Editorial
El editor VS: el lector – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
El editor VS: el lector
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir
Muchas son las actividades que se realizan, y más aún son las habilidades que se desarrollan, al adentrarse al curioso mundo de la edición. El trabajo del editor es el de corregir, de proveer lo que hay entre el autor y la audiencia, funcionar como censor, como mercadólogo, como adivino, y quizá a veces, como traductor de los pensamientos más profundos e intraducibles. Es más que nada, algo curioso. Por eso es una actividad que a veces dificulta establecer una relación del autor con su lector, ya que entre ambos hay un abismo, a veces insondable. En el caso del lector, se presupone, o se asume por adelantado, el conocerlo, el saber de sobra sus motivos, sus gustos, sus ideales políticos, económicos y hasta morales. El editor piensa primero como lector, pero olvida que es uno especializado, que es uno adecuado a sus propias experiencias, a veces demasiado pegado a sus gustos personales, otras veces apegado a los valores del mercado. Lo cierto es que es imposible entender a todos los lectores, sus momentos, sus necesidades. El editor requiere admitir ante sí mismo que no trabaja para todos los lectores, sino para uno estilizado, idealizado por su propia promesa de misericordia intelectual.
El lector se forma a sí mismo. Se busca, se adapta, a veces toma un poco de aquí o de allá, y otras se mutila, se niega y se lastima para acudir a ciertos espacios, a ciertas lecturas. No es nada malo, y pocas veces es cuestionable. El lector se construye, lo mismo que cualquier otra actividad humana. El papel del editor es saber eso, y soltar la mano de los lectores para que encuentren lo que andan buscando, sin obligarlos, sin monopolizarlos, sin satanizarlos. Es duro, pero nadie es experto en todas las emociones humanas, en cada una de sus experiencias o necesidades, en su personal deseo de aprender o entender lo que va afectando su vida. Entender que el cine, las redes sociales, el arte de socializar, o la carga académica ayudan a labrar, sí, pero depende de la persona si sus necesidades son melancólicas, por extravagancia o por admiración. Es muy sencillo tratar de imponer una visión del mundo mediante la edición, pero es poco genuina. Son los lectores quienes le hacen ver a los editores que hay una pugna entre lo que se ofrece en la mesa y lo que se pide a la carta. En esta danza culinaria, a veces hay un entendimiento ideal, pero muchas veces se hiere el ego al reconocer que no todos los platillos son del gusto de todos los comensales. Lo importante es tratar de no caer en la vanidad inescrupulosa de que el que se equivoca es el otro.
El que quiera aprender a ser buen editor, necesita aprender primero a escuchar los porqués y los disgustos, las necesidades del viajero, sus momentos y anhelos. Sobreponerse a la vanidad de sabiólogo ante el reconocimiento de las etapas de vida del lector. De eso va el negocio. En mi personal experiencia, a veces hay que saber solar el prejuicio personal y entender que no todos escriben para llenar los gustos de cada segmento social, y que a su vez, el lector se va haciendo de sus mañas y propias obstinaciones. Se vuelve un triángulo amoroso donde el que se siente juez debe limpiar primero su corazón antes de poner en la balanza el de los demás. Aprender a editar por estética, por economía del lenguaje, por belleza y claridad, más no por su ideario, por su identidad, por sus rencores o anhelos. El trabajo del editor requiere apertura, conocimiento de distintas causas y formas, de lo que es semejante, pero también lo que le es contario. No es una tarea sencilla, y muchas veces no es posible. Librarse de cada prejuicio para ser neutro, abierto a la pluralidad, tolerante a lo que no yace en el catálogo personal; porque se habla de tolerar lo que odiamos, en vez de asimilarlo, de aceptarlo. El lector es caprichoso, el autor es vanidoso, pero el editor es muchas veces necio, pesado, cansino.
La primera necesidad de la labor es adentrarse a la diversidad de lecturas que existen, a las demandas que establece el mercado, a las tendencias de las redes sociales, o la emergencia de los temas, de las aspiraciones sociales. Si quien se atreve a funcionar como un vínculo entre los que buscan con los que ofrecen no se presta a aprender por sí mismo, y transformase en el camino, poco ha de aportar a la cultura, a la oferta literaria, al aprendizaje humano. El editor no es un maestro tirano, sino un amable mercader que pule las cuentas con que carga, pero también reconoce oportunidades en el camino, hace negocios a palabra llena, y se aventura a caminar por nuevas rutas y pasajes, descubriendo que hay muchas más cosas que ver que lo que su anquilosada vanidad le empeñan en cerrar los ojos en torno. El lector también es sabio, a su manera, y debe ser el objetivo real del editor, más allá de sus ofuscadas peroratas por buscar la grandeza personal.