Editorial

CONOCIÉNDONOS – GUILLERMO ALMADA

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CONOCIÉNDONOS

GUILLERMO ALMADA

 

Sin duda alguna, extrañaba a mi amigo Balt-Hazar, él hubiera puesto todo de sí para ayudarme a comprender lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Y a pesar de la gente conocida, y del tiempo que llevaba en Mérida, no había logrado con nadie la confianza y seguridad que tenía con el árabe, él era como mi alter ego, me conocía a la perfección y sabía por dónde cursaban mis pensamientos y emociones. El pensar esto hizo que sintiera la necesidad de acercarme más a alguno de mis amigos nuevos, y me di cuenta de que no había hecho nada por vincularme con Diego, que, después de todo, parecía el más normalito de ellos, así que le telefoneé para que almorzáramos juntos.

Quedamos en encontrarnos a la una y media de la tarde en la 57 y 62, La Chaya Maya, a media cuadra del Museo de la Gastronomía Yucateca, que a mí me resultaba más interesante, pero no quería contradecir a Diego, ya que mi plan era lograr un acercamiento sincero. Fui puntual, porque el no serlo, lo considero una falta grave de respeto, porque siento que estoy abusando del tiempo de la otra persona. Afortunadamente, Diego también lo fue, y lo vi llegar, siempre con su enorme sonrisa y esa manera tan particular de vestirse. Parecía que siempre estaba listo para algún show, además lucía muy bien en sus trajes, con esa altura, tenía mucha presencia. Le pedí que él ordenara la comida porque pretendía disfrutar los sabores del lugar, y así lo hicimos.

Es extraño, me dijo, que hayas acudido a mí y no a Fáthima, o a Manuel, que siempre los he creído más cercanos a ti. Es que quería estar con alguien que no tuviera tantos misterios, ni poderes, ni nada que se le pareciera, le respondí. A veces necesito abstraerme de ciertas situaciones, y fabricarme un instante más parecido a lo que podría llamarse “una vida normal”, y he acudido a ti porque he visto que, en eso, eres diferente.

Diego me miró y, por primera vez, la sonrisa no se dibujó en su rostro. Bajó la mirada, se rascó la cabeza, y me dijo que estaba equivocado, y que tal vez no fuera él la persona que yo estaba buscando. Lo miré fijo y el tiempo pareció detenerse, y todo alrededor, desaparecer por un instante. Era claro que yo, algo desconocía de él, y no sabía cómo contármelo. Decidí que lo mejor sería no presionarlo de ningún modo, así que dije, como al descuido, y para aliviarlo, “bueno, todos tenemos un muerto en el placard”. En ese momento el mozo nos traía la comida. No quieran imaginar la cara de ese hombre parado al filo de la mesa. Diego soltó una risotada y le dijo, “no le hagas caso, mi amigo es argentino y tiene esas salidas”.

Con eso pareció menguar la tensión, no solo del mozo, sino también la suya, y ni bien nos dispusimos a comenzar a comer me dijo que es verdad que él no tenía poderes, pero que si poseía una característica que no me había contado por considerarlo innecesario, pero que dadas las circunstancias le parecía honesto hacérmela saber.

Su característica consistía en la capacidad de trasladar escenas de la vida real a sus sueños, adonde le resultaba más fácil poder resolver las situaciones. Sabido es que lo real y lo onírico o irreal, tienen la misma estructura mental, es decir que, para el cerebro, no hay diferencia. Eso hacía que una situación que, por alguna razón fática, no pudiera ser resuelta en el mundo real, él la llevara al plano de los sueños, como si fuera una realidad paralela, y allí tenía posibilidades de ejecución que no traían consecuencias en el mundo real. Es decir que si necesitaba matar a alguien, lo hacía en sus sueños. Como todas las cosas, también esto tenía su lado malo. A veces sus sueños cruzaban la línea y se aparecían por su realidad haciéndole vivir verdaderas pesadillas de las que no le resultaba fácil escapar.

Le pregunté si podía presentir cuando algo así le estaba por pasar, y me dijo que no, que de bien estar, en cualquier parte y a cualquier hora del día, podía aparecer un personaje, un animal, una sombra, lo que sea, y se metía con su existencia no dejándole más remedio que tener que lidiar con ello hasta poder convencer a su cerebro de que se trataba de un sueño.

No supe cómo reaccionar a lo que me estaba contando, pero me di cuenta de que lo que me acababa de relatar era muy parecido a lo que me sucedió el día de la tormenta, con esa mujer que me recomendó irme y no hacer nada. Es verdad que todo parecía un sueño, esa vez, y que no tenía nada de sentido una mujer desnuda caminando por la calle para comunicarse telepáticamente conmigo, pero yo lo había vivido ¿O tal vez todo habrá sido un sueño como los de Diego?

La vida no es lo que parece, está llena de subjetividades, y afectaciones circunstanciales que pueden hacernos cambiar de parecer. Cada persona que se nos acerca es un universo de historias y vivencias que la han ido conformando, no tiene sentido emitir juicio sobre ellas, solo hay que aceptarlas. Y a partir de ahí, la decisión es tuya, de quedarte o alejarte de ellas. –

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