Editorial

Fe de ratas – Mariel Turrent

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Fe de ratas

Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones

 

Había una vez una ratita hermosa, con su delantal rosa y un moño del mismo color adornando su cola. Le gustaba vivir en un aseado agujero donde había procurado que todo fuera hermoso. Soñaba con el día en que tendría una familia perfecta, que viviría una vida perfecta en su casita perfecta.

Cuando nacieron sus ratitas, se asustó al ver que entre las cuatro miniaturas había dos casi diminutas, indefensas, temblorosas, de un color gris amarillento, en contraste con las otras dos que empezaban a desperezarse del sueño previo a la vida, moviendo sus patas entumidas y estirándose en un intento por empezar a abrazar su existencia.

Aterrada, miró con desprecio a las dos enfermas. Su corazón quiso desaparecerlas, deseó intensamente que nunca hubieran nacido y manchado su vida impecable.

Llegada la noche, de puntitas entró a la habitación donde dormían sus criaturas, y abrazó a las más pequeñas, en la más profunda obscuridad de su ser, deglutiéndolas en sus entrañas.

Segura de que nadie sabría jamás de aquello, paseaba a la luz del día con sus dos hermosas crías, siempre radiante y bien acicalada. Era un modelo que seguir. Las otras ratitas pasaban a su lado y suspiraban, envidiaban sus zapatitos tan finos, los vestiditos bordados de sus pequeñas tan bien peinadas y educadas.

Pero cuando entraba la noche, aquellas pequeñas recibían la obscuridad aterradas pensando que su hermosa madre no entendería sus diferencias y que, a la menor vacilación, sin previo aviso, serían ellas también devoradas.

El día traía la fe. Esa fe de ratas que crecía con la luz haciéndolas creer en esa historia que se escuchaba a voces de que su madre era una santa, buena, dulce, amorosa, abnegada, y que estaba dispuesta a todo, absolutamente a todo, por procurar su bien.

Esa rata hermosa es mi madre. Yo soy ese hijo imperfecto que he logrado esconder mis defectos para no ser devorado por ella. Mi hermana en cambio, para sobrevivir, ha decidido imitarla, ponerse el delantal rosa, y el moño en la cola; ser perfecta. Hace y repite todo lo que mi madre desea, mientras que yo, para no evidenciarme, he preferido guardar silencio.

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