Editorial

Cuatro cosas que deberían enseñarnos en la escuela II – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Cuatro cosas que deberían enseñarnos en la escuela II

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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A la escuela va uno a hacer bastantes cosas, incluyendo aprender a realizar tareas prácticas, como oficios, la formalidad y hasta una carrera, a veces. Acudimos bajo el principio casi celestial de que no se puede ser nadie en la vida si no se tiene un certificado que avale cada paso que damos en el mundo, y que sanitice el espacio que ocupamos respecto a los demás. Lo cierto es que se aprende mucho, desde la forma de elaborar oficios y otros documentos relevantes, hasta cosas técnicas que implican una serie de acciones y de muy importantes disciplinas del conocimiento humano, hasta otras habilidades intuitivas de negociación y de posicionamiento dentro de la sociedad. Aprender es un proceso inevitable y constante, sujeto muchas veces a la variación o reinterpretación de cada uno de nosotros; por eso de la neurolingüística que habla de desprogramar o desaprender, cuando resulta poco cognoscible una afirmación así. Sin embargo, y no haciendo gala de la pedantería, hay materias que deberían ser consideradas más importantes que otras, tan avejentadas y poco claras como el civismo o la ética (del aparato represor en turno, normalmente). Hay un par de cosas que pienso nos ayudarían bastante como sociedad si las formalizáramos un poquito.

La primera de ella, y quizá la más importante, es a pagar impuestos. O mejor dicho, a comprender todo el sistema tributario, sus redondeles caprichosos y las implicaciones sobre la sociedad. No hay mejor manera de comprender el papel de un ciudadano que dentro del esquema fiscal, y puede contribuir a mejorar el comportamiento financiero y moral de los individuos; o por el otro lado, de generar una sociedad más efectiva y menos hipócrita para sus miembros. Aprender de esto es más significativo que la política, moral, civismo u otras materias de semejante talante, y es ocupa una significancia tal como el desarrollo humano o la higiene. Es impensable que en nuestras sociedades modernas, o cuando menos en nuestra república de la improvisación, que dependamos de la casualidad o la necesidad para aprender el modelo fiscal, mientras la ley es tan dura que no perdona su desconocimiento. Muchos de los grandes fraudes y de las mentiras de la política podrían prevenirse, y es quizá ese el motivo de que nunca ha figurado en un plan de estudios que pretenda mejorar el conocimiento social.

Seguido del anterior, y por la misma razón, la inteligencia emocional debería ser otra materia clave, desde la primaria. Gran parte de los traumas psicológicos de los niños, y luego de los adultos, viene de la incapacidad de saber cómo actuar e interactuar con los otros, cómo decantar los sentimientos, y cómo responder a determinadas situaciones. Comenzando por mí, los errores de adolescencia, los malentendidos amorosos, las crisis de identidad o de autoridad, y muchas otras variantes, podrían irse trabajando de manera autónoma si tuviéramos la noción de lo egocéntrico y dañado que es nuestra moralidad normativa, y del papel freudiano de nuestros caprichos en el día a día. Somos una civilización animalística que se basa en el placer inmediato, pero que no reconoce las limitaciones de su inteligencia ante la retribución inmediata de sus instintos. No nos pongamos nietzscheanos, pero es algo para considerar.

Un cuarto elemento de estudio fundamental es la nutrición. No es broma. Quizá la principal causa de nuestras enfermedades, y de mucha infelicidad, tiene que ver con nuestro poco conocimiento del proceso alimenticio. En nuestro país, la educación alimentaria viene de la televisión y de ideas poco saludables sobre la felicidad. Las grandes cadenas comerciales no se ven sujetas a la comprobación de sus nutrientes o ingredientes, por lo que tienen mercados cautivos a los que forman como consumidores fieles, en una especie de religión o relación catastrófica que da buenos dividendos. En el caso de nuestras familias, ver a los niños gordos como sinónimos de felicidad o la flacura extrema como canon de belleza son parte de nuestro conjunto de traumas y enfermedades metabólicas. Más allá de las cuestiones estéticas, que son un tema por sí mismas, está el grave problema de salud pública que implica. Las principales enfermedades mortales, degenerativas y discapacitantes en México, incluyendo el Covid-19, pueden relacionarse directa o indirectamente con la alimentación, especialmente la mala nutrición. Además, podemos darles crédito a los veganos en algunas afirmaciones, ya que los daños ambientales de nuestros modelos de consumo son cada día más claros; aunque claro, su beatica mano no analiza el costo de su modo de vida, pero es un avance importante.

Finalmente, otra materia capital es la oratoria. Saber expresarnos, tener claridad en lo que decimos, y una mínima preocupación por lo que los demás entienden cuando nos expresamos, ayudaría a tener mejores relaciones sociales, y limitaría a los politiqueros de barrio que lanzan arengas con mediana sapiencia. Eso incluye la postura, el dominio de los temas, la congruencia y demás. Sería un mundo bastante interesante escuchar el día a día con tanta claridad, desde la radio hasta los mercaderes del mercado, al menos como un capricho hedónico que nos facilitaría comprendernos entre nosotros.

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