Editorial

Crónicas del Olvido – FERTIL MISERIA

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Crónicas del Olvido

FERTIL MISERIA

Alberto Hernández

1.-

Álvaro Mutis se acerca a Harry Almela y le dice:

“Sólo una palabra.

Una palabra y se inicia la danza

de una fértil miseria”.

Unos pasos antes, el maestro Cernuda le canta al poeta de Mariara y de Venezuela:

“No es el amor quien muere.

Somos nosotros mismos”.

Anclados en estos textos, Harry Almela crea “Fértil miseria”, libro escrito en 1987 y terminado de hacer en abril de 1992, en una colección editada por Jacqueline Goldberg.

De ese trabajo sólo salieron a la calle 200 ejemplares.

Nuestro autor se desplaza con el poema en prosa, corto, sonoro, ilustrativo, vehemente. Son materiales iniciales de un hombre que dedicó toda su existencia a encarar los misterios de la poesía a través de otros misterios, los de la fe, la muerte y el poder como estigma en el otro y contra la poesía.

Un poeta que se veía la herida desde el inicio de su vitalidad verbal.

Veamos:

“Yo estuve allí, en la Casa de lo Oscuro,

seducido por la loza y el granito.

Hubo días para lo mejor del Maná. La

celebración de los cuerpos, la transparencia

de los actos.

Luego los soldados apostaron a la estra-

tegia de tierra arrasada. El invierno que ciega

se encargó del resto. No ha quedado ni un

trozo de quimera.

En esa sangre hay una fracción que me

pertenece. Lo atestigua mi torpeza buscando

reliquias en el campo de batalla”.

Libro que contiene la ligadura del poeta con la sacralidad. Libro donde ya asoma la búsqueda, su preocupación, por la lengua que heredamos, la española y la que hizo la española y la que tocó de cerca el costillar de ese idioma que nos alimenta y se hizo lengua también: el aliento sefardí.

He aquí otra muestra:

“Escribiste en el papiro: come y bebe, este es

mi cuerpo. Yo fui el devorado. Dos, tres veces. El

ardor.

Girando hacia la izquierda, vi lo negro de tu

cuerpo sobre el muro.

Cuántas constelaciones te nombran. Eres el

árbol, la costumbre”.

2.-

La fuerza de la poesía de Almela se sustenta en esa búsqueda por el saber, por la indagación en los temas que luego, años después, lo consagraron. El poeta –de ojos atrofiados- veía para entrar en la conservación de su palabra, de su espíritu inquieto, díscolo, agresivo y tierno a la vez.

“Yo espero que desde lo abajo asome

una querencia. Sólo busco otra luz que me

sostenga. Una zona de aire. Más allá de los

verbos comunes. Más allá”.

La ausencia, la distancia, el amor frustrado, el dolor por todo lo anterior se trenzan en este poema en el que el poeta se desnuda en el afecto, en la casa donde los ruidos, los sonidos diarios también saben de quien se ha ido, de quien no vuelve.

De quien no deja noticias:

“Déjame.

Déjame unas líneas escritas en la pared o

detrás de la puerta del escaparate. Una señal

de tu Visita.

Los barcos enseñan tantas cosas mientras

se alejan. Mas no hay en esta casa un puerto

para calmar nostalgias.

O este llanto. Este dolor doblado en el

centro de ninguna parte”.

Y de este poema, a la muerte, al anuncio que décadas después se hizo imagen en el dolor de quienes estuvimos cerca de su acontecer familiar, poético y político, porque Harry Almela era ciudadano, político, controversial, un demócrata. Pero la muerte, la muerte, que en los poetas se presenta a diario como tema, entra y sale, se asoma, se burla y hasta se sienta a tomar café con los versos:

“Si duermo boca arriba, me rozará la muer-

  1. Son tantas las formas de sumergirse.

Al final siempre estará el viaje. La Muerte

esperando mi epicardio en el vértice de los

balcones.

Por cada diente que pierdo. Por cada de-

ber no cumplido. Por cada rey suicida.

Tengo miedo de perder el sentido de lo

irreal”.

Ese miedo, la marca en el ser humano que más se avizora en el tiempo por llegar, en la hora de deshacerse de nosotros, tuvo y tiene en el poeta una condición: la realidad es canjeable. Lo desconocido, ese miedo, ese fluir en medio de la sombra o de la iluminación, se mantiene intacta, lo “irreal”, lo que conduce al viaje sin retorno.

3.-

Su relación con los espíritus errabundos, con sus santos, como él decía, tiene espacio en algunos versos que he alcanzado a leer. Si la muerte, con mayúscula, no define resignación alguna, las almas que lo visitaban hacían de su casa un asombro, un acompañamiento:

“En el patio se mueve la basura. El sepia

invade este boscaje. El polvo se acumula en el

lomo de los libros bajo la tarde del agua.

La Muerta viene a beber agua en el vaso

junto a mi cama.

Un domingo ancestral se asoma en las

cigarras.

Estoy cansado de estas ventanas, de la

niebla en los pasillos, de las ranas al comienzo

del invierno.

Llévate esta casa, yegua dela noche”.

Y por ese mismo sendero, el poema que irrumpe en la fe, en el judaísmo que luego lo iluminó, lo hizo reverenciar la lengua de aquellos expulsados de la antigua España. Por aquí, con temor a equivocarme, está la iniciación del poeta en estos estudios sobre la piedra de Jerusalén.

“Esta será la distancia. El golpe en el ala

derecha, el mercado profano en el Sabbath, el

olor de los libros. La canción en un idioma

desconocido y que tu boca me revela.

El vértigo de la frase. El llanto tuyo en la

Madrugada recordando al juglar del circo, el

Amante de la nuez.

Hay una fotografía tuya para la distancia.

Cierto rigor en el túnel que dejaste”.

El amor y una cultura. Ambos apegados a la sonoridad de una voz que se construyó a través de la coherencia del estudio y la indagación: la palabra y lo sagrado, dos dioses del fundamento humano.

Copio completo este texto que avalaría todo lo expresado en líneas anteriores, pero que le agregan otros símbolos a la vida poética de Harry Almela:

“Escucha la profecía. El Escorpión y la

Serpiente, el Dragón y el Gato, se alejarán de

tus comarcas. Luego de la batalla, el sol con-

tinuará su marcha. No cayeron las murallas de

la ciudad.

Vendrán los tiempos de arrancar la cadena

de mi tobillo. No te buscaré en las barajas.

Llegarán las carabelas al meridiano preciso.

Gracias por el infierno que convocaste.

Por esta fértil miseria.

Escucha la profecía. Llegará la noche del

domingo en que abriré la puerta y no estará tu

Ausencia”.

4.-

El poeta siempre se está despidiendo. Su sintaxis es el viaje, el antiguo viaje épico convertido en silencio, en amagos irreales, en vértigos y sueños. El decir del poeta instala un aliento corto que se alarga en la medida en que el viaje no ha comenzado.

La vida es el preámbulo de ese viaje. Perogrullada que afina el olfato de quien sabe que las palabras serán para siempre mientras el viaje también lo sea.

Harry Almela siempre habló de su muerte. Siempre habló de su vida. Siempre sintió el exilio en los ojos y en el alma. La poesía también cansa. La muerte no. Ese viaje no agota.

En este texto lo deja como herencia:

“Mañana me voy. Cansado de la flor que

sale de mi boca, quiero encerrarme bajo el

agua.

No es cierto lo que demanda mi signo.

Utilidad del orden. Persistencia en los detalles.

El apego a la tierra.

No quiero mirar hacia mis años, sus pár-

pados azules, su balanza.

Quizás se trata de pulir la esfera con un

buril más fino, de asuntos más terrestres.

Quiero la transparencia cuando arribe al

Océano.

Allí no será un pecado sumergirme”.

Y más tarde, en el poema que casi cierra el libro:

“Me voy. No juego más. Adiós”.

5.-

Un Post scriptum devela la despedida de la voz de aquellos años, que pareciera la de hoy, la de hora ausente, la de este día en silencio, la de sus cenizas en el aire:

“Mientras pase esta noche, cultivo el arte

de convertirme en vasija. ¿De qué sirve el

infinito sin un cuenco que lo justifique?

La página en blanco también habla”.

Harry Almela sigue hablando, sigue cantando mientras viaja, mientras sigue su curso al infinito.

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