Editorial
GOL DE ZURDA Y VALE DOBLE – GUILLERMO ALMADA
GOL DE ZURDA Y VALE DOBLE
GUILLERMO ALMADA
Deborah Mac Flurry, de papá ingeniero y mamá psicóloga, familia acomodada del lugar, perdía las bragas por Roberto Catalino Flores, habilidoso carrilero derecho del equipo de futbol del barrio.
El chico había heredado su segundo nombre del abuelo, quien lo había impulsado a jugar ese deporte desde pequeño, y se había ganado el sobrenombre de Boby por dos lados. Sus amigos se lo decían por el diminutivo británico de Robert, y sus detractores, en un intento de socavar su autoestima, argumentando una evidente falta de técnica en su juego.
Se habían conocido cinco años atrás en un festival de patín organizado por el club. Les había tocado en suerte, a ambos, atender el bufete.
Al principio el impacto había sido terrible. Ella se reía porque el muchacho se comía las “eses”, y arrastraba las palabras. Él, decía de la chica que se creía más de lo que era.
Cualquiera hubiera asegurado que la relación era imposible, sin embargo, de a poquito, día a día, cada vez que se encontraban de casualidad, se quedaban platicando “un ratito”, el paso siguiente fue que él la acompañaba un trecho (cada vez más largo) hasta donde ella fuera. Y así, casi sin darse cuenta, se fueron queriendo cada vez más, sin hacerse reclamos y sin cambiarse nada. Se aceptaron, auténticamente, tal cual son.
Al principio era sólo un rumor, luego se transformó en un comentario, y cuando adquirió el rango jerárquico de confirmación, hicieron su aparición Montescos y Capuletos.
Por un lado, el ingeniero le reclamaba a su hija que, si su objetivo era ingresar a la UNAM, a estudiar sociología, no podía distraerse pensando en novios ni en citas, sino hasta haberse afianzado dentro de la carrera.
Por el otro, era diaria la retahíla del papá de Bobby, de que la vida del deportista es durísima, y requiere una dedicación casi exclusiva, que una novia, un compromiso, al principio de la carrera, era como darle la espalda a la oportunidad.
Preocupados todos por el futuro de sus hijos, no perdían oportunidad de hacer referencia al incipiente romance, de manera despectiva. Tanto de un costado como desde el otro, intentaban poner en evidencia lo conveniente de postergar los afectos para cuando ya se encuentre más establecida la prosperidad. Ambas familias parecían haberse puesto de acuerdo, y ni se conocían. En los dos hogares se oían frases como: “Ya vas a tener tiempo para el amor una vez que te recibas”, o “Cuando tu nombre suene en las radios y salga en los diarios, vas a tener las novias en racimos”.
No cabía ninguna duda de que todos estos concejos estaban fundamentados en el más sincero de los afectos: el amor de padres a hijos. Pero, mientras todos hacían referencias a optimizar las condiciones del futuro, ellos, Deborah y Bobby, solamente pensaban en el inmenso amor que se sentían en el presente, que es en definitiva lo único seguro que se tiene.
Ambas familias comenzaron a efectuar maniobras que dificultaban los encuentros de los amantes, que eran jóvenes, pero no tontos y, sabían que los dictámenes del corazón no resisten el análisis de la razón, así que, sin decir una palabra a nadie, llevaron a cabo un plan descabellado pero infalible.
Es cierto, ella no ingresó nunca a la UNAM, así como él jamás se probó en Venados, pero, adonde se fueron, vivieron felices, lástima que sus familias nunca pudieron compartirlo.