Editorial
¿Poesía para la élite? – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
¿Poesía para la élite?
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Cuándo se menciona que la poesía es una de las bellas artes, ¿qué es lo que se supone que debemos entender con eso? De entre la mayoría de los géneros artísticos que se consideran sublimes por la academia, es fácil encontrar dos versiones de cada uno. La primera es estilizada y sigue normas y reglas perfeccionadas, requiere del estudio y del conocimiento sectorial, muchas veces hiper especializado. La otra, es más sensible a lo popular, más cercana las personas que van por la vida tratando de llegar a buen puerto. Si bien la crítica o la academia son delicatessen al respecto, hay opciones populares que combaten y resisten a las elites y sus aposentos privados y lujosos. Lo mismo se puede ver una obra en un palacio que en el mercado, y se puede hacer gala a un concierto entre perfumados mármoles que en el transporte público. Inclusive los histriones y los cómicos tienen repertorios adecuados a su público. Pero la poesía es diferente. No quiero hacer una apología de la banalidad, pero la poesía requiere una serie de características peculiares. Sin embargo, puede que al ser elitista no tenga el mismo significado que el esperado, aclaro.
Para leer poesía se requiere una educación elemental, que depende del tipo de poesía, del autor y sus propias búsquedas personales. Se requiere de un lenguaje propio, de un código, y de un complejo sistema para convertir dichos códigos en el menaje deseado; y a su vez, el lector traduce y transforma ese mensaje con base en sus propios sistemas, valores e ideales. Otro elemento adicional es la contemplación, el bello ejercicio de meditar, que los griegos tan atinadamente llamaban la madre de la creatividad: el ocio. Para escribir poesía se requiere tiempo libre, tiempo para observar el mundo y para detenerle en la mirada, y se requiere un tiempo adicional en su sistematización, su corrección y su compilación dentro de tomo temáticos. Por su parte, el lector requiere de tiempo para leerla, para entenderla, para transportarla a elementos de su realidad bajo los que tienen sentidos esos complicados glifos de metáforas y símbolos; y requiere igual un tiempo para asimilarlo. Es en todo caso, lo menos proletariado que se puede considerar por ese lujo tan alto.
La poesía requiere de la libertad, y eso es lo más cotoso que tiene cualquier persona. Al respecto de la calidad, el debate es colérico y estéril. De nada sirve congregar a una multitud que no va a disfrutar de las complejas formas retóricas y la excepcionalidad del manejo de los acentos, así como una bella ánfora que no puede contener ni siquiera agua. Por eso, Lao Tse daba el valor más útil al objeto no usado, ya que podía ser cualquier cosa menos lo que ya era. Otro ejemplo fue Shakespeare, quien con su ingenio (ignorando la hipótesis del multiverso) cautivaba lo mismo al energúmeno campesino que al elegante sirviente y su amo. Queda la duda entonces de qué es la poesía, ¿un criterio técnico; una forma de orden; un club? Lo cierto es que es imposible saberlo. Al igual que la filosofía y la teología, los papeles son fáciles de llenar, pero no es hasta que un ser sensible los abre que cobran un significado mayor. Y es la poesía lo que llena ese hueco entre lo real y lo religioso, donde lo que llamamos ontológico se confunde con el espíritu del hombre. Se dice que si abres la biblia en tiempos de necesidad, el verso que salga, al azar, dirá las palabras adecuadas para quien busca consuelo (amén de todas las versiones que hay allá afuera para cada iglesia). En el caso del Corán, el último de los milagros es la palabra, y por eso el profeta de mayor rango era un poeta, que obraba la elocuencia y la verdad por deseo divino. Quién y cómo podrá definir o ponerle forma a ese espacio entre las costillas y la carne, donde habita lo que no conocemos de nosotros mismos.
La poesía puede tener una forma culturalmente bella o popularmente pegajosa, y entre ambas hay un mar insalvable de opiniones. Sin embargo, ésta existe en casi cualquier cosa que vemos o con la que tenemos contacto. Ya sea la persona a la que más amamos, un atardecer, el vuelo de los insectos, o lo más extraño y abyecto como la violencia o un perro muerto, lo indefinible o lo divino, lo locuaz y lo inconsistente. La poesía no existe per se en el objeto que la contiene (las palabras, recordando a Paz), sino que necesita materializarse en la mente de quien la contempla. La poesía sólo existe una vez ha sido transmutada en una inteligencia única, que es distinta a la de su vecino, porque su vida y trayectoria han dispuesto de esa voluntad que escapa lo que el aliento intenta reproducir. ¿Puede ser la poesía una de las bellas artes? Quizá sí, en la pureza de su técnica, tan apartada del vulgo. Pero no escapa de la experiencia humana, y la trasciende, y la lleva en su materia inmortal, y yace casi en todo lo que hace. Entonces, no lo sé. Quizá la poesía es todo aquello entre el miedo a lo desconocido y el método científico, que le da sentido al mundo.