Editorial
Mariel Turrent – Padecimientos literarios y otras afecciones
Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
Brindar por Oscar
Nada hubiera sucedido si no hubiera sonado ese vals, si la música no hubiera entrado antes por cada uno de sus poros, si las palabras de Lorca no hubieran nublado su entendimiento, pero todo aquello coincidió, cuando Oscar apareció en la plaza y Martha, que llevaba años sola y fría y aburrida, lo notó atrapado en la imposibilidad de ese deseo que los fulminó.
Martha ya no tenía quince años, sino sesenta. Durante diez años había acudido mensualmente a la cita en la plaza. Fingiendo que lo veía por primera vez, lo miraba casual, coqueta, y lo seguía por las calles del pueblo a cierta distancia. Luego, poco a poco, se iba acercando hasta que sus pasos se emparejaban en un compás que simulaba un baile. A cada paso, ella se sacudía la indiferencia, el aburrimiento; y la iba cundiendo el ansia por la posibilidad de acceder a ese deseo que le hervía. Te quiero, te quiero, le repetía ya de cerca. Y Oscar le hablaba en francés y le abría la puerta de su casa y la hacía soñar con el amor.
Solo ahí, Martha se permitía olvidar a Juan Antonio. En esas horas de placer con Oscar desaparecían los años sufridos, el abandono, las madrugadas en las que llegaba su esposo con aliento a vino, maldiciendo su desventura.
Esa semana, se fue el último de sus hijos. Martha, paciente, esperó todas las noches a que llegara Juan Antonio. Desde que estaban solos, lo recibía con un vaso de vino. Ya solo estamos tú y yo, le decía, se han ido los hijos. Él no entendió nada, pero se fue sintiendo cada vez peor y un día no despertó.
Martha organizó el funeral y en silencio brindó con Oscar. Nada de esto hubiera pasado, pensó, si no hubiera sonado ese vals. Sin ti, le dijo, nunca hubiera sabido de lo que es capaz quién sabe amar.