Editorial
LAS BATALLAS DE ADRIANO – Gloria Chávez Vásquez
LAS BATALLAS DE ADRIANO
Gloria Chávez Vásquez
El arte de un pueblo es un verdadero espejo de sus mentes.
Jawaharlal Nehru. (1889-1964) Primer ministro hindú
¿Qué debe hacer un artista para que un pueblo reconozca la importancia de su arte?
Era la pregunta recurrente de Adriano Lesmes, motor principal de Títeres Lesmes, el teatrino de Guiñol en el Quindío, y quien el pasado 10 de enero se unió a la fila de artistas e intelectuales colombianos arrebatados prematuramente por la irracional pandemia.
Nativo de Armenia (1962-2022) y heredero del compromiso con la infancia, muy pronto aprendió de don Miguel, su padre, la magia de la narrativa oral, el teatro y el mundo de los títeres. Desde entonces, Adriano cambió las lecciones escolares por la maravillosa experiencia del espectáculo y la cultura. Así, por gran parte de medio siglo, llevó sus historias y las de muchos narradores quindianos a infinidad de lugares, áreas rurales y urbanas, escuelas y centros infantiles.
Aunque tenemos noticia de la existencia de los títeres desde el año 500 A.C., esa variedad del teatro comenzó a llamarse Guiñol hacia 1795, en Francia, debido al popular personaje creado por Laurent Mourguet. Guignol era un muñeco de guante, habilidoso, valiente y generoso, con las características del trabajador francés: pobre, optimista y poseedor de gran sentido del humor y de la justicia. En sus historias, Guignol siempre triunfa sobre el mal.
Identificado como productor, director y artista del Guiñol, (como se conoce al teatro de títeres en el resto de Latinoamérica), el quindiano Adriano Lesmes fue representante en su tierra, de una de las actividades más sublimes del ser humano; un arte milenario, didáctico, imprescindible en el desarrollo de la civilización universal. Como titiritero, era la personificación de la sabiduría autóctona; maestro, samán, sacerdote, que enseña los ritos y códigos sociales y da vida a las leyendas y los mitos lúdicos. Artista sin títulos ni honores, cuya labor se alimentaba de la vocación, en los niveles sociales donde la educación vía el entretenimiento, es más necesaria.
Adriano Lesmes lo dio todo de sí. Respetado por amigos y colegas del gremio en otros departamentos y países que conocían el valor de su obra y el sacrificio que significaba dar vida a esos muñecos para llevarle historias a los vivos.
Títeres Lesmes no contó sin embargo con el aprecio, la voluntad ni la lealtad de las agencias de cultura gubernamentales. Cuando le invitaban a participar en algún festival de títeres a nivel nacional o internacional, tenía que mendigar fondos, gran parte de las veces sin resultado. De ahí que, del presupuesto destinado a la cultura en el Quindío, si acaso, le tocaban las migajas.
Su teatrino de títeres, aunque de ágil vuelo, nunca cobró la altura que merecía, limitado como estuvo siempre, en sus recursos y radio de acción. Solo su ingenio, talento y vocación le permitían crear sus personajes y llevar sus narraciones a los niños del campo y de la ciudad con esa pasión que poseen los genuinos artistas.
El gestor cultural en Lesmes, lidió con un mundo en donde el arte es tan solo un pasatiempo, un favor, un lujo o un vehículo de propaganda y donde los verdaderos artistas deben competir con los vividores y los avivatos. Nunca perteneció a las roscas, ni aprendió a llenar formularios ni a adular burócratas o políticos de turno para promover su producto.
Adriano era original, carismático, distinto. Una especie de hippie indígena, siempre listo a defender el derecho ajeno. Poseedor de un creativo sentido del humor, su lenguaje estaba salpicado de paradojas y de hipérboles.
La vida de Adriano Lesmes no fue nada fácil. Aunque dueño de una personalidad fuerte y luchadora, sus batallas diarias pasaban de la cuota de un ser humano normal. Su orientación sexual, su activismo cultural y social le atrajeron el asedio de los consabidos matones e ignorantes que ahora pululan en nuestra ciudad.
Como artista, era el ser que vive en las sombras mientras da vida a sus criaturas. Y como artista debió adaptarse para sobrevivir. A principios del 2019, tras la llegada del virus, Adriano comenzó su activismo como informador cultural alternativo, asumiendo la defensa de los derechos humanos de los más débiles, oponiéndose a las sospechosas vacunas y denunciando las abusivas e ineficaces reglas contra la pandemia.
Adriano estaba al tanto de las investigaciones médicas más avanzadas que revelan que la improvisada vacuna contra el virus chino era una forma de distracción internacional.
El componente de la vacuna, dice uno de estos informes, es un estimulante celular que obliga al sistema inmune a producir anticuerpos (fagocitos) que identifican el virus respiratorio y atacan para destruir o amortiguar su replicación. Esos estimulantes genéticos son muy peligrosos para muchos individuos ya que sus promotores no han dado suficiente tiempo para establecer su eficacia, el daño que pueden causar, o la reacción tanto neuronal como cardiovascular. Para los efectos esas vacunas traen más problemas de los que resuelve y han probado ser ineficaces.
Para aquellos que criticaron la oposición de Adriano Lesmes a las vacunas contra el coronavirus, y por ende se alegraron de su contagio y muerte, me gustaría aclarar y de paso expresar mi solidaridad póstuma para con Adriano y con sus dolientes amigos y familiares: sus dudas y correcta información sobre la vacuna, estaban encaminadas a preservar los derechos de sus conciudadanos y de paso, y de ser posible, salvar vidas.