Editorial

Otras tres cosas que deberían enseñarnos en la escuela – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Otras tres cosas que deberían enseñarnos en la escuela

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Continuando con la lista de cosas que deberíamos aprender formalmente en los colegios, hay otras tres que son importantes, aunque quizá menos que las anteriores. Y es que no hay duda de que vivimos en un entorno que privilegia el orden aparente de las cosas, la manera en que se adecuan e interactúan con otras, en esa danza compleja del feng-shui contemporáneo entre las expectativas y los juicios de valor adelantados del capitalismo tardío (y otros conceptos huecos tan posmodernos). Pero sin duda, son parte importante del protocolo y la etiqueta, y es por eso por lo que deberían ser considerados. Aprender cosas elementales como matemáticas o biología no tiene que estar peleado con también incluir un par de cursos que hagan más llevadera la cotidianidad, al modelo de algunos países desarrollados, donde incluso se tienen cursos de economía doméstica o de fontanería. El valor de lo funcional queda desacreditado por su aparente significancia, lo que a mi parecer es un terrible y costoso error.

En primer lugar, las modas, o cuando menos aprender a vestir, debería ser una de las cosas a considerar para las futuras organizaciones curriculares, ya que muchos de nosotros desconocemos lo más elemental del asunto. Y no es tanto ahondar en las tendencias de diseñadores, sino en las cosas elementales del buen vestir, de saber combinar los objetos, colores, con cortes, tipos de tela, y otras consideraciones básicas que podrían ayudarnos a proyectar una mejor imagen, y con ello generar una mayor autoestima personal; ya que hay que reconocer que la variedad en tipos de cuerpos, rostros y todas las combinaciones genéticas de nuestra humanidad, hacen de la tarea algo un poco más que complejo. No por parecer algo trivial el saber combinar la ropa, aclaro, debe serlo. Muchos de nosotros no sabemos el impacto que tiene en otras personas la presentación que damos, el peso de las imágenes, y por consiguiente el trato que recibimos de ellos; lo que sí es tangible. Es algo que se tiene que considerar a profundidad. E incluso, es una buena base para la ruptura de los grupos o tribus sociales, que con mayor conocimiento podrían violentar a la sociedad con una mayor conciencia de los significados de símbolos y sentidos, en lugar de depender del capitalismo y sus caprichosas redacciones de lo rebelde.

Parecido al punto anterior, el diseño de interiores, la capacidad de ordenar y de ejecutar espacios funcionales y dignos, nos facilitaría de sobra la vida. Tanto en lo personal, en la convivencia con nuestras parejas, amigos y conocidos, e incluso en el espacio de trabajo, un adecuado y delicado diseño permitiría generar dinámicas funcionales para ejercer la vida por completo. Quizá incluso nos permitiría tomar decisiones financieras más saludables o mejores inversiones. Además, el embellecimiento estético de los espacios, y la mejora en las decisiones de consumo, nos traerían una mayor salud mental, y quizá hasta para relacionarnos con los demás y reducir las fricciones que a veces parecen inexplicables. Tomar en cuenta la filosofía asiática sobre la orientación y significados de los objetos, y la occidental sobre la funcionalidad moderna, crearían estancias personalizadas que no fueran caóticas, y que contribuyan a una organización colectiva sublime para no andar por el mundo a tumbos tratando de entender lo que hacemos.

Finalmente, algo que sí se debería incluir de manera forzada, junto con los cursos de epistemología o seminarios de tesis, es la de aprender a buscar trabajo; y de paso la de compilación de información, especialmente bases de datos. El universitario, o las personas en general, salimos con tan poca experiencia de las aulas que aprender a buscar trabajo es una penitencia cruel. En la mayoría de los casos, las dinámicas académicas poco se parecen a las demandas del mercado, y pocas veces esa fantasía de la relevancia del estudiante entran en la ferocidad competitivas del mercado. Incluso bajo la lógica del auto empleo, esa incapacidad para concebir un futuro que dé de comer, o que provea de los mecanismos básicos para sobrevivir, parece por demás insuficiente. Parte de esto tiene que ver con la ilusión Boomer de los 70, donde abundaba el trabajo para un número relativamente bajo de egresados o de estudios medios. Sin embargo, la alta competencia del mundo moderno implica también esa necesidad por saber cómo buscar un empleo con cierta soltura.

Estas habilidades, sumadas a las anteriores (pagar impuestos, oratoria, inteligencia emocional y nutrición), no sólo nos ayudarían a afrontar una vida con mayor dignidad, sino que podrían ser el santo grial del desarrollo social del futuro, aquella llave mágica que nos permita salir del rezago del tercer mundo y sus atroces ataduras. Pero en mi opinión inexperta, es apenas una figuración que me atrevo a manifestar sin mayor evidencia.

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