Editorial

LA PELEA – GUILLERMO ALMADA

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LA PELEA

GUILLERMO ALMADA

 

La presencia del cura en casa me asustó más que la aparición de mi amigo Balt-Hazar, porque había dicho que pasaría en dos días, y al verlo golpeando la puerta creí que había estado veinticuatro horas durmiendo sobre la mesa de la cocina. Pero no, había pasado solo a buscar su talismán, antes de que me lo llevara o lo tirara a la basura. Bueno, eso fue lo que él dijo, per, la verdad, creo que pasó a ver si yo estaba empacando. Le dije que no lo tenía a mano, y ahí nomás se fue.

 Aproveche para telefonear a Fáthima, en realidad, quería hablar con ella a solas antes de tomar cualquier decisión. Quedamos en almorzar juntos. Vamos al Montejo, me dijo, ahí en la 59, entre 72 y 74, las esquinas el soldado y la piña. Y eso, para mí, es chino, le dije. Bien, me respondió, prepárate a la una que paso por ti. Y así fue. Una vez instalados, le conté lo de la aparición de mi amigo Balt-Hazar, y luego lo de mi conversación con el cura.

 Ella solamente me miró, y me dijo que pensara, que fuera empático con el cura, que me pusiera en su lugar, y que me diera cuenta que, para él, esto era muy importante, y que temía que yo lo estuviera agarrando para la chacota. Piensa que su compromiso (por el cura) con el pueblo, es sanar el mal -me dijo – mientras tú, ni siquiera estás enfocado en hacer el bien. Solo vives, sin perjudicar a nadie, pero no tienes un propósito, como él. Trata de meterte en su cabeza, de mirar la realidad por sus ojos, no por los tuyos.

 Fue tan suave, tan delicada al decírmelo, y a la vez, tan elocuente, que no tuve palabras después de su intervención. Me sentí un tonto, incapaz de ponerme a la altura de las circunstancias. Nunca pensé que fuera capaz de una actitud así de egoísta. Le dije esto a Fáthima y le pedí perdón. Ella me acarició la mejilla mientras me decía que era necesario que me quedara, pero que, a la vez, era libre de decidir lo que quisiera, que nadie se molestaría ni me juzgaría por eso.

 Había llevado el talismán para que se lo llevara al padre Anselmo, pero ella me dijo que no, que eso debía resolverlo directamente con él. Ya conoces la frase, me dijo, al césar lo que es del césar.

 Se hizo una pausa, comimos unos bocados en silencio, y Fáthima retomó la plática, bueno, ¿qué harás, entonces, te vas o te quedas? Tú qué quieres que haga, le respondí. Yo no voy a resolver por ti, me dijo. No, por supuesto, voy a resolver yo, le respondí, pero quiero saber qué quieres tú que haga. Fáthima revoleó sus hermosos ojos color café y soltó, yo quiero que te quedes, que nos ayudes, que cumplas tu misión, como queremos todos.

 Sentí que me estaba evadiendo, que sabía lo que deseaba averiguar, pero no estaba dispuesta a darme la respuesta, y eso era una molestia para mi espíritu, por eso le dije que se olvidara de la misión, que no importaba lo que deseaban los demás, que yo necesitaba saber que sentía ella, Fáthima, qué era lo que deseaba que yo hiciera.

 Por favor, me dijo, cómo voy a decir yo lo que tú tienes que hacer, si soy parte interesada. No te olvides que está mi mami en medio de todo este lío. Entonces yo te voy a decir que quiero que te quedes, y siempre vas a estar pensando que te lo dije por eso. Nunca vas a saber si lo que dije lo dije por otra razón.

 

  • ¿Y cuál sería esa otra razón? – le pregunté

 

Por Dios, por qué pones todo tan difícil. Nosotros no nos conocemos, me dijo. No sabes nada de mí, de mi vida, ni siquiera sabes si este es mi verdadero rostro. Cuando dijo eso me reí a carcajadas, y ella pareció molestarse, porque reaccionó diciendo, ves, ahí está tu incredulidad nuevamente. Cada cosa que te hemos dicho, y concuerdo que han sido desopilantes, pero no has puesto fe, no has dado crédito a nada, nos has hecho sentir unos orates, con tu autosuficiencia de escritor ¿Sabes qué? Eres muy listo para escribir, pero muy poco inteligente para tratar con las personas, porque no sabes percibir por lo que está pasando el otro. Y ya, no deseo estar un minuto más contigo. Te llevo a tu casa, para que no te pierdas, y nos vemos otro día. Si es que hay otro día.

 Esa era Fáthima, en su estado puro. Y caray que me había cautivado.

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