sólo en el tiempo, sino también en el espacio que ocupan. Esta visión nos sirve para determinar que la única vía está en el estallido de las palabras, en el choque para que brillen en imágenes, en asombro. La luz es un instante: la poesía es el presente del futuro: la muerte es sólo un fragmento, una desconexión. Mientras dure, la poesía es lo posible, el silencio de su contenido temporal. El poema perdura en estructura, en cuerpo visible. La poesía es presente, Octavio Pazeterna.

Por esa razón, el poeta –el de la poesía, no el del poema- funda espacios en el que nada es prohibido. Toda palabra dicha para la poesía es un universo de estallidos. ¿Y quién le habla al poeta? ¿Quién se atreve a dejar en silencio un texto que recién hallado permanece abierto a ese mestizaje de significados que nos ronda entre el presente y el futuro? ¿De dónde extrae ese alucinado el mensaje que la tribu ha desechado?

IV

La poesía, impronta del más profundo hallazgo, recurre a la crisis permanente. Sus bordes los detiene el tiempo, un tiempo, el que ha muerto, el futuro. Mientras el presente es la superficie que entra en el silencio para crear la revelación, la poesía.

El lector de poesía sabrá entablar un diálogo entre la angustia de saberse ausente –en el futuro- y el silencio que mana del texto. En medio de esa teatralidad carnavalesca, como dice Bajtin, se ajusta la palabra iniciática y la que culmina en la imagen. Dentro de ella, el mundo agitado, el cosmos en un alarido sordo.

El desplazamiento del poema lo hace cuerpo, producto desmitificable. He allí, entonces, la presencia de un sonido –la poesía-, de una reverencia cósmica, terrenal, misteriosa: hallazgo “de poder devastador”. Entendemos que toda lectura es un desgaste. La pérdida de la memoria –“recordar lo olvidado”- y el conocimiento de la nueva inocencia es la pérdida de la otra mirada, un engañoso encuentro entre el presente y el futuro que se hace materia de asombro, revelación. 

V

Poema cangrejo, el futuro visto en sus tenazas: el tiempo postergado, producto de un orden abstracto que no depara la imposible, lo insólito. Así, digámoslo de nuevo con Sucre, el tiempo es movimiento fijo, mientras la poesía es la pasión de ser fugaz en la permanencia, en esa intensidad discontinua que es el presente, el rostro de quien se ve en el texto. Presente/espejo/poesía, enfrentados al poema, que es opacidad porque es sólo presencia estática, esqueleto, cuerpo visible, despojo, cosa.

Sólo la poesía es utópica, mientras el tiempo es mundo elemental, porque aún siendo eterno se agota en su reiteración o ciclicidad. El silencio –que contiene un tiempo vertiginoso- permanece allí, en el sitio donde el espíritu, la poesía, sigue palpitando.

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