Editorial
Desastre y la hecatombe zombi – Mauricio Ocampo C.
Desastre y la hecatombe zombi
Mauricio Ocampo C.
Desastre sabía que esta lucha no iba a ser como los clásicos encuentros con Yuli Black, La Araña Negra o El Corsario, esta era su última lucha para por fin dejar el encordado y dedicarse a ser el comisionado de lucha libre del pueblo; era su lucha de despedida. En la Arena Revolución las escasas 100 sillas para los asistentes estaban abarrotadas. Desde el baño, Desastre escuchaba los gritos enardecidos de la afición, las caídas en la lona, las mentadas de madre que son esenciales en este deporte espectáculo, pero sus nervios eran superiores. Era la primera vez que estaba en el cartel como estelar teniendo como contrincante al Lunático, así que en una crisis de ansiedad sintió un revoltijo en el estómago que lo llevó al baño. En el trono de la sabiduría generaba una estrategia para poder ganar la contienda: patadas, manotazos y palanca al brazo hasta dejarlo inmóvil del dolor, total, apenas unas semanas antes Lunático se había lastimado en una pelea por el campeonato. Desastre sabía que le habían dado la oportunidad de ser el estelar como un reconocimiento a sus años de entrega mal pagada para entretener a los asistentes asiduos de sadismo y violencia contenida. Era de los más queridos, pues algo que sabía hacer muy bien era interactuar con el público. En cada encuentro castigaba con golpes en el pecho a sus contrincantes e incitaba al público a pedir que nuevamente se repitiera el castigo con su tradicional: – ˂˂ ¿Otra?, ¿otra? ¡A huevo verdad!˃˃
Afuera los gritos subían de tono, así que vio su reloj para confirmar que sólo quedaban 15 minutos para su encuentro. Suspiró sin importar el olor de los gases acumulados en el pequeño espacio, puso los codos sobre sus piernas y miró hacia el piso tratando de calmar su ansiedad. Afuera los gritos no cesaban. De pronto, un estruendo se escuchó en la puerta del baño, lo que lo hizo regresar de su letargo. Por impulso se puso de pie, se subió las mayas, el calzón arriba de ellas y puso alerta sus sentidos. Algo inusual pasaba afuera, él conocía el ambiente, la intensidad de los gritos, conocía al público, pero lo que se escuchaba era inusual. Utilizando la taza de baño como escalón, miró hacia afuera por una ventanita en un costado de la pared del pipi room. No podía creer lo que veía: Los asistentes corrían enardecidos queriendo salir de la arena, algunas personas inclinadas ˂˂cantaban Guadalajara˃˃, muchos con sus rostros pálidos entre morado y verde. Desastre no sabía qué ocurría. De repente se acordó que días antes había terminado de ver en Netflix una serie llamada Nación Z, en la que las personas de una comunidad eran atacadas por un virus que las volvía zombis y tenían que alimentarse de personas vivas. Sí, Nación Z se estaba materializando, así lo había dicho Mizada Mohamed en el programa Hoy: ˂˂El fin del mundo está cerca, el apocalipsis será ahora˃˃. Desastre no tenía dudas, era hora de pasar a la historia como aquel héroe mítico de la lucha libre con máscara plateada, pero ¿cómo le iba a hacer?
Echó otro vistazo por la ventanita que servía de ventilación para confirmar su hipótesis; muchos se retorcían en el piso, otros corrían, otros más peleaban por su vida con sillas, botellas o lo que encontraban, las puertas de la arena no podían abrirse, pues en el afán de querer escapar las empujaron hacia afuera, atorándolas por la falta de grasa y un fierro que servía como tranca. La puerta del pequeño baño no dejaba de ser golpeada con gran fuerza. Tenía que salir lo antes posible y actuar de la manera más rápida. Entreabrió la puertecita del baño para dar un vistazo y analizar la situación. En el pasillo que daba al baño donde él se encontraba sólo vio 3 zombis; uno tirado en el piso en posición fetal vomitando líquidos fétidos y los otros dos queriendo abrir la puerta del baño con sus rostros de angustia y su mirada perdida en la nada. Al querer cerrar la puerta uno de los zombis estiró la mano, lo que imposibilitó que se cerrará por completo, el otro no muerto aprovechó la ocasión y dio un jalón a la puerta con sus dos manos hacia afuera. Desastre no pudo contener más y los no muertos se colaron al pequeño baño. El primero se le fue encima agarrándolo de los hombros para morderle el cuello, así que Desastre le dio una patada en sus huerfanitos doblándolo de dolor, cosa inusual, porque según él creía que los zombis no sentían dolor. El segundo zombi le tiró un cabezazo, mismo que fue esquivado para contenerlo con un gancho al hígado que lo puso de rodillas, tomarlo por el cabello y llevarlo al piso sometiéndolo con una De a caballo hasta que escuchó tronar su columna vertebral. Cuando vio sometidos a los 2 zombis, salió corriendo, pero el 3ero que estaba en el piso le agarró el tobillo tirándole una mordida, que de no haber sido por sus botas negras con franjas rojas, seguro le hubiera arrancado un pedazo de talón. Como pudo, Desastre se zafó y de un pisotón dejó la cabeza del zombi embarrado en el piso con sangre y sesos.
Era necesario pensar rápido, seguro que el virus se propagaría de un momento a otro, así que lo primero que se le ocurrió fue dirigirse al puesto del vendedor de papas y tomar el tanque de gas de 20 kilos como arma. Había visto en una película del enmascarado de plata y del mil rostros, que a las momias de Guanajuato las habían acabado con unas pistolitas de fuego, así que ni tardo ni perezoso, pisando cuerpos agonizantes y uno que otro en estado de transformación, corrió hacia el lugar, tomó el tanque de gas, le quitó el quemador a la manguera, se lo colocó en el hombro derecho, abrió la llave y puso un cerillo encendido. Lo que no sabía era que dicho tanquecito tenía fugas por todos lados, eso generó que la primer llama saliera con potencia y posteriormente la alcanzara el gas acumulado, generando una explosión que lo arrojó dentro del refrigerador destartalado con agua fría y hielo en su interior, y que servía como hielera para las aguas, chelas y refrescos, sin embargo, todo lo demás había sido rebasado por las llamas, quemando a los zombis y acabando con el virus mortal.
Al otro día Desastre despertaría en el hospital rodeado de periodistas y con la visita de la presidenta municipal, quién lo había vuelto ya un héroe. Un video que un aficionado estaba transmitiendo por Facebook, dejó ver la transformación de los asistentes en zombis, y el cómo Desastre había arriesgado su vida por el bien de la humanidad. Había nacido así el sustituto del enmascarado de plata. ˂˂ ¡A huevo verdad!˃˃
Epílogo necesario sacado de un documento encontrado en WikiLeaks:
Las pruebas periciales abrían de arrojar lo siguiente:
Que la supuesta manifestación zombi se debió a que Doña Chona, la encargada de la vendimia, había preparado sus aguas frescas con agua de la llave. Resultaría que en el cárcamo de agua que abastece a la ciudad, alguien había tirado un perro muerto. La causa; rabia. A eso le agregamos que los recipientes en los que preparaba sus aguas no tenían la higiene adecuada, pues el virus de la rabia se fusionó con algunas bacterias que atacaron a los que la consumieron, provocándoles una diarrea de esas que no se quita con nada y pone verde y morado a uno hasta llevarlo al piso, y en la que los retorcijones hacen que quien los padece muerda todo lo que tiene enfrente para saciar las molestias al grado de babear espuma blanca.
La presidenta Municipal no podía admitir que se difundiera la versión de los peritos, pues eso implicaba aceptar su complicidad en asuntos de salud pública al no verificar el agua que se abastecía a la ciudad. Así que lo más adecuado para su figura pública y de su gobierno, era difundir la idea de una invasión zombi y del nuevo héroe nacional: Desastre.