Editorial
JORGE L. BORGES Y LA POLITICA EN LA LITERATURA – Gloria Chávez Vásquez
JORGE L. BORGES Y LA POLITICA EN LA LITERATURA
Gloria Chávez Vásquez
Como comentario a la guerra de las Malvinas (1982), Jorge Luis Borges dijo que le recordaba a “dos calvos peleándose por un peine”. Su colega inglés Julian Barnes (1946) autor de “El ruido del tiempo”, calificó la salomónica comparación de “brillante y sagaz”, añadiendo que, con ello, Borges demostraba que “la obligación del escritor es decir la verdad más allá de la popularidad.”
Desde joven, Borges descubrió que la política y él no eran compatibles dada la volatilidad de esa rama de la actividad humana. Eso no le impedía criticarla. La política no es una ciencia exacta y en todas las épocas ha sido manejada por la corrupción y la superstición. Sus adeptos apuestan por candidatos como en las carreras de caballos y esperan beneficios del ganador. Como en el juego, el político se obsesiona con el poder y las maneras de hacer trampa. El poderoso imprime en su política, todas sus inseguridades, manías, vicios y supersticiones. Mas escrupuloso, el hombre honrado que pretende hacer política, casi siempre termina crucificado por el mismo pueblo al que busca servir.
Por instinto, el escritor es crítico de las injusticias y abusos de los gobiernos. En el caso de Jorge L. Borges, a pesar de que la izquierda le acusaba de ser partidario de regímenes y le tildó de literato de la burguesía, la política para él, había perdido su razón de ser. Más que un instrumento de gobierno, había devenido en superstición.
Como la mayoría de los de su generación, Borges sintió atracción por los laberintos de la política. Exploró brevemente el comunismo y luego, como intelectual, se unió a la lucha antinazi y antifascista en su país. Fue antiperonista, liberal por un tiempo y conservador en momentos que el país lo requería. Como en Franco durante la Guerra Civil Española, Borges vio en Pinochet, al mal menos peor porque había salvado del comunismo a su país. Aun así, repudió las desapariciones en Chile y Argentina.
Muchas veces hubo de aclarar a sus entrevistadores: “Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno. Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos. La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy”.
Pero ¿Qué era verdaderamente la política?
La política se define como “el conjunto de actividades asociadas con la toma de decisiones en grupo, u otras formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de recursos o el estatus”. El problema surge cuando se convierte en la competencia de ideologías opuestas para imponerse, y los políticos elegidos para administrar, pasan de ser empleados públicos a explotadores u opresores del pueblo.
El ciudadano común le huye a la política como a la peste porque la asocia con los políticos de turno y sus actividades, con frecuencia delictivas. Como es una empresa colectiva, casi todos los participantes terminan comprometidos. Algunos la manejan como una mafia. En un país con justicia, terminan en la cárcel. En otros, se toman la licencia para abusar de sus compatriotas y destruir la nación. Pero la situación prevalece precisamente por la inacción de la ciudadanía.
“Yo descreo de la política, dijo Borges, no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico”.
Igual de escéptico, el autor de “Historia universal de la infamia” se mantuvo frente a la “corrección política”. En 1972, la universidad de East Lansing (Michigan) le otorga un Honoris Causa. “El acto fue evidentemente político” observó después Borges. “Si lo hubiera sabido, no hubiera ido”. Les habían concedido el título a cuatro personas: dos blancos, una indígena y un afroamericano. A él, obviamente se lo habían dado por ser hispanoamericano. “Yo creo que solo por racismo, nos eligieron” concluyó.
De su desinterés por las utopías políticas da fe la siguiente anécdota: El 9 de octubre de 1967, dictaba una clase de literatura cuando interrumpió un estudiante para anunciar la muerte del Che Guevara. Pedía además que se suspendieran de inmediato las clases para rendirle homenaje. Borges le contestó que el homenaje podía esperar.
“¡Tiene que ser ahora y usted se va!” le gritó el estudiante. Borges respondió indignado: “! No me voy nada. ¡Y si usted es tan guapo, venga a sacarme!”. El estudiante amenazó con quitar la luz.
“¡He tomado la precaución de ser ciego, esperando este momento!” –contestó Borges.
En 1976, durante la dictadura de Pinochet, la Universidad de Santiago de Chile anunció que ese año le concedía el Honoris Causa. El comité de Estocolmo llamó a Borges para advertirle que, si acudía a recoger el título universitario, nunca le darían el Nobel.
“Mire, señor, _respondió el escritor_ yo le agradezco su amabilidad, pero después de lo que usted acaba de decirme, mi deber es ir a Chile. Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornos o dejarse sobornar. Muchas gracias, buenos días.”
Naturalmente Borges nunca recibió el Nobel. Pero comprobó que la política de nuestros tiempos era como la superstición en la edad de las tinieblas.
Edwin Williamson, hispanista en Oxford, autor de la biografía “Borges, una vida” escribió:
“A Borges le encasillaron como reaccionario o como políticamente ingenuo, pero realmente fue muy consciente de la política.”