Editorial

Memorias de la Cocina – Y Aquí Empieza el Abismo

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Memorias de la Cocina

Roberto Cardozo

Y Aquí Empieza el Abismo

 

Cuando cocino, que durante esta pandemia se ha vuelto una acción cotidiana, suelo recordar las manos de Mamá Luchita, como todos conocían a mi abuela Eumelia en el pueblo. Sobre todo cuando cocino el tradicional frijol con puerco, aunque no sea lunes, porque nunca he sido un yucateco ejemplar, suelo imaginar sus manos espulgando los frijoles sobre la mesa, con la olla sobre sus piernas esperando la ofrenda orgánica de aquellos frijoles que pasaron la parsimonia implacable del filtro de esas manos curtidas por el tiempo.

Revivo esos dedos aplanando y enfilando los granos, también ese dedo acusador que separaba, sobre todo, las piedras que suelen venir escondidas en espera de que algún incauto rompa sus dientes en las comilonas. También me asalta ese recuerdo de Mamá Luchita amarrando la tapa de la vaporera cuando preparaba el dulce de nance, amenazando a todos, sobre todo a los nietos, de que por ningún motivo se debía destapar la olla hasta que ella lo indicara.

Esto, recuerdo, era porque los nances se “chupaban” si se abría la olla mientras el dulce seguía caliente, así que era un paso muy importante. Claro, la mayor motivación para seguir las instrucciones-amenazas era pensar en el dulce sabor que nos esperaba más tarde, quizá al día siguiente.

Parte de lo que nos ata al mundo se basa en los recuerdos y gran parte de los recuerdos están escondidos en las cocinas de las abuelas, esos lugares tan llenos de aromas y colores. Mismos que durante esta pandemia hemos tenido la oportunidad de rescatar y revalorar mientras vamos dejando nuestra propia historia en las generaciones que vienen detrás, haciendo que la memoria colectiva perdure hasta el último día de la humanidad.

Las memorias son energía, son esa vida que vamos, en ocasiones, olvidando y que necesitamos recuperar de cuando en cuando. Son también, el ancla que nos evita a volar tan alto que nos perdamos en el infinito celestial de la mente y sus trampas insalvables.

Regresar a la cocina de Mamá Luchita me posiciona, me vuelve a mi identidad, me indica cuál es el camino a seguir, aunque este regreso sea cerrando los ojos y volviendo pasos internos, porque el lugar físico se fue con ella, porque la cocina era ella y porque se quedó en esos aromas desde el fogón en el suelo, con una olla sobre tres piedras, como solía cocinar.

Regresar para continuar hacia el abismo.

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