Editorial

LA QUINTA ALMA – GUILLERMO ALMADA

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LA QUINTA ALMA

GUILLERMO ALMADA

 

Siempre me jacté de saber rodearme de muy buenas personas, y nunca estuve equivocado, si bien, debo reconocer que no son muy convencionales. Comenzando por Balt-Hazar, un árabe nómade que vive de ser calígrafo, la señora Carlota, retirada ahora, pero trabajó toda su vida de mujer barbuda. Lina, ex novia desilusionada, de un lanzador de cuchillos, dedicada hoy al amor comedido, ella ama adonde nadie, jamás, lo hace. Nakamatsu, un japonés que apenas habla, dueño de un bar, que se atribuye hacer el mejor descortezado de jamón y queso de Rosario. Y Norita, que es la más normalita, astrónoma por placer, analítica, práctica, resolutiva, fumadora compulsiva, pero jamás había conocido a una persona con semejante corazón. Toda esta gente hermosa era mi grupo de amigos en mi ciudad. Ahora, que estaba en Mérida, no estaba escapando de estos patrones. Diego, Fáthima, el padre Anselmo, todos forman parte de un tejido poco convencional en las vivencias de las personas. Tal vez sea verdad que estoy elegido para vivir situaciones que no son comunes al resto de los humanos, pero, toda esa gente que acabo de nombrar, han sido en mi vida, el más grande y maravilloso respaldo que puedan imaginar.

Esa mañana deseaba que Fáthima llegara para contarle lo del talismán, además echaba de menos su plática, su manera de mirar, y de hacerme ver la vida, y sus grandes ojos café. Me asomé a la puerta de calle y vi el auto de Diego parado frente a la casa. Había venido a buscarme porque Fáthima estaba ocupada esa mañana. Quería presentarme a alguien, me dijo, y salimos raudamente.

Paramos en un lugar hermoso que, después supe que era el Monumento a la Patria. Ven conmigo, me dijo Diego, y me presentó a una muchacha bellísima de piel oliva y ojos verdes rasgados, aunque ya en su manera de vestir podía adivinarse su origen gitano. Ella es Letizia, lee la suerte, tira las cartas. Quise hacerme el gracioso con una broma, y le dije, bueno, ya sé que no voy a escribirle nunca. Pero ninguno entendió y quedé como un tonto.

Letizia me tomó la mano y me clavó la mirada, envolvió mi mano con las suyas sin quitarme los ojos de encima, y después de unos segundos hizo un gesto de asentimiento mirándolo a Diego, y dijo, es él, y me soltó.

Mi acompañante, disimuladamente, se volvió al auto, y yo me quedé con Letizia que me tomó del brazo y me impulsó a que camináramos juntos. En ese paseo me contó que estoy predestinado, y que desde hace siglos nos venimos trasladando de vida en vida en planos paralelos. Que lo que para los demás es una muerte, en realidad no es más que el salto a otro plano, en donde nos materializamos con otra vida, y que siempre es de manera inconsciente, por lo cual no nos damos por enterados. Pero existe la posibilidad de poder hacerlo conscientemente y dominar esos saltos.

Esto es un atributo que poseían solamente las cinco almas originales, Fáthima, Diego, el padre Anselmo, Letizia, y yo. Y que no debía resistirme a aprender el método, porque de eso dependían muchas misiones, como la de rescatar a la madre de Fáthima, recuperar el verdadero Libro de los Observadores de Pájaros, devolverles, a los hombres pájaros, la posibilidad de habitar sin ser perseguidos ¿Te pasa algo? Me preguntó –estás pálido –alcancé a escuchar antes de pedirle que me fueran definitivamente claros y sinceros. No voy a enojarme si esto es una broma, le dije. Diego se acercó a pedirme que bajara la voz, y le grité que no podía, que estaba exaltado, entonces Letizia me arrojó agua en la cara, y le ordenó a Diego que me llevara hasta que estuviera calmado.

No sabía qué hacer, pero sí sabía que necesitaba hablar con Fáthima, ella era como un prisma para mí, y, a su través las cosas tenían otra forma y color. –

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