Editorial
Después de escribir, qué – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Después de escribir, qué
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul
Uno de los principales retos del escritor es justamente escribir. Puede parecer una bobería, o quizá una obviedad retórica, pero sentarse a escribir requiere de una serie de pasos introductorios. Muchos de los escritores reconocidos tienen biografías tan extensas como sus obras, detallando una serie de rituales bajo los que podían crear su atmósfera creadora. Otros, más ortodoxos, como el maravillosamente violento Hemingway, ponían por delante la tarea de sentarse a trabajar, ya fuera bajo influjos de algún alimento o bebida, muchas veces espirituosos, para que las musas coincidieran su ayuda. Una vez realizado el trabajo, y bajo la sombra del escritor norteamericano citado líneas atrás, viene la tarea de la edición, la revisión escrupulosa de lo que se ha hecho. Esto puede ser inmediato, puede dejar pasar unos días, o hasta años. Algunos autores son tan severos que piensan que la edición no termina nunca, más que con la muerte o la publicación, donde se da el divorcio del escritor con su trabajo; forzado y de mala gana.
La parte de la edición es fundamental. Tiene dos momentos clave. En primer lugar, el que escribe debe tener la conciencia tranquila de que lo que hace tiene un valor propio, muchas veces puesto contra el tamiz de la experiencia propia como lector, y las expectativas que se tienen para con el oficio, también poco amables; como la tradición de Virgilio, Borges y Yourcenar, que se reprocharon la tarea de publicar algo en la vida, o el mismo Cortázar, quien manifestaba que no hay porque apresurarse a publicar si se puede evitar. La segunda parte viene de la edición externa, ya sea por los comentarios de amigos, colegas, o de algún editor profesional, que añaden a lo que se escribe otras lecturas, y bajo cuyo ojo salen revelados errores fatales en los tiempos, en la lógica de los eventos, en la verosimilitud de lo escrito, o cuando menos del buen gusto. Esta es la tarea más dura, ya que normalmente implica un desgaste al ego, y es por demás una acción de confrontación entre la ilusión propia y el resto de la sociedad. No por nada, en la modernidad, donde la verdad ha sido despedazada, la experiencia se tacha como “opinión subjetiva” y se desacredita por simple banalidad. Lamentablemente el tiempo es un juez menos amable.
Escribimos porque queremos trascender, ya sea en lo espiritual, en lo ideológico, por morbo o fascinación de lo que hemos leído, por fama, por dinero, o por simple necesidad existencial. Pero es un hecho que escribimos. Incluso las personas que no desarrollan la actividad a un nivel profesional, alguna vez en la vida buscan en la redacción en confort o la fuerza de sus propios pensamientos, y se entregan a la tarea mística de reconocerse dentro de unas líneas de texto. El escritor se limita a pulir un mensaje con más disciplina que otros, pero eso no le da un aura misteriosa y única. La disciplina vence al talento, en el pensamiento japones, y de esa idea nipona sabemos que quien se dedica a escribir va a terminar perfeccionando su estilo. No hace falta ser una astilla de la selecta clase de los genios para poder generar una obra interesante. El trabajo del escritor es entonces, justamente, escribir. Los temas pueden ser lo de menos, ya que si algo sobra en esta vida son experiencias. Algunos decálogos mencionan justamente que se debe escribir de lo que conocemos, ya que se nota cuando un tema es caótico, ilusorio o adivinado, aunque pasan por obvio que la gran mayoría de historias escritas no han pasado, y no es que vayan a pasar en los próximos años. La idea se entiende, lo sé, sólo es llevar a la costa esa acotación.
Pero una vez que se escribe, que se revisa, que se reescribe, ¿qué? De qué sirve un documento, o si todo va bien, un libro. Cuál es el uso para quien lo genera si no se realiza una transferencia con él (ya sea monetaria, en trueque o por el simple tiempo que alguien pueda dedicarle algunos momentos en su vida a leerlo). La pregunta no es poca cosa. ¿Qué sigue cuando se ha escrito algo? Se trata de crear una obra monumental como Tolkien o de ir a vender armas como Rimbaud; cuándo se sabe que ha sido suficiente como Rulfo, o se ve uno obligado a continuar como Cervantes; dónde termina la búsqueda? ¿Uno escribe para los demás, para la musa, o por la anécdota, por convertirse en una máquina editorial como King o para evitar la locura como Bukowski? Ni siquiera sé si se pueda dar una respuesta al respecto, o si sea completamente personal, o si valga la pena siquiera considerar hacerse la pregunta. Yo en estos momentos escribo para cumplir con una columna semanal, tarea más compleja de lo que parecía al decir que sí al espacio, pero que me obliga a recurrir a la prosa, a la misiva, al diálogo con otros. No es una carga, es un reto, y es un placer. Quizá después de escribir lo que queda, es seguir escribiendo.