Editorial
Crónicas del Olvido – BAJO EL SAMÁN, de Enrique Bernardo Núñez
Crónicas del Olvido
BAJO EL SAMÁN, de Enrique Bernardo Núñez
Alberto Hernández
1.-
Siempre teníamos a Enrique Bernardo Núñez a nuestro lado. Éramos en esos días Eduardo Casanova Sucre y yo. Y cuando Eduardo se fue de Embajador, comencé a entablar nuevas cercanías con el autor de “Cubagua” (1931) con Harry Almela, quien lo tenía en altísima estima. Claro, no ha habido en este país alguien que haya escrito una novela como esa, tan moderna, tan inteligente, tan maravillosa, tan nuestra. Y así, Harry y yo nos andábamos de barco en barco con “La Galera de Tiberio” (1938) y nos solazábamos en haber tenido de cerca la sal y los arrecifes de sus páginas. Ambas novelas muy marinas me habían acercado también a mi viejo amigo José Antonio Sucre Millán, margariteño que sabía mucho de Cubagua y de los cuentos que muchas veces contamos para no morirnos.
Y fue con Eduardo con quien aprendí algo de la vida familiar de E.B. Núñez. Fue con mi amigo con quien pude leer con calma esa extraordinaria novela. Y fue luego con Harry con quien terminé de saberme parte de ella. Así con “La Galera…”
Una feliz coincidencia me hizo graduar de bachiller en Valencia, en el Liceo “Enrique Bernardo Núñez”, donde todos los días veía su foto en una de las paredes que dan a la dirección. Luego, pasados los años y con barba, registré con Eduardo álbumes donde el viejo novelista y cronista valenciano (1895) y caraqueño aparecía con la familia y con muchos amigos cercanos a Casanova, quien se sentía y se siente familia de él. Creo que la familiaridad radica en los afectos, primero, luego en la sangre, tan diluida en estos tiempos. Somos espesos de cercanías afectivas. Y eso nos hizo ser parte de esas dos obras que celebro siempre con el recuerdo de mis amigos, unos idos, otro aquí, cuya vida será larga y alegre, como su espíritu amable, culto y familiar. Digo de Eduardo, a quien agradezco tantas lecturas.
2.-
También hablamos muchos de “La ciudad de los techos rojos” (1947), esa maravilla que tiene en Caracas un personaje que se mueve entre las líneas de este gran escritor venezolano. Y, por supuesto, ese compendio de eventos, acciones, peripecias, personajes y locos que es “El hombre de la levita gris” (1945). Y para regocijo de mi desordenada locura lectora, “Bajo el samán”, libro de crónicas cortas donde don Enrique se suelta a decir lo que ha pasado y lo que nos pasa hoy. Su ojo visionario lo hace parecer un profeta, una suerte de adivino histórico. Se adelantó y nos retrató la Venezuela presente, sacudida por una pandilla de mafiosos, fascistas y ladrones que han convertido nuestros sueños en pesadillas.
De ese libro, “Bajo el samán” (Biblioteca Venezolana de Cultura, Tipografía Vargas, C.A., Caracas, 1963) voy a escribir unas cuantas cosas, para no olvidar que estuvimos y estamos vivos y que seguimos bajo la sombra de ese inmenso árbol redondo que tanto gustaba a Elizabeth Schön. Pero que no tiene nada que ver con el mismo árbol donde un grupete de tramposos juró no sé qué cosa en procura de hacerse ricos a través del poder militar.
3.-
Dice don Enrique -al comienzo del prólogo-: “Se reúnen en estas páginas algunos comentarios, notas, reflexiones, artículos entresacados de mi labor periodística. Muchos de ellos dejan de incluirse por no tenerlos a la mano, falta de tiempo y las limitaciones de esta edición. A pesar de su forma fragmentaria no dejan de tener cierto ordenamiento”.
Sí, en efecto, se nota que el escritor se sentó a ordenar los contenidos. Hay un hilo conductor, el país, sus andanzas, saltos y locuras. Sus afanes, porfías, fanatismos.
Y sigue:
“Venezuela ha sido el tema por excelencia, el motivo esencial, el gran mito. Un tema que cada día me parece inédito (…) Se ha pretendido y pretende identificar el destino de Venezuela con las cifras de producción, particularmente con las perspectivas buenas o malas de la explotación de petróleo. Nuestra conciencia se ha reducido a cifras. Pero el destino de Venezuela se halla por encima de tales contingencias”.
No falló en sus apreciaciones. Hoy, el país sufre la crisis de las cifras. Cifras que se han perdido en los bolsillos de unos cuantos que vieron en el petróleo una manera de enriquecerse y enriquecer a otros países, mientras la población nacional se muere en medio de una espantosa miseria. No se equivocó don Enrique. El rentismo petrolero, tan criticado antes por los que ahora gobiernan, se ha convertido en una fórmula para arruinar la Nación y convertirla en colonia de otros países, uno arruinado, como Cuba, y otros desolladores, como Rusia, China, Irán y los pequeños vampiros regionales que se aprovecharon de la locura de un sujeto que nos trajo a estas podridas aguas.
Por eso, Núñez afirma en su extraordinaria vigencia: “Venezuela está urgida de voluntad, de grandes contingentes de voluntad humana, sobre todo de un pensamiento renovador que la oriente y prepare para las grandes transformaciones que se operan en el mundo. En ello también se insiste a lo largo de estos comentarios”.
Y en eso, don Enrique, se nos va la vida.
4.-
Los textos que hacen cuerpo en este libro fueron tomados de sus artículos publicados en diversos medios, como “El Universal”, “El Nacional”, “Discurso de incorporación a la Academia de la Historia”, 1948, entre otros.
Son muchos los trabajos que tienen en Venezuela el personaje de este libro. Cortos, breves y otros extensos ensayos, crónicas y notas de prensa que nos descubren aquella Venezuela que, al parecer, no ha cambiado nada.
El tomo está dividido en ocho capítulos: “Destino Histórico-Destino Geográfico”, “América y España”, “Diversos”, “Biografías”, “Tema del escritor”, “Notas de Historia Contemporánea”, “Venezuela Heroica (Símbolos, Mitos, Imágenes)” e “Itinerarios”.
Me inclino a acercarme a algunos textos que seguramente también serán de interés para los lectores. Entre ellos “Refugiados”, que habla acerca de los españoles que llegaron a nuestro país en oleadas para hacer la América, como ellos decían. Y ahora, digo, nos toca a nosotros ser desterrados, emigrantes, asilados, extraviados por el mundo gracias a las pésimas políticas implantadas por quienes se creen salvadores del mundo. Otro: el “Bolivarianismo” donde Núñez afirma: “Se concibe que la mística popular venezolana halle su más alta expresión en Bolívar, “la columna de luz en el desierto”; se concibe que Bolívar venga al presente, pero no se concibe que el presente retroceda a Bolívar. No se puede aspirar, pues sería una aspiración ilusoria, que la historia se detenga en un momento determinado (…) Para que Bolívar exista realmente es necesario que se halle en un nuevo hombre. Este podría invocarlo como el máximo representante de los valores de un pueblo (…) Con toda seguridad Bolívar tan inquieto, tan amigo del aire libre, de las imágenes fecundas, impaciente en todo hasta para oír largos discursos o peroratas sin motivo, no se hallaría muy a gusto de verse objeto de ese frío culto oficial”.
¿No les suena familiar?
Desde esta crónica invito a mis lectores a buscar este libro. A rastrearlo, a perseguirlo para leerlo. Es un material sin desperdicio alguno, tan vigente como que respiramos la basura de estos días. Creo que hasta está digitalizado en pdf.
No pierdan la oportunidad de revisarse, de revisarnos en estos ensayos de Enrique Bernardo Núñez, más vivo que nunca.