Editorial

Vacunar a los niños y adolescentes

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Por: María Rivera

Al presidente López Obrador le urge abrir las escuelas “regresar a la normalidad en lo educativo”, dijo ayer, cuando conminó a maestros y a padres de familia a que asistan a los centros escolares que irán abriendo paulatinamente estas semanas, casi al cierre del ciclo escolar, hay que decirlo, al tiempo que asentó que era una prioridad para su gobierno retomar las clases presenciales. No me extraña, la verdad. Al presidente le urgía, ya desde antes de que la epidemia llegara a México, que terminara. Por eso la subestimó, minimizó e ignoró las múltiples señales de la catástrofe que se aproximaba, desde el primer día. Debido a su renuencia a lidiar con hechos, de cualquier signo, que encuentre como políticamente inconvenientes, su gobierno diseñó la peor estrategia posible para enfrentarla. La estela de muerte que sus decisiones ha dejado en México es de casi medio millón de vidas perdidas. El costo económico y vital que hemos pagado por su obstinación y su ceguera es, no sobra decirlo, inhumano y criminal. Si no hubiese sido por el desarrollo de las vacunas, nuestro futuro sería completamente desesperanzador.

Afortunadamente no fue así y la comunidad científica internacional pudo desarrollar las vacunas en un tiempo récord, mientras que el gobierno se encargó de que los mexicanos tuvieran acceso a ellas. No de forma rápida y universal, como lo presumen y lo han hecho algunos otros países, pero han logrado, al menos, ir vacunando a una buena parte de los adultos mayores y parte del personal médico, junto con maestros. Obviamente, pudo haber sido mejor planeada y, sobre todo, más justa con el sector médico privado, igualmente expuesto al contagio. Injustas limitaciones sin razón se impusieron a quienes debieron ser vacunados sin restricciones. Medidas incomprensibles, la verdad.

La campaña, junto con la disminución sostenida de contagios y muertes en el país, son buenas noticias para todos, querido lector. Es innegable que la esperanza de recuperar nuestras vidas está en el ánimo de todos.

Sin embargo, estas dos buenas noticias, pueden convertirse en retrocesos muy rápidamente si el presidente vuelve a mentir y omite datos, toma decisiones irresponsables para generar una falsa percepción de éxito, como está haciendo ahora con la reapertura del sector escolar. En principio, habría que decirle que en nuestro contexto actual, es imposible volver a la normalidad pre-pandemia: los estudiantes deberán guardar sana distancia, usar cubrebocas y caretas, el cupo de los salones debe ser cambiado, etc… Obviamente, a todos nos gustaría que los niños y los adolescentes pudieran retomar su educación de manera presencial y segura. Esto no luce factible, sin embargo, por varias razones, entre ellas que aún falta una gran parte de la población en ser vacunada, empezando por la población escolar, es decir, los niños. Esta obviedad parece ser invisible para la mayoría de las personas, asombrosamente.

Y es que si al principio de la epidemia se creía que los niños y adolescentes gozaban de cierta inmunidad, a estas alturas es ya un hecho internacionalmente refutado. Los niños y los adolescentes son igualmente susceptibles de contagiarse y contagiar a otros, enfermar gravemente y presentar secuelas incapacitantes. Asimismo, las escuelas han demostrado ser focos de contagio en otros países por lo que han tenido que cerrarlas tras reaperturas aceleradas. Ahora mismo Singapur ha anunciado el cierre de sus centros escolares debido a un alza en los contagios.

Los niños y adolescentes que carecen de defensas inmunológicas serán, no se necesita ser un mago para saberlo, la nueva población vulnerable. En México, además, no se ha contemplado la ventilación como medida esencial de protección para la reapertura de escuelas, se priorizó “la higiene” como si el gobierno no se hubiera enterado qué son los aerosoles. Tampoco se planeó una política de pruebas preventiva en centros escolares, como si lo han hecho en otros países. Las medidas que han implementado como limpieza de los salones, filtros y responsivas de padres serán completamente inútiles. Lo sabemos ya, pero no está de más recordarlo aquí: la infección por coronavirus puede dar una enfermedad asintomática (y entre los niños es más frecuente) que cursa con un largo periodo de incubación en el que las personas contagian, si saberlo. Ningún filtro que mida síntomas sirve, por ello. Las pruebas son un instrumento básico para prevenir focos de contagio, y sin ellas, estos se encontrarán cuando muchos se hayan ya contagiado. Tampoco la sana distancia de metro y medio en un salón mal ventilado servirá de nada, porque la ruta principal de contagio del virus es aérea, esto es, su transmisión es por aerosoles, es decir, está en el aire respirado por otras personas que se extiende muchos metros más. Súmele cinco horas en el salón, con cubrebocas de tela y las probabilidades de contagiarse son casi totales. Terrible, además, si se les ocurre a las autoridades, como han anunciado, que los niños no tendrán recreo y deberán comer el lunch encerrados ¡en los salones! para lo cual tienen que retirarse el cubrebocas…

Habrá quien ante esta realidad responda que la covid-19 es benigna en niños y adolescentes, similar a un resfriado transitorio, y no esté enterado que aun padeciendo una infección asintomática, los niños pueden padecer secuelas persistentes y graves que aparecen semanas después de la infección, como apendicitis, o encefalitis y variados tipos de desórdenes que incluso requieren hospitalización, algunos de ellos neurológicos y muy serios. La comunidad médica internacional empieza ya a reconocer el grave deterioro de la salud de miles de niños que cursaron con infecciones leves o asintomáticas. Para colmo, las nuevas variantes, que ya están en nuestro país, están resultando ser más contagiosas y más severas con la población infantil y los adolescentes.

Resulta obvio, casi de sentido común, que ante los graves riesgos que implica el coronavirus para la salud y la vida de los niños, junto con la incapacidad de implementar medidas de protección necesarias, la solución no sea exponerlos al contagio, semanas antes de terminar el ciclo escolar, sino tener un poco más de paciencia y esperar a que exista una vacuna para ellos, aunque sea poco lucrativo para el gobierno.

Hay, sin embargo, algo muy productivo y realmente benéfico para los niños y adolescentes mexicanos que el gobierno de López Obrador sí podría hacer en las próximas semanas y que debiera ser prioritario, si quiere reabrir las escuelas de manera segura desde el nivel de secundaria. Hace unas semanas la vacuna de Pfizer fue aprobada en Estados Unidos para niños mayores de 12 años (antes la edad mínima era de 18 años), lo que significa una gran oportunidad de proteger a una buena parte de los niños y adolescentes, que podrían reincorporarse a las clases presenciales el próximo ciclo escolar, sin exponer su salud ni la de los demás. Planear el reingreso por niveles educativos, escalonadamente, conforme la aplicación de las vacunas sería lo más sensato. Solo hace falta que el presidente escuche, tenga la sensibilidad y voluntad política de corregir, para incluirlos en el plan de vacunación, tal como se hizo con las mujeres embarazadas. Debería hacerlo, además, porque la mayoría de las familias de este país carecen de los medios para llevar a sus hijos a vacunar a Estados Unidos, protegerlos de la enfermedad, lo que solo una minoría podrá hacer, creando una situación dramáticamente injusta y cruel. Ojalá alguien le explique con claridad las consecuencias de no hacerlo y le recuerde su lema de campaña “primero los pobres”. Ojalá esta vez sí se acuerde, por el bien de los niños y los adolescentes, por el bien de todos.

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