Editorial

Mariel Turrent – Padecimientos literarios y otras afecciones

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Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones


Caída Libre

 

Veo tu cara azucarada. Mis ojos traspasan tus suaves facciones y penetran los pensamientos. Veo en tu cabeza un expediente. Mi vida entera ahí escrita con puño y letra. Tu cuerpo ya no es más que un archivo que quisiera destruir. Vuelvo en mí cuando me miras y sonríes. ¡Tan dulce! Te imagino con odio haciendo cosas que nunca harías, que nunca has hecho. Ríes con mis enemigos. Aquellos que me persiguen. Les enseñas mi vida. Lo que en ti he escrito.

Todo sucede en mi mente. Algunas cosas ahí, en el último escalón de La Iglesia, donde podría parecer que has dado un paso en falso al vacío.

Ahí está esa casa que tenemos en el futuro. Con las figuras rústicas de madera, dos paredes pintadas de mexicano, la talavera con los girasoles. La sala sobria, las estelas mayas —reproducciones, no las que hace un momento soñé robar de esta zona arqueológica—, sillones pintados de tigre y mi tapete de piel de llama cubriendo el suelo de barro.

Ahí están nuestras vacaciones en Cobá, rebosantes de sonrisas, de ojos que se miran y se dicen todo. Manos que se aprietan sustituyendo palabras, reacciones. Noches que embonan.

Y tú empiezas a caer lento. Muy lento. En un paisaje de selva que se ha quedado estático mientras te observa.

Ahí está tu padre en el velorio. Intuye que no fue un accidente. Que no has resbalado de la pirámide. Recuerda las veces que le dije que te quería, que cuidaría de ti, que no se preocupara. Y sabe que me sentía enamorado. Tanto, que comenzaba a ahogarme, a no quererte, aunque no podía dejarte porque en ti estaba mi vida. Porque también yo te llevo dentro.

 

Y grito rompiendo tu pausada caída. Grito porque me doy cuenta de que te pierdo; de cuánto te quiero; porque he olvidado las razones que tuve para empujarte; porque empieza a borrarse de mi vista tu figura alejándose de mis manos, llevándose nuestra casa en la playa, nuestros viajes, nuestros futuros hijos en brazos de tus padres y mi madre. Tu serenidad de ángel, mi mirada pícara. Mis futuras palabras que sin tus oídos quedarán vacías.

Ahora es el paisaje lo que se mueve. Corre hacia tu cuerpo estático en la tierra. No te veo, estoy tan alto. Bajo corriendo. Te imagino desfigurada. Los empinados escalones no son un obstáculo. Sé que acabo de forjar mi futuro infierno. Mi castigo será tu ausencia. Mi vacío.

La pirámide parece interminable. Tardo años en bajar; envejezco. Pasan veloces por mi cabeza las horas que no recorrí arriba. Mi pasado. Purgo mis culpas diez, once, doce, veces más.

Ahí está el día en que te conocí. Y ese sentimiento entrañable que me hizo revelarte mis secretos. Nuestra primera cita bañada de imágenes, de risas, de arroz japonés y confesiones. Los días que siguieron yo fui el amo del timón.

Decidí el rumbo. Me acerqué y me alejé, sin darme cuenta de que tú te ibas adueñando de los hechos. ¡Mis hechos y de mí! Siempre callada, precavida, empapándote de mi vida.

Finalmente llego a tu lado.

Te veo abrir los ojos.

Entiendes.

Sé que me has perdonado.

 

La Iglesia, Cobá.

 

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