Editorial

ENCUENTRO CON LA FE – GUILLERMO ALMADA

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ENCUENTRO CON LA FE

GUILLERMO ALMADA

 

Todo el trayecto lo hicimos en silencio, al llegar detuvo el carro y me sentenció, vas a conocer a un hombre que te va a sacar de tus convencionalismos, vas a ver, y todo el tiempo del mundo te va a resultar escaso para platicar con él. Eso sí, respeta su palabra al pie de la letra, si él te dice avanza, tú avanzas, y si te dice detente, te detienes. No te creas, por audaz, más inteligente, porque lo que él te diga, se lo dicta su experiencia, y créeme que de eso, a él le sobra, y tú no tienes nada.

Fáthima no tenía ni idea de lo molesto que me resultaba que me explicara las cosas como a un niño, o como a un adolescente, pero, lo dejé pasar porque aún no nos conocíamos lo suficiente. Me mantuve en silencio, mirándola con firmeza, convencido de que se daría cuenta, pero solo conseguí que me dijera ¿Qué? Nada, le respondí, y bajé del auto.

Ella avanzó unos pasos por el costado de la iglesia y levantó los brazos. Era que, de frente, venía caminando un cura, un curita diría yo, por lo pequeño, ya mayor, con una sonrisa que le desbordaba los cachetes. Se abrazaron tiernamente, y Fáthima, pasándole un brazo por el hombro, le dijo, venga padre, que le quiero presentar a alguien. Y el cura, sin cambiar la sonrisa, me estrechó la mano a la par de un Dios te bendiga. Anselmo es mi nombre, hijo, me dijo. Fáthima se excusó diciendo, ustedes conversen tranquilos, yo tengo algunas cosas que hacer, y luego vengo a buscarte ¿De acuerdo?

Ni bien nos quedamos solos, el padre Anselmo y yo, el cura me dijo que entendía que el motivo de mi presencia allí era porque buscaba material para escribir un libro, y a mí me pareció que él creía algo mucho más grande y significativo que el motivo real que me impulsaba a haber viajado a Mérida, y logró hacerme sentir incómodo, pequeño, y hasta leve. Así que le respondí que sí quería escribir un libro, pero que también habían otros propósitos, tal vez menos trascendentes pero, que para mí, contaban igual.

Y con esa clara y enorme bondad que podía estimarse en sus ojos, mirándome me dijo, entonces, dime para qué soy bueno, y volvió a instalar su gigantesca sonrisa.

Me detuve a pensar antes de responderle. No podía comenzar la relación hablándole de la vidente. Mucho menos decirle que vengo siguiendo sus pasos desde Rosario, que la vi solo dos veces, y todo eso, porque, con justa razón va a pensar que soy un acosador, un obsesivo loco y desbordado. Además no sabía yo, como unirlo a él con esta niña, ni por qué Fáthima había considerado que era mejor comenzar hablando con él. Por eso le respondí que deseaba que pudiera escucharme, y si estaba a su alcance, responderme las preguntas que me surgieran.

¡Ajá! Me dijo él. Escuchar es lo de menos, tengo el oído entrenado. He sido confesor desde que me ordené, pero eso de responder es lo que se me dificulta, hijo, porque tengo más preguntas que respuestas ¿Entiendes? Me dijo, esta vez, con una mirada cargada de picardía.

Padre, le dije, usted va a responderme siempre lo que quiera, lo entienda yo, o no lo entienda. Eso me queda claro. Y lo mío no son confesiones, es una investigación. Para escribir, claro, pero una investigación, necesito la verdad.

Su gesto se puso adusto, y la alegría y la bondad se le borraron de inmediato de sus ojos celestes. En un tono seco dijo, con firmeza, entonces no sé si voy a poder serte útil, hijo. Tú recién llegas, y traes, de afuera, dudas y una investigación, pretendiendo que yo te dé respuestas. ¿Y qué garantía tengo yo, de que esas respuestas no me meten en problemas?

Ninguna, padre. Pero todo va a ser mucho más simple y sencillo si estamos del mismo lado. Téngame fe ¿Estamos del mismo lado?

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