Editorial
EL AVATAR – GUILLERMO ALMADA
EL AVATAR
GUILLERMO ALMADA
Como para amenguar las pasiones y los ardores, se me ocurrió hacer lo que había dicho Manuel. Le pregunté a Nicanor cómo estaba compuesta su dieta, y fue muy fácil, nada del otro mundo. Cereales, de los que comúnmente se tiene en la casa, algo de leche pura, y agua. Así que me dispuse a servirlo para que recobrara fuerzas. El silencio que se había hecho era como de una densidad viscosa, y el primero en romperlo fue Manuel, que dijo que mientras Nicanor se reponía, le parecía conveniente, ante la presencia de todos, que fuéramos viendo el libro, que, a su criterio era el principio de todas las cosas.
Al ver que nadie se oponía ni hacía mención a nada, lo puse sobre la mesa, con su caja y todo, tal como me había llegado. El padre Anselmo, disimuladamente, metió su mano en el bolsillo de la sotana, y al sacarla pude ver que tenía apretado entre sus dedos aquel talismán que me había traído. El primero que se lanzó a abrir la caja fue Diego, Manuel cerró los ojos y pidió que lo pusieran sobre la mesa y le avisaran cuando lo hubieran hecho. Sin abrir los ojos comenzó a pasar su mano por encima del libro, como acariciándolo, o tal vez, intentando percibir algo que solamente podía percibirse a través del tacto ¿Qué le tocas? Le pregunté. No toco – me dijo con los ojos apretados – percibo sus vibraciones. Nicanor se paró junto a la mesa y lo miraba con los ojos fijos en él como quien observa una revelación divina, y dijo “Este es el principio de las revelaciones antiguas, que se referirán, declararán, y manifestarán sobre todo lo dado y todo lo escondido del padre-madre creador desde el principio de todos los principios” ¡Basta! Gritó el padre Anselmo, y siguió, este muchacho se nos va a morir acá. Pienso que tenemos que organizarnos nosotros primero, para saber cómo vamos a abordar toda esta contingencia.
Manuel, mirando al cura, y en un tono tranquilo y conciliador le dijo “te excitas demasiado, Anselmo, con estas cosas ¿Estás viejo o preocupado?” Ninguna de las dos, Sariv –respondió Anselmo –ninguna de las dos. Pero creo que primero debemos lograr estar unidos entre nosotros, porque si no, de un momento a otro se puede ir todo al diablo. Curioso que lo nombres, Anselmo, pero tienes razón, respondió amablemente Manuel. Propongo que, ya que estamos todos, bebamos el té de la concordia, y conversemos. Roles, rangos y jerarquías, primer tema. El padre Anselmo sonrió y respondió sarcástico: No se te quita lo gitano, quieres ganar el lado del jefe para estar enterado de todo.
-Yo puedo estar enterado de todo sin ser jefe, padre. Por eso, conversemos.
Mirando desde afuera podía verse que el grupo estaba conformado por personalidades muy complicadas, y que naturalmente, nunca se hubieran unido para nada, por lo tanto, cada trabajo que debiera cumplirse costaría el doble de tiempo, el doble de esfuerzo, el doble de todo, porque siempre primarían las diferencias insalvables existentes, y eso hacía que mantenernos unidos fuese una misión dentro de la misión.
En otro orden de cosas, me tranquilizaba mucho que Nicanor y el libro se llevaran, se entendieran, quiero decir, y por otro lado me preocupaba que Laurel, con todo lo que pasó, no hubiera dicho una sola palabra. Fáthima se acercó a ayudarme a preparar el té de la concordia, Letizia sacó de su bolsa las hebras de la hierba para la infusión. Sabía que a Manuel le gustaba disfrutar el té con frutas, a lo gitano, y cuando giré para ver qué frutas tenía en la heladera, alcancé a ver un rostro mirando por la ventana, hacia adentro de la casa ¡Es la semillera! grité ¿Qué semillera? Me preguntaron todos. La del mercado, Diego, la que me dio semillas, y me dijo que era como las palomas, que si las comía volvería, Amalia. Amalia me dijo que se llamaba. Y corrimos a la vereda, pero cuando llegamos afuera solo había un mendigo alejándose por la acera. Le preguntamos al chofer de Manuel, pero no había visto nada. Cuando entramos, Manuel ya estaba sirviendo el té. Es un avatar, dijo, y luego se explayó, menos que un mensajero, un alcahuete, un correveidile, un pasadatos. La pieza menos importante, pero fundamental, cuando quieres echarle un ojo a alguien. Fundamental por su capacidad de convertirse en casi quien se le antoje, pero menos importante porque se la cancela sin ningún inconveniente.
Esto pone en evidencia lo que dije recién. No estamos solos, nos miran, nos estudian, nos intervienen, es más, alternativamente, un avatar puede hacerse pasar por cualquiera de nosotros para obtener información. Vamos a tener que ser cuidadosos en eso, crear un sistema de claves o salvoconductos, e irlos cambiando constantemente para no ser atrapados en nuestra buena fe. Cuando Manuel terminó de decir eso se escuchó la voz tímida, pequeñita, de Nicanor, diciendo “yo puedo identificarlo, lo veo tal cual es. Y acá hay uno”. –