Editorial

EL ESCENARIO – Entre la memoria y la imaginación

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EL ESCENARIO

Diego Covarrubias 

Entre la memoria y la imaginación

 

El escenario tiene forma de media luna y está iluminado por unos reflectores cenitales que emiten una luz blanquecina y vibratoria. En el backstage, hay un espacio casi infinito en el que están los camerinos de las diferentes compañías de actores, todos con puertas blancas y un pequeño letrero para poner el nombre, descripción y elenco de la escena que les toca montar ese día. Enfrente del escenario, un auditorio lo suficientemente grande para acomodar a los familiares, a los amigos del sujeto, y al público en general, que paga un boleto para poder husmear en vidas ajenas. De momento, el escenario no tiene escenografía; es un espacio con el piso blanco y sin mobiliario ni paredes, un espacio que se irá decorando según las necesidades de cada una de las escenas.

El maestro de ceremonias aparece en el escenario luciendo un impecable smoking negro, calcetines blancos y zapatos de charol. Se coloca detrás del atril y, dándole unos ligeros golpecitos al capuchón del micrófono, exige la atención del público, de los actores y del equipo de producción que incluye escenógrafos, tramoyistas, iluminadores, guionistas, etc. Se aclara la garganta y anuncia que el sujeto acaba de despertarse y que la función del 14 de julio de 2021 está por comenzar. Primera llamada.

El maestro de ceremonias da las instrucciones para garantizar la continuidad de la historia. Hace un pequeño resumen de lo sucedido el día anterior, del estado de ánimo del sujeto y de los objetivos que se tienen que cumplir antes de que el día termine. A medida que va hablando, la gente de producción coloca los letreros en las puertas de los camerinos con la descripción de las posibles escenas que se irán montando durante el día y el elenco de cada una de ellas. Segunda llamada.

El maestro de ceremonias desea suerte a todos los actores, les recuerda el compromiso que tienen para garantizar la salud mental y física del sujeto, les pide disciplina para apegarse estrictamente a lo que dice el libreto y, al final de su breve arenga, les concede cinco minutos adicionales para ir al baño o para terminar de maquillarse y hacer las últimas adecuaciones al vestuario. Tercera llamada; se levanta el telón y comienza la obra.

El maestro de ceremonias anuncia que el sujeto acaba de despertarse y que percibe que está decaído, flojito de ánimo, incluso menciona la posibilidad una ligera depresión. Les recuerda a todos que el sujeto lleva varios días así, por lo que reitera la petición de que cada uno de los involucrados en la obra asuma su responsabilidad y dé lo mejor de sí mismo. Anuncia que, en línea con el libreto, el sujeto va a meditar aproximadamente una hora, por lo que tienen tiempo para repasar los diálogos y hacer los últimos preparativos. Sin embargo, a los quince minutos regresa al escenario y da a conocer que, por algún motivo, el sujeto ha detenido la meditación. Pide que todos estén alertas.

El maestro de ceremonias luce preocupado, pero sigue leyendo el libreto y da a conocer la primera decisión del día: salir a correr o no salir a correr. Pide la presencia en el escenario de la compañía de actores que se encargan de montar la escena “Salir a correr”. La actuación de los actores es convincente; enfatizan la salud y el bienestar físico, un actor, en su papel de doctor, revisa unos análisis y declara que, gracias a su compromiso con el ejercicio, el sujeto goza de cabal salud. El equipo de producción agrega pájaros en el cielo para acompañar la carrera y un par de jovencitas corriendo en la misma ruta y mostrando, sin pudor, unas piernas elásticas y bien torneadas. Los actores salen del escenario entre nutridos aplausos de la concurrencia. Salen al escenario los actores de la escena “No salir a correr”. El guion es bueno: uno de ellos se mete a una cama y se tapa con un cobertor de pluma de ganso que se ve comodísimo, en el buró hay una tasa de café humeante que despide un aroma delicioso, y al lado, el libro que el sujeto está leyendo desde hace dos semanas y que con cada capítulo se pone mejor. Aplausos. El maestro de ceremonias anuncia que el sujeto ha decidido no salir a correr y que se dirige al baño con su celular en la mano, por lo que, supone, tendrán entre quince y veinte minutos de descanso.

Termina el descanso y se anuncia la siguiente decisión: salir de viaje en verano o no salir de viaje en verano. Sale al escenario la compañía de actores encargada de la puesta en escena de “Salir de vacaciones”. Los actores asumen sus personajes; la esposa, guapísima y seductora en un traje de baño rojo, recostada en un camastro en una playa exuberante, al lado de un mar infinito color azul turquesa. Los niños, construyendo un castillo de arena entre risas y escapadas a la alberca. El ambiente es distendido y relajado; el clima perfecto. Una ovación llega al escenario como alud de aplausos que semejan una percha de mariposas. El maestro de ceremonias llama a escena a los actores de “No salir de vacaciones”. El equipo de producción se encarga de simular un día lluvioso en el hotel, la familia encerrada en la habitación y el hijo menor en cama, febril y con un termómetro digital en la axila. Sobre el buró, una tarjeta de crédito y, al lado, un fajo de comprobantes de pago con cantidades exorbitantes. El maestro de ceremonias anuncia que el sujeto ha decidido no salir de vacaciones. Trata de no evidenciarlo, pero se ve cada vez más preocupado. El sujeto suele ser indeciso, pero no cumplir la hora de meditación, no salir a correr y no salir de vacaciones, son decisiones que parecen indicar que sufre una depresión un poco más profunda de lo normal.

Pasan dos horas y no hay mas decisiones que tomar. Pareciera que el sujeto no piensa, o que lo que piensa está fuera de libreto. Algunos actores empiezan a impacientarse y desde los camerinos se oyen voces de protesta. “¡Anarquista!”, gritan unos, “¡Librepensador!”, otros. El líder sindical de los actores toma notas y voltea a ver a los guionistas, quienes se encogen de hombros reconociendo que no tienen una explicación lógica para el comportamiento del sujeto. Algún sector del público, aburrido ante la falta de acción en el escenario, trata de hacer la ola, pero la iniciativa no prende y termina diluida en el misterioso mundo del ni fu ni fa. El maestro de ceremonias luce cada vez más nervioso. Es una situación inédita, que, en vez de mejorar, parece empeorar a cada instante. Anuncia un descanso general de una hora en lo que averigua qué sucede.

A los cinco minutos, regresa. Luce muy agitado. El semblante en su rostro expresa una gran preocupación. Aprieta el botón rojo de alarma que está en al atril y una compañía de actores sale precipitadamente al escenario a improvisar un montaje titulado: “Visión alegre del futuro”. Son actores curtidos, experimentados y convincentes. La puesta en escena muestra al sujeto en la vejez; alegre, leyendo un cuento a su nieto. Su esposa entra a cuadro y les pregunta que qué quieren de cenar. De fondo, se oye una alegre canción infantil de fácil melodía, seguramente el tema de alguna película de Disney. La escenografía simula una casa bien decorada, con todos los gadgets de moda. Los actores que no intervienen en el montaje se asoman desde sus camerinos; lucen ansiosos y preocupados y más de uno se come las uñas. El maestro de ceremonias interrumpe la escena y grita: “No está funcionando, necesitamos más alegría; metan más personajes”. Un actor en el papel de hijo del sujeto entra a escena y le da un abrazo, le dice: “Te quiero mucho, pá”. Suena como un diálogo forzado, pero a los guionistas, siempre tan exigentes con la lógica y el vocabulario, parece no importarles. El maestro de ceremonias vuelve a interrumpir y ordena más alegría, más enjundia, más personajes, más música, más de todo. Luce preocupadísimo.

En el mundo real, el sujeto camina hasta el buró que está al lado de su cama. Sus pasos son lentos, parecería que camina sobre la superficie fangosa de un pantano. Su mirada está clavada en el piso. Llega a la cama, se sienta sobre la colcha desordenada y abre el cajón del buró.

En el escenario, todo es un caos. Los actores se abrazan entre ellos, corren de un lado a otro, buscan recuerdos felices entre el mobiliario, convocan a mascotas queridas, evocan logros y sueños cumplidos, rememoran primeros besos…, cualquier cosa capaz de modificar el comportamiento sombrío del sujeto.

En el mundo real, el sujeto saca una pistola del buró, comprueba que tiene balas en el tambor, y muy lentamente, casi casi en cámara lenta, como si la pistola pesara una tonelada, coloca la boca del cañón sobre su sien derecha.

En el escenario, el caos es mayúsculo. En un último y desesperado intento, el maestro de ceremonias grita a todo pulmón: “Todos a escena, abrácense, canten, bailen, hagan cualquier cosa antes de que el sujeto jale el gati…”.

El ruido del disparo se confunde con el ruido que hace el telón al cerrarse abruptamente sobre el escenario. El público abandona la sala en silencio, sorprendidos por el inesperado final de la historia. A medida que procesan lo sucedido, culpan del inesperado desenlace de la obra a la “flojita” actuación de la mayoría de los actores principales, pero sobretodo a la falta de imaginación de los guionistas, que en pleno siglo XXI son incapaces de evitar el libre albedrío de los sujetos.        

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