Editorial
PLANOS – GUILLERMO ALMADA
PLANOS
GUILLERMO ALMADA
El padre Anselmo produjo en mí una sensación poco habitual, la de la saciedad de la duda. Sí, tenía la certeza de que con él se me abriría el acceso a todas las respuestas. Vi sus manos impecables, sus ojos transparentes, su sonrisa permanente y franca, y la humildad de sus palabras, y todo me hizo sentir la seguridad de su compañía. Así que me animé y le conté lo que me había pasado con doña Amalia, la semillera del mercado.
Enseguida se rió y me preguntó cuándo se me había presentado. Porque sostenía que lo que le contaba era imposible, ya que la mujer no estaba entre nosotros desde hacía un año largo. Y agregó que debía haberlo soñado.
Le pedí que me creyera, y que intentara darme las respuestas correctas, por más estrafalarias que estas pudieran parecer, ya que sentía que debía involucrarme con el medio hasta ser parte y entenderlo. Llegar al punto en que nada me resulte sorprendente. Ponerme en paridad, porque desde que llegué, cada vez que contacto con alguna persona, siento que corro en desventaja. Todos sabían de mí y de mis actividades, y yo no conocía a ninguno.
Me miró de arriba abajo con circunspección, estaba cruzado de brazos, hizo tamborilear los dedos de su mano derecha, cerró los ojos, y tras una inspiración profunda, me dijo que yo veía las cosas en un solo plano, y que temía que no pudiera comprender todo lo que estaba por suceder.
Eso me asustó. Me sonó a un presagio agorero, y no supe qué contestar, atiné al silencio como respuesta habilitante para que se explayara en sus sentencias oraculares, pero solamente me dijo que no podía acelerar los procesos, que era necesario y beneficioso esperar hasta que yo pudiera contactar con la realidad en todas sus dimensiones.
Le dije que esperaba que eso sucediera pronto, porque no iba a quedarme en Mérida toda mi vida, e hizo un gesto apenas insinuando una leve sonrisa, para decir, después, que me quedaría solo lo necesario. Pero el problema era que no sabíamos cuánto tiempo duraría mi vida.
A partir de ahí no estaba seguro de querer seguir platicando con el cura. Se tiene que haber dado cuenta porque cambió el gesto, y me hizo una reflexión ¿Así que tú crees que has venido siguiendo los pasos de la vidente?
Le respondí que no lo creía, que fue lo que hice. Se rascó la cabeza para decirme que si me encerraba en una sola idea, me equivocaba muchísimo, y me hizo la siguiente pregunta ¿Por qué no piensas que, tal vez, ella te guió, te orientó, hasta aquí, y que ese era el propósito? Y clavó sus ojos en mis pupilas esperando mi respuesta o mi reacción.
Estaba, no navegando, sino nadando, en un mar de dudas, y no veía la manera de salir pronto de él. El padre Anselmo acababa de girar ciento ochenta grados el tablero, me había puesto a jugar con negras, y había pasado a perder la partida, todo en ese acto.
Es difícil estar seguro de las cosas, me explicaba, porque todo puede ser. Por ejemplo, según en qué hemisferio te encuentres, es muy posible que florezca un cerezo en abril. Claro, en el plano de las posibilidades, que es, justamente, el plano de lo que no es. Ahora, cuando lo pasamos del plano de las posibilidades al plano de lo concreto, deja de ser una posibilidad, porque ahora es. Y si existiera la posibilidad de trasladarse a voluntad entre uno y otro plano ¿sería o no sería? ¿es o no es?
En ese mismo momento, Fáthima, que acababa de llegar me llamaba desde el auto. Piénsalo, me dijo el padre Anselmo, estrechándome en un abrazo.