Editorial

Ingratitud literaria – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Ingratitud literaria

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Tras algunas aventuras literarias, en la edición individual y colectiva, he notado que hay un pequeño detalle que quizá merece algo de luz: la ingratitud del escritor.  En específico, la pobre respuesta del escritor a lo que se supondría que es parte de su trabajo: leer. ¿A qué me refiero? Al interesante efecto de participar en convocatorias, mandar una propuesta para una colaboración harto específica, pasar por el proceso de selección y de maquetado, para al final de cuentas, no leer en absoluto el material final. No es broma. En primera instancia, no se lee a los demás que forman parte de una antología, so pena de perder algo valiosísimo en la vida, como si los demás escribanos no tuvieran ni talento ni desearan también ser leídos. Me he dado cuenta de que muchos participantes de antologías no dedican tiempo a descubrir a otras voces, y mucho menos a comentarlas o darles espacios en sus redes. El escritor moderno parece tan egoísta que cualquier otra opción es inadmisible.

En segunda instancia, no se leen ni a sí mismos. Lo cual es además de amargo, patético. He recibido comentarios de autores que participan en alguna convocatoria, que tras meses de ser publicados, o incluso ya finalizados los proyectos, sueltan un barbárico “es que en mi texto”. Lo cual sólo revela, expone, pone en manifiesto, que jamás se leyó, jamás se revisó, jamás se tuvo el mínimo interés de retroalimentar el proceso de construcción colectiva. Estos autores abundan, y temo, que son la enorme mayoría. En mi caso, en cada revista y antología que he llegado a participar, siento la curiosidad, y el deber moral, de leer a los demás. Entender bajo qué criterios o gustos o semántica, las personas detrás de la pantalla eligieron mi texto, cómo suma al de los demás, y qué efecto tiene al final como una artesanía hecha a tantas manos. Además, así he descubierto a narradores y poetas excelentes, temas, vida cultural en otras regiones, y un sinfín de apreciaciones y temas. Más que una obligación, es la gratitud mínima.

Pero estos autores de los que hablamos, esas criaturas de la vanidad y la poca agilidad, sobran. Y temo, están destinados al fracaso. Eso ocurre no solo porque no hay diálogo, sino porque su actitud es evidente y nefasta. Cualquier proyecto editorial y cultural se basa en el principio de lo colectivo. Y es este dimorfismo lo que termina arruinando una trayectoria. El escritor que no lee a sus contemporáneos, no se nutre de los semejantes, no se adentra en las voces, momentos y situaciones por los que pasa la sociedad. Y escritor es una palabra amable para referirlos. La ingratitud es poco comprensible, poco admirable, poco duradera. Quien escribe, sabe que tiene el deseo de que otros conozcan y compartan de su voz, así que cerrar la llave mientras pasan otros es una ingenuidad terrible.

Trabajando desde la edición, causa un poco de risa, o pena, o curiosidad, encontrar estos casos, y ver que lo que acontece a esas obras es el mismo olvido. El cinismo no sólo yace en el momento de no revisar sus propuestas, o no conocer el formato de la revista o el libro, y muchísimo menos adentrarse a ver qué es lo que rodea la propia obra. Estas personas, no disfrutan de la literatura, ni tienen el mínimo respeto a su obra. Publicar en un proyecto que se desconoce, para qué, como si fuera una manda o una trivialidad. La ingratitud literaria asoma por lo pobre de los escritores modernos, que asumen que su voz tiene un valor propio, segmentado, separado, aparte, del resto de la sociedad. Tenían razón Eco y Bauman.

Otro filamento es la ingratitud hacia los lectores. También he visto, escuchado, y sabido de casos, donde el que escribe pasa de largo de quien le lee, como si no tuvieran relación alguna. El arte de la simulación, de pretender ser, de aparentar. Escribir por un hecho mecánico, sin dignidad, sin metodología, sin objetivos. Como si el mensaje fuera una expresión estética o un accesorio al portador, tan ajena de su papel fundamental. La ingratitud literaria de separar un texto de quien lo publica, de evitar mostrar los sellos de la casa editorial, de arrancarlo de sus portales o redes, porque lo que importa más es aparentar que se es un escritor reconocido por los pares, aceptado en este nido o aquel. Y al final, el destino cruento que nos alcanza: el abismo de la sequía. Quién no lee, quien no es recíproco ni con el entusiasmo de los convocantes, la esperanza de los semejantes, y la curiosidad de los vigilantes, termina por volverse delgado, casi invisible, en un hilito tirado de la nada. Porque al final somos personas quienes hacemos un esfuerzo por impulsar este o aquel evento. Y somos personas con las vísceras llenas de cólera, de poseía, y de dulce venganza.

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