Editorial
Un poema con mucha proteína Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Un poema con mucha proteína
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Trabajar la mente, es más importante que el trabajo físico, dicen, según su propia vanidad, quienes tienen el don del intelecto. O quienes sufrieron bullying en la secundaria por la torpeza física, quizá. Sin embargo, es poco natural pensar en eso. Decían los griegos como máxima, esos grandes maestros de la filosofía clásica europea, que: mente sana, en cuerpo sano. Lo que indica que debe haber un balance entre la salud y la inteligencia, o bien que, si hay desordenes en la salud, estos terminarán afectando en la capacidad mental de las personas. No es una sentencia perfecta, pero algo tiene de eso. Sin embargo, el papel del culturalista se centra en añorar la vida más pésima, la del burócrata que come en la calle, la del vicioso de la vida bohemia, que se traslada en México -cuando menos- al alipús y las peleas en vía pública, y otras raras formas del hedonismo de bajo presupuesto. Pero hay casos notables en la literatura que nos muestran que no es muy universal pensar en esa decadencia como parte del ritual de la literatura.
Pienso principalmente en Mishima y en Hemingway, esos dos titanes del siglo pasado, que veían en la perfección del cuerpo la complitud de su obra. Mientras que para Hemingway el pugilismo y las peleas entre varoniles borrachos eran una prueba de honestidad para sentarse a escribir, Mishima pulía las cualidades de su cuerpo para destilar una narrativa más sencilla y humana. El primero era tosco pero robusto, el segundo sensible pero endurecido. Estos dos autores centraban su quehacer creativo como una extensión de su salud física, y era parte de su rutina de trabajo diario. Otros ejemplos salen si se piensa en ello, como Murakami, que nos narra incansablemente del placer que le da correr o caminar, o incluso Whitman, que vanagloria la vitalidad de una vida sana y una actividad vigorosa al aire libre. Otros autores nos deslumbran con sus ritos excéntricos y peligrosos, como Poe, Bukowski y Balzac. Titanes también, con su veleidad.
El desarrollo físico del escritor se refleja en aquello que construye, y así como la fantasía o la crudeza del testimonio, lo hacen sus gustos personales y sus aficiones. Incluso la adicción a deportes como Roberto Fontanarrosa, que traduce el futbol a la cancha de tinta, exponen el respeto que se genera por el logro moral de quienes dedican su vida a perfeccionar su técnica. Tampoco se trata de obsesionarnos con lo estético e ideal del mundo de los deportes, pero sí de reconocer que no existe esa división entre la cultura, el arte y la salud. Quizá sea allí por donde debiéramos de comenzar, haciendo hincapié en que el placer tiene sus costos, o que lo que nace de los vicios termina rápido con sus partidarios. No es satanizar nada, sólo poner en la balanza un poco esa disputa entre lo bueno y lo malo, lo deseable y lo terrible. Otro ejemplo curioso es el caso de J. K. Rolling, que popularizó un deporte que ni siquiera existe, pero que lo hizo parte de su entretenida saga millonaria.
Además, no podemos dejar pasar el caso de la crónica deportiva, que en su momento se especializó y fue el disfrute de generaciones completas, que no sólo veían los partidos, sino que vician de nuevo y de manera extraordinaria la narración de un profesional que llevaba al periódico cifras y fechas para completar el círculo; y que los modernos comentaristas deportivos volvieron un circo de enfermedades mentales y déficit de atención (aunque quien escribe es un activo fanboy de Martinolli). La literatura y el deporte han tenido momentos extraordinarios, ya sea como biografías o elementos estructurales secundarios, y se han beneficiado de manera mutua. Además, el elevado costo de la salud pública y de la auto preservación, debería hacer que quienes se dedican al mundo de las letras re-planteen su modo de existir y de exponer a los demás, considerando la importancia que podría tener como creadores y miembros de una comunidad el participar con mayor enjundia en actividades deportivas. En especial, recuperar el placer de la crónica y de la metáfora en el mundo deportivo, como un mecanismo que nos permita aliviar la presión del sistema de salud. No por nada ha sido el gremio cultural citadino uno de los más afectados por las enfermedades modernas y la pandemia de 2020, ya que, empobrecidos y con malo hábitos, quién sabe qué será de nosotros.