Editorial

EL VENDEDOR DE MARRUECOS – GUILLERMO ALMADA

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EL VENDEDOR DE MARRUECOS

GUILLERMO ALMADA

 

Con todo lo que me había dicho el padre Anselmo, mi cabeza daba vueltas tratando de discernir de la mejor manera. Decidí ir hasta el trabajo de Fáthima, deseaba hablar con ella, aunque no sabía cómo le iba a contar todo, considerando que se trataba de intentar rescatar a su madre, entre otras cosas. Mérida no me resultaba fácil porque no estaba acostumbrado a las calles con nombre de números, aun así logré llegar, pero lo que vi al entrar me impactó más que las palabras del cura.

En una mesa, reunidos, se encontraban Diego, Letizia, y Fáthima. No pude regresar sobre mis pasos porque ya me habían visto. Diego, con su inmensa sonrisota, me invitó a que me sentara con ellos, en su mesa. Pero ¿Qué hacían allí? Me preguntaba. Seguramente estarían hablando de mí. El cura les contó lo que hablamos y ahora están deliberando y pensándome un cobarde. Todo eso elaboraba mi cabeza, o mi culpa, mientras permanecía inmóvil en la entrada del lugar.

Fáthima se acercó a mí para preguntarme qué me pasaba, y ni siquiera lo sabía yo. Algo había hecho que yo desconfiara de esa reunión, que no tenía nada de extraordinaria.

En ese momento me pareció ver a la semillera moviéndose por el fondo del local, y del mismo modo, un muchacho que estaba sentado en una mesa cercana a la barra, hizo un movimiento extraño, como si fuera a desplegar alas, y una muchacha que se encontraba cerca de la mesa que ellos estaban ocupando, y que si no me equivoco era camarera, se detuvo y me miró fijo a los ojos.

En ese instante el tiempo se detuvo en todo el ambiente, menos para ella y para mí. Mis piernas estaban congeladas, no las podía mover, quería dar un paso, avanzar hacia ella pero era imposible. La semillera se paró en un lugar en donde formaba un perfecto triángulo equilátero, y en el centro de esa figura, un vendedor de peines, de Marruecos, levantó sus brazos, y sin mover la boca, me habló: “Sigue intentándolo, no lo dejes, no te desanimes, no hagas caso a los detractores” En ese punto sus ojos se pusieron en blanco, y era como si estuviéramos siendo contenidos en una materia diferente, no líquida, no sólida, ni gaseosa, estaba adentro de ese triángulo, y era de un color azul claro muy refulgente, como una luz, que no se sabía de dónde provenía.

De repente, los tres, la camarera, la semillera, y yo, estábamos en el aire, levitando, y el vendedor de marruecos volvió a hablar: “No lograrás ser feliz con gente que te trata como a una persona común”

Todos los demás estaban como congelados, eso era lo que me indicaba que el tiempo solamente corría para mí, porque todo a mi alrededor estaba suspendido.

“Debes poder leer ese libro, es un diálogo incesante en que el libro habla, y el alma contesta” volvió a hablar el vendedor, para agregar después “Quien no encaja en el mundo está cerca de encontrarse a sí mismo”

Todo hubiera sido muy exóticamente místico si no fuera que las frases pertenecían a autores conocidos, que cualquiera, hasta el actor más inicial podría haber estudiado para repetir en cualquier momento.

Claro, lo verdaderamente extraño era el contexto, y lo que sucedió inmediatamente. Como en un golpe de martillo todo volvió a la normalidad. De repente no había más semillera, ni camarera, ni vendedor de Marruecos, ni triángulo lumínico, ni nada. Solo los ojos café de Fáthima que me observaba como comprendiéndolo todo, y tomándome la mano me dijo, ven, siéntate con nosotros, en meda hora comienza mi show, vas a oírme cantar, para ti.

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