Editorial

Vivir de los muertos – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Vivir de los muertos

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Con las complicaciones del año del Covid-19, dos cosas nos quedan muy en claro. La muerte siempre ha estado allí en los sectores más vulnerables, como una rata o una chinche hambrienta. Y en segundo lugar, que todo es capitalizable, incluyendo la muerte. Me explico. Así como en distintas familias, grupos u oficios, que hemos visto acelerar procesos de enfermedades y desgastes de humores, en la literatura tampoco somos ajenos a las recientes pérdidas de vidas humanas. Muchos conocidos, figuras de interés, autores, poetas, escritoras, artistas en general, y miembros de la comunidad han fallecido, lamentablemente. A la mayoría de ellos se les recuerda con cariño y solemnidad, aunque hay algunos que no nos quitaron el sueño, aunque se lea feo. La muerte ha hecho su reino, y vivimos las consecuencias de años de mala educación nutricional, de falta de higiene y de control social sobre ese largo suicidio de la poca planificación de la salud pública. Ya se ha dicho mucho al respecto, pienso.

Pero como diría el refrán estadounidense, hay que ver lo que arrastró el gato. Aunque muchas de esas partidas han dejado genuinas penas en amigos y familiares, incluso en círculos de lecturas y auténticos seguidores de esas plumas, otras más parecieran más interesadas en captar la lágrima con el reflector correcto. La fatiga de la muerte ya no es sólo un espacio de los deudos y de los filósofos para reflexionar en torno a la pérdida, sino que en algunos contados casos, espero, se ha convertido en una genuina oportunidad del ego. He visto no sólo fotografías de las personas que parten, acompañadas de palabras sobre la marcha, sino de recortes donde aparecen otras personas, centradas, bien retocadas, en una especia de turismo mortuorio, donde lo que importa es dar a conocer que se conocía a tal persona, que se estuvo en tal sitio. No me opongo a ese tipo de memorias, solamente admirables, pero me hacer un poco de ruido pensar en el motivo por el que un fallecimiento daría pie a ese espectáculo del yo primero y el difunto de retablo. Quizá no hay malas intenciones, quizá es parte del proceso de superación del duelo, quizá, quizá, quizá…

El detalle estriba en la terrible posibilidad del más reducido grupo, espero, donde la memoria es un negocio. Parece macabro y poco natural, pero hay personas que dan la impresión de vivir de la muerte de los demás, literalmente. O mejor dicho, de su memoria, para que no suene tan pecaminoso; guiño, guiño. Hay grupos, políticos principalmente, que con la idea de la memoria de Fulanito Hernández, hacen toda una campaña de vida, que se la pasan charoleando el nombre y la fotografía de sus fallecidos como las charolas en las iglesias, explotando esa sensación de hueco que nos deja la derrota ante la cruel muerte. El tema es delicado, y la cortina muy delgada. Si bien muchas personas viven de las regalías de sus familiares o amigos, otros más se dedican a libar de la carroza fúnebre como si esas personas fueran una marca, objetos que son más rentables en la muerte que en la vida, arrancando cualquier vestigio de respeto por la ganancia de espacios, de reconocimientos o de pesos, viles, sonantes y pesados pesos. La mancha llega incluso a las instituciones, que en vida poco apoyo dieron a los creadores, pero que en muerte se cuelgan todas las estampitas habidas en este álbum Panini de la gestoría cultural.

Tampoco es de espantarse, pero deja bastante a pensar esa forma tan curiosa de capitalizar la última exhalación de una persona. Claro, mucha gente busca divulgar y mantener la memoria de esos fundamentales que dieron espacio a tantas cosas positivas dentro de la sociedad, y no debemos meterlos a todos en el mismo saco. Y por fortuna es muy sencillo distinguirlos entre la marcha fúnebre de la masa o de los metiches. No obstante, a veces da cierta sanidad mental suponer que incluso algo como la partida de una persona puede seguir generando sus réditos, en especial cuando somos tan poco cuidadosos en las formas y en los mensajes, llegando al extremo de salir en videos en redes sociales al lado del ataúd, para nada metafóricamente, para llamar la atención a nosotros mismos. Curioso extremo de quienes menos han dado en ayudar a algunos de esos creadores en sus momentos de mayor necesidad, pero tan prestos a publicar mus mejores recuerdos en vida con el finado. Quizá son divagaciones de un viejo precipitado, pero a veces me pregunto si realmente el canibalismo es un tabú en la sociedad, o lo estamos disfrazando de un rentismo oportunista frente a las benditas redes sociales.

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