Editorial
El conde del jazmín: un quijote criollo – Gloria Chávez Vásquez
El conde del jazmín: un quijote criollo
Gloria Chávez Vásquez
Nunca pensé que a partir de aquel día en que le vi por vez primera, vestido con ropa de safari, aquel personaje colorido, exuberante y simpático habitaría en mi imaginación para siempre. Tendría yo unos 4 años, pero ya para entonces El conde del jazmín era el loco favorito de los niños de Armenia.
Julio César Cardona se llamaba en cristiano, pero “por cosas de la metempsicosis” como explicaba en esa su ciencia de los poco cuerdos y de los mentalmente hiperactivos, pasaría a la dimensión folclórica de nuestra región con el poético nombre del barrio vecino al cementerio donde vivía.
Los que no veían mas allá de su locura lo apodaron “Cuajada” por su hábito de tomar leche cortada con zumo de limón, una fórmula exquisita que según él le entonaba el estómago y lo predisponía a mejores pensamientos. Había llegado de Manizales y era un ávido lector. Quizás por eso se codeaba con políticos, comerciantes y borrachitos que aspiraban a un buen debate. Era económicamente independiente, o sea que no vivía del cuento. Rentaba cuartos, vendía sillas de montar y otros productos de peletería y aparte actuaba como tinterillo en una pequeña oficina que anunciaba como “algo de foro”. Sus aventuras y anécdotas en el pueblo que se convirtió en ciudad en apenas medio siglo, dan para una estupenda obra teatral o cinemática tragicomedia.
Años mas tarde, y ya fuera del país, mi búsqueda del ser humano detrás del personaje culminó, cuando después de escribir un artículo sobre la simbólica figura para un periódico newyorkino, me di cuenta de que tenía material suficiente para un libro. Las crónicas, producto de entrevistas con familiares como Amparo Tellez y Luz Dary Galindo y amigos como Alfonso Valencia y Germán Gómez que habían conocido a Cardona y de mis propias memorias, se habían estado cocinando a fuego lento y en el crisol del tiempo.
El manuscrito estuvo listo un año antes del centenario. Se me ocurrió que era digno, justo y equitativo darle su regalo (literario) a la ciudad y de paso un nicho a este “santo” que tantas buenas cosas había inspirado en mí y en otro montón de mis paisanos. La propuesta fue aceptada por el alcalde en esa época (de cuyo nombre no puedo acordarme). A fines de septiembre de 1989 me comuniqué una vez más con la alcaldía, esperando la noticia de que el libro estaría listo para entregarse en la fecha en que según la historia, los fundadores habían reclamado finalmente la jungla a punta de hacha.
“No, como le parece que la plata del presupuesto se nos fue en reinas y en licores,” fueron las glamorosas palabras del hombre del ayuntamiento. Cuando varios periodistas supieron del incidente y comentaron el desplante, al rescate salió la gobernadora, en ese entonces, Belén Sánchez, quien más afín con la cultura dio el visto bueno a la universidad del Quindío para que se publicara una modesta edición.
Años más tarde, una casa editorial en Nueva York se interesó en el manuscrito y produjo una edición revisada y aumentada, la cual sería lanzada en el mes de febrero de 1998. En su prólogo, el entonces presidente de la Academia de la Lengua Española en Nueva York, Odon Betanzos, catalogó a Julio Cesar Cardona, como una especie de “Quijote criollo”. El resto es historia. El Conde del Jazmín vuelve a sus andanzas en el colectivo imaginario, no solo de los cuyabros, sino en el de los que conocen de su existencia a través de la lectura, en otras partes del mundo.