Editorial

LOS HOMBRES PÁJAROS – GUILLERMO ALMADA

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LOS HOMBRES PÁJAROS

GUILLERMO ALMADA

 

Llegamos a la casa de Manuel en un santiamén, estaba cerca. En Mérida todo parece estar cerca, pero yo no sé guiarme entre calles cuyos nombres son números, y temo que terminaría en cualquier otro lado, diferente al que pretenda ir. Por eso, para mí, era una bendición la presencia de Fáthima. Ella fue mejor que un GPS. Además, me gustaba su auto. Y también me gustaba su compañía.

Ni bien frenamos en el frente de la casa, se abrió la puerta y salió la figura de un hombre delgado que achinó sus ojos. Supongo que sería su gesto para agudizar la mirada. Hasta que le dije que estaba cumpliendo la promesa de visitarlo para platicar y tomarnos unos vinos. Ahí cayó en la cuenta de quién era yo, pero no dejaba de mirarla a Fáthima, hasta que no pudo más y largó la frase que se le atragantaba desde el principio, “pensé que vendrías solo”. Sin duda quería saber quién era mi acompañante, y era entendible, Fáthima no pasaba inadvertida en ningún lugar.

 Los presenté y pasamos. Nos preparó un té con frutas. Cabe aclarar que su antepasado fue Manhu-El-Sariv, de quien su madre tomó y españolizó el nombre para llamarlo Manuel Sariv. Si, sus antepasados eran gitanos persas, del S.XV, aproximadamente, y mi amigo conservaba costumbres intactas que amaba, respetaba, y continuaba, de sus ancestros. Incluso hasta decía algunas palabras en caló.

 Después de preguntarnos nuestras cosas, me animé a contarle el episodio del libro. Pensó unos segundos y nos dijo, que no era extraño que a un escritor se le obsequiara un libro original, exótico. Fáthima intervino diciendo “esto es más que eso”, a lo que Manuel reaccionó con una mirada rápida, y dijo no entender. Está escrito en una lengua más antigua que la maya y la náhuatl, y contiene figuras ornito-antropomorfas, aclaró Fáthima, y se miraron a los ojos, como quien espera que alguien cuente un secreto que ya todos saben. El problema era que yo no lo sabía.

 Es La Guía Para el Observador de Pájaros -determinó Manuel, sorbiendo el último trago de su té – ¿Quién pudo haberte enviado algo así? Es un libro que los primeros conquistadores se llevaron de acá, junto a un embarque de oro y joyas. El bergantín con el tesoro se llamaba Zodíaco, y naufragó en el atlántico, pero, se cuenta que el fraile portador del volumen llegó, en un bote, remando solo, a las costas ibéricas, con el libro, que luego se perdió. Calculan que se lo robaron creyendo que era otra cosa. Otros afirman que enloqueció y lo vendió. Pero, en definitiva, era un libro considerado sagrado, de una raza ancestral, en donde era natural la condición, de algunos integrantes de la tribu, para poder volar, esas personas eran consideradas mágicas, o sagradas, por el resto de la comunidad. Ese libro enseñaba a reconocerlas. Porque a partir de la conquista fueron perseguidas, cazadas, enjauladas, casi exterminadas.

 No salía de mi asombro. Los miraba a ambos, incrédulo, absorto, desorientado. Por momentos pensaba que me estaban tomando el pelo. Comencé a negar con la cabeza. Fáthima me tomó la mano y me dijo ¿Has oído la frase “algún día regalarás plumas a quienes dudaban de tus alas”? ¿De dónde te crees que viene? Agregó Manuel, tras cartón.

 Mi amigo se rascó la cabeza, en signo de duda enorme, gigantesca, y soltó la misma frase de Fáthima: Es necesario saber quién te envió esto, y con qué razón, para que podamos comprender cuál es el mensaje encriptado en esa acción. A partir de ahí, podremos organizarnos para el resto.

 Fáthima no se aguantó, y lo dijo, “él sabe quién fue, estamos esperando una comunicación para confirmarlo”.

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