Editorial
Las alas del Ave Azul – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Las alas del Ave Azul
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Una de las principales actividades de cualquier ser humano que se dedique a la literatura, es por principio de cuentas, la escritura. La acción en sí se reduce a la organización de caracteres de manera agrupada en torno a una secuencia de indicaciones normadas que permiten que el mensaje que se busca expresar sea decodificado por aquella persona que lo recibe (sintaxis, ortografía, significado), y a su vez lo traduzca a su propia comprensión del lenguaje y de la realidad en que existe. La segunda actividad principal es la de la codificación, que implica transportar a conceptos genéricos abstractos un pensamiento o idea, de manera que sea reproducible mediante el contexto de otra persona y a pesar de las diferencias sociales que puedan separarlos (educación, cultura, geolocalización, idioma natal, etc.). Finalmente, la tercer gran actividad es la observación, o esa curiosidad por apuntar como un elemento relevante lo que acontece dentro y fuera de su mente. Esta es una postura muy Platónica, donde lo que existe requiere de ser nombrado para existir realmente en esa realidad paralela donde existe el ser humano.
Sin embargo, también tiene un lado complicado, que es aquella parte de la constancia. En occidente, estamos casados fuertemente con la idea de que la redacción no técnica tiene que ver más con el oropel caprichosos de las musas que la labor estructurada del orfebre. Si bien en la técnica yace la maestría, no deja de haber un elemento casuístico en la literatura: la inspiración. En mi caso, esa es la gran excusa para demorar un texto o un libro, que requiere del trabajo del ebanista o del curtidor, midiendo y repasando sobre el aire las formas que se buscan. Caso contrario es la opinión y la crónica, que requieren un talento adicional para capturar la vida y trasportarla casi de manera inmediata a letras para que sea vívida, oportuna, algo que se puede degustar como la fruta de temporada. La literatura es el goce de las frutas secas, que se perfeccionan a perpetuidad hasta que el autor está dispuesto o es obligado a soltarlas, ya sea bien maduras como una delicatessen o como piedras sobreprotegidas.
Es justo por esto, que la invitación que me han extendido desde Opinión de Yucatán, especialmente a través del poeta Gabriel Avilés y don David Heredia, me presenta ese doble reto. Como un escribano de lo eterno, demorar o posponer no tiene mayor costo que la vida misma, pero la columna heráldica del pregonero requiere de esa vitalidad para mantenerse en la corriente y prestar un remo a los curiosos. Considero el reto como parte de las tareas de crecimiento del carácter narrativo, de la pulcritud del mensaje y del contacto con la realidad. De esta manera, uso esta carta como el medio para agradecer el reto que el espacio significa, y como una constante demanda de inspiraciones y talentos, para dar cumplimiento a esas dos grandes sentencias que cualquier aspirante a escritor debería tener siempre en mente: la primera la de Hemingway, que demanda que las musas deben encontrarlo a uno trabajando ante la máquina de escribir (que más allá del artilugio es el escritor en sí), y; la segunda, que esa frase popular del imaginario japones que dicta que es preferible la disciplina al talento, obligando a perfeccionar la labor y evitando la vanagloria de ser algo que no se acaba de cumplir.
Me gustaría aprovechar este espacio para trabajar en la habilidad de la charla, en la emotividad de la significancia de comprender los temas importantes de la sociedad y las artes, y en pulir esa materia que significa una columna de opinión. Después de todo, sólo la disciplina es la que puede dotar de herramientas preciosas al alfarero o al pensador, y transmutarlas en una preciosa gema que se puede encontrar a la mano. Es labor del escritor escribir, y no hay mejor oportunidad que los espacios que se abren para estas actividades. Muchas gracias, por este reto tan interesante.