Editorial
La falacia de la literatura incluyente – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
La falacia de la literatura incluyente
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul
No pienso ahondar en este momento en el uso de la e o la x, aunque es un buen ejemplo de como no resolver la desigualdad. Cuando se habla de la literatura incluyente, el discurso se ha centrado (pro y contra) en el género de las palabras como si este fuera un género sexual, cosa que no es ni de lejos. La batalla se ha establecido entre los progres y el resto del mundo, ya que, de alguna manera, alguien los designó como los paladines de todas las buenas causas del haber y del porvenir. Pero es un discurso vacío. La literatura presenta serios problemas mucho antes de ser incluyente por sí misma. Comencemos con la exclusión por el precio. En México un libro cuesta entre medio salario mínimo hasta tres salarios mínimos normalmente. Esto quiere decir que para que un mexicano de los percentiles más bajos pueda comprar un libro, tiene que destinar gran parte de su ingreso para esto, como si la renta, la comida u otras deudas no existieran. En México hay una barrera de exclusión por ingresos que impide que buena parte de la población pueda acceder a la literatura. Además de que si se pondera el tiempo necesario para soportar una familia promedio, el tiempo de lectura disponible es otro lujo ridículamente caro. Pero no se ganan muchos likes por esta vía de denuncia.
Otro problema muy serio es la “dificultad” para acceder a la literatura. Además del ingreso, las librerías en México se concentran en las principales ciudades (donde hoy día, no llegamos ni a las mil), donde la CDMX concentra casi la mitad del total nacional. Para muchos mexicanos, las librerías de usados o los puestos de revistas son el único medio de acceso a libros, ya que las bibliotecas locales son un tema más deprimente para abordar. Entonces, son muy caros y no hay libros. Otro tercer pilar de la discriminación a los lectores son los temas. Vemos a muchos eruditos de redes hablar de los libros imprescindibles en la cultura, los que hay que leer antes de los 30, 40, 50 0 120 años, pero no vemos un análisis de las lecturas por edad, por grupo social, por necesidades de desarrollo. En las editoriales abundan gruesos tomos que se ven mamalones para tener en casa, pero que la mayoría de los lectores sufrirían al acercarse a ellos por falta de cultura de otros países, de léxico, de conceptos filosóficos o universitarios entre otros. Es decir, hay un polo de exclusión desde el clasismo hacia los menos educados; quienes naturalmente optan por mandar al diablo a los “cultistas”.
Pero hay otro elemento de exclusión que los progres ni tocan: los libros no están hechos para ser accesibles. En México, existen 2.4 M de personas con discapacidad visual reconocida, pero hasta 48.5 (INEGI) tienen problemas con la vista. Y si no se puede leer cómodamente, pues no se lee. Simple. El material impreso normalmente no está diseñado para facilitar la lectura de las personas, aunque tienen bondades en su material para una buena parte de la sociedad, relativamente sana. Sin embargo, la oferta de materiales en braille, con soporte para algún grado de discapacidad u otros, es casi inexistente. Además, la mayoría de las librerías no están hechas para que personas con algún tipo de discapacidad pueda moverse entre sus estrechas hileras. Aunque no es un problema de las editoriales en sí, no consideramos a grupos sociales con problemas en el acceso físico a la literatura.
Finalmente, la mayor exclusión abunda en la propia literatura. Se dice que si quieres leer de un tema y no se ha escritor, debes ser tú quien lo escriba. A lo que no le encuentro fallas en la lógica. Sin embargo, viendo estas desigualdades, es sencillo ver que no existe una oferta temática que sea atractiva al común de las personas, que buscan un medio de esparcimiento o de desahogo. Pese a muchos progresos, la literatura que permita ver reflejados a los lectores es escaza, y en muchos casos ofrece experiencias extraordinarias que no necesariamente de comparten con esos sectores de la población que están expuestos a necesidades de entretenimiento más simples o inmediatos, más reconocibles. He allí el dilema de clasismo del mundo de la cultura. Escribimos por el goce estético, no para las personas, y menos para lo vulgar y lo pobre. Hablamos de viajes, de sueños oníricos, donde la opulencia y el exceso nos maravillan. Poco hay para los otros, los menos, a quienes incluso llegamos a mirar con desprecio por ser tan simplones, tan ignorantes, tan jodidos. Resulta ridículo a mi parecer tratar de hablar de una literatura incluyente cuando no hay bases mínimas para que se pueda acceder a ella, y donde tejemos una fina membrana entre nuestros lectores ideales y el odioso pueblo de a pie. No por nada el siglo de oro del cine mexicano es tan profundamente mexicano y tan poco elitista.