Editorial

La maldición de Caín, el envidioso – Gloria Chávez Vásquez

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La maldición de Caín, el envidioso

Gloria Chávez Vásquez

 

Mucha gente desconoce las hermosas y sabias historias de la Biblia, que no solo orientan sino que dejan en la mente humana una enseñanza de lo que es el bien y cómo se diferencia del mal. Se las pierden ellos, pero ese tipo de ignorancia es lo que ha extraviado el rumbo de nuestra sociedad hacia una vida mejor.

¿A quién se le ocurre por ejemplo que una quijada de un burro pueda ser un arma mortal, sino a un Caín envidioso que quiere sacar de en medio a su hermano, solo para atraerse sobre si la ira de Dios y una vida de eterna llena de culpa?  La lección obvia es que no hay crimen sin castigo, aunque muchos crean lo contrario. Todo crimen o delito procede de una mente vulnerable o desequilibrada en su momento.  En una época de relativismo, los más jóvenes piensan que los absolutos son cosa de viejos o de fanáticos. Y que el mal es más un juego o un tema de película. Sin consecuencias.

Leyendo la columna de Manuel Gomez Sabogal, titulada “¡Miserables!”, y su reacción a las  masacres  de estudiantes en Samaniego y Cali, he querido de inmediato hacerme solidaria y buscar una respuesta para aliviar el dolor, la angustia y sed de justicia de mi amigo y  quizás con ella la mía y la de las personas buenas como él.  Aquellos que quieren vivir en paz, sabiendo que en nuestro mundo eso no es posible, mientras los caínes anden sueltos y a sus anchas y mientras en nuestro país no haya justos que administren y hagan respetar la justicia. 

Por eso me resulta difícil contestar la reflexión airada de Manuel. Por tener que decirle, “lo siento pero es lo que hay”. Sin una moral colectiva que funcione no podemos sino sentir ira, indignación, maldecir a los canallas y seguir adelante resignados cada vez que nos aplastan sus atroces canalladas. Otro mundo sería el de nuestros deseos, donde hay uno o varios justicieros que se encargan de vigilar,  proteger la sociedad y mantener a los criminales a raya. Que mientras no haya remedio para las psicosis y psicopatías y no haya expertos en eliminarlas, de por vida tendremos que vivir con eso.

 Entretanto, por subestimar la disciplina, hemos creado nuestro propio purgatorio al permitir la proliferación de odios y de vicios. Y con ellos han entrado los demonios, porque los envidiosos y viciosos les abrieron el portal por donde entran a causar más daños y  arrastrar hasta el fondo a la humanidad. Los excesos obnubilan el cerebro; la violencia es producto de las mentes violentas y no una provocación de sus víctimas, lo sabemos. Sufrimos impotencia por no poder detener esas olas de locura y porque no hemos construido un dique o un malecón que la contenga. No nos defendemos porque nos parece que es inhumano ajusticiar a los asesinos, mientras ellos asesinan inocentes como si nada. La única solución nos parece desalmada y es esa nuestra desventaja. No colaboramos con las autoridades, sino que más bien las denigramos. Creemos que ellos deben hacer el trabajo por nosotros porque somos sus amos. Y nos ponemos del lado equivocado. De parte de Caín. Ahora hasta lo vemos como a la víctima o como a un héroe.

Los autores de estos crímenes funcionan a diario en nuestras calles, abusando, violando, asesinando e invadiendo la paz de nuestros hogares; actúan como jaurías desaforadas en una orgía de sangre. Matan por matar, motivados por su odio a la sociedad y la envidia a sus víctimas. Una sola mirada mal interpretada o que penetre sus sucias conciencias es la excusa para matar a golpes o apuñalar; una venganza por una afrenta que no existe es suficiente para apretar el gatillo. Los criminales suelen drogarse para sentirse invencibles, y armarse, para disfrazar su cobardía. Nosotros maquillamos la nuestra con quejas, con lamentos y con llantos.

El hecho de no tener orientación o malicia “indígena” como decían antaño los abuelos, lleva a nuestros muchachos a aventurar amistades o relaciones con individuos que los utilizan con sus fines macabros. Algunos lo harán voluntariamente pues en su frente ya llevan la marca de Caín, por la que pagaran un alto precio. Nuestra contribución tradicional a esa violencia es nuestra falta de coraje para reconocer que hay que prevenir la tragedia antes de que corra la sangre. No vienen mal las enseñanzas de moral y ética en la Biblia.

De ahí que las drogas y las estúpidas ideologías hayan cobrado tantas vidas. Los genocidas ya han cobrado su cuota diaria en nuestras comunidades: lo mismo matan a un empleado que se niega a abrir una caja registradora que al obrero que acaba de cobrar su salario. O a una familia entera por un ajuste de cuentas con uno de sus miembros. Igual matan a uno que a todos sus amigos. Les da lo mismo una niña que un muchacho; para ellos no hay distinción porque no hay compasión en sus almas. Son los espíritus condenados.

Esos demonios han azotado a nuestro país desde siempre. Así que debe de haber algo que no estamos haciendo bien: Impedir que reine la Justicia y que cada crimen tenga su castigo.  Esto es, tenemos que quejarnos menos y actuar más. Y de paso, tenemos que dejar de amamantar a Caín.

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