Editorial
EL TRIGO FILOSOFAL – Gloria Chávez Vásquez
EL TRIGO FILOSOFAL
Gloria Chávez Vásquez
En busca de la fórmula que le diera un mejor grano, Ramón sembró más de doscientas variedades de trigo de las 30.000 que dizque ya existían. Al hombre no le importaba tanto la clase de trigo, ni si variaba de color, o si era más o menos grande. Lo que Ramón perseguía desde que aprendió el oficio de campesino de su padre y de sus abuelos y de los otros que ejercían la agricultura en la familia era, una mejor clase de pan.
Porque el pan en si no le gustaba. Solía decir: “sabe a estropajo” y su mamá le contestaba, “cómelo con mantequilla”, pero él seguía refunfuñando.
Muchas veces le achacó el sabor a la mujer con la que compartía su vida, pero esta le aseguraba que el debía de tener algún desperfecto en la lengua, en las glándulas papilares que no le dejaban saborear el pan con gusto. Adelaida era una magnifica cocinera pero Ramón pensaba que a lo mejor la receta que usaba no le daba pie con bola cuando horneaba el pan. Eso sí, el olor lo volvía loco y le aguzaba el apetito. Inconcebiblemente.
Ramón recordó que desde chiquito, ese había sido su mayor problema. El olor lo invitaba, lo seducía pero cuando lo iba a comer se llevaba una gran desilusión. Ni caliente, ni frio, ni crudo, ni tostado. Así que se dio a pensar que si no era la cocinera, ni el pan en sí, tenía que ser la variedad. Estaba seguro de que no había nada malo o anormal en su lengua y de ahí en adelante no paró en buscar nuevo grano, y combinarlo para inventar otro. De lo que cosechó toda clase de producto, resultado en las cosechas jamás conocidas hasta ahora en la agricultura regional.
Cuando nació Jesús, su hijo, resultó que el chiquillo era alérgico al pan. Se moría por comerlo y a veces lo hacía pero resultaba con toda clase de ronchas y peladuras y hasta había que hospitalizarlo. Traían loca a la Adelaida, la pobre.
Ramón murió y la viuda para desembarazarse de esta búsqueda del huevo filosofal que su marido había visto en el trigo, depositó en su tumba tres granos combinados del grano, para que el alma de Ramón descansara en paz y para que su espíritu tuviera en que ocuparse y no los fuera a seguir molestando después de muerto.
Meses después, cuando era tiempo de cosecha, unas espigas habían crecido abundantes en el lote o porción de tierra dedicados a Ramón. La viuda desyerbó ayudada por su hijo y para no desperdiciar el trigo, resolvió usarlo para hacer pan. Ese día que comió el pan horneado con las espigas de su padre, el chico no solo disfrutó sin reacción alérgica, sino que horas más tarde era obvio que lo había curado.