Editorial

Más mujeres en la investigación agrícola II – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Más mujeres en la investigación agrícola II

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Anteriormente hablé de un par de mujeres excepcionales con las que pude realizar tareas de campo para descubrir su arrojo y profesionalismo. Sin embargo, no son las únicas de las que vale la pena hablar. Dentro de mi experiencia de trabajo dentro del CIMMYT, una organización internacional de investigación agrícola, he tenido la fortuna de atestiguar el trabajo de decenas, cientos, de mujeres que han comenzado a romper el paradigma de que el campo, especialmente el mexicano, es cosa de hombres, sin más. Específicamente, dentro del programa MasAgro. Esta iniciativa buscaba acercar a los productores al conocimiento técnico-científico generado en los últimos 50 años para el desarrollo de sus sistemas productivos. Esto se hacía mediante un equipó dividido en tres áreas de acción: una administración del proyecto, un equipo destinado al desarrollo de investigación estratégica, y los encargados de entablar el diálogo entre los productores y los científicos. En la historia de la ruralidad mexicana el papel de los técnicos o extensionistas, romantizado por una obra de teatro, tiene un pasado largo y profundo.

El papel del extensionista era el de quien llevaba un avance técnico a una comunidad, y a partir de ella buscaba generar la adopción de esas tecnologías, conociendo y comprendiendo las necesidades reales de la región. Un modelo sencillo, explicado muy pobremente. En este proyecto, las ingenieras, las licenciadas, las productoras, y otras tantas formas del ámbito rural expresado en femenino, mostraron que aportaban más de lo que pedían a cambio, que en la mayoría de los casos era respeto y reconocimiento como iguales a sus compañeros. Pude ver a mujeres fuertes encargarse de la gestión territorial para la ejecución de los proyectos, verlas negociar con empresas y gobiernos, lo mismo que pararse ante varones escépticos de que supieran lo que decían. Junto con las técnicas, ingenieras o promotoras, estas Gerentes, no se quedaban atrás ni en la discusión de tecnologías ni en las estrategias de planeación de actividades. Sus brazos en campo, el equipo técnico, respondían a sus demandas y planes, buscando generar resultados tangibles. En ese ejército de profesionales del agro, las mujeres tampoco se quedaban atrás, ya que eran las primeras en meterse a las zanjas o en manejar la maquinaria, conscientes de que el respeto de los campesinos o pequeños productores no lo da ni un certificado universitario ni el amiguismo. Estas chicas se ganaron el respeto de muchas personas mostrando no sólo que sabían hacer las cosas, sino que muchas veces las hacían mejor que cualquier otro.

Del lado de la investigación, las mujeres lidereaban equipos de trabajo enfocados en medir y gestionar conocimientos, o bien se formaban como estudiantes haciendo su trabajo académico en comunidades reales, con problemas reales. Aún con el riesgo personal que podía significar trasladarse en caminos rurales o adentrarse en regiones de baja educación o seguridad, la convicción de que eran capaces de terminar las guiaba; y quizá no fuera sólo la convicción, sino el orgullo del gremio, de saberse en un terreno hostil que, en cada expresión, burla o cuchicheo, les echaba en cara que eran mujeres. Al otro extremo, menos visibles, las productoras y campesinas también se enfrascaban en una lucha frenética contra sí mismas para demostrar que sus manos eran tan generosas con la tierra como las de los hombres, y que no mantendrían yermas las parcelas que la migración llenó de pesares y malezas; esa otra lucha contra la demencia de la tristeza y el hambre. Testigos forzados a la tierra por no tener ninguna otra oportunidad, donde tampoco se les voltea a ver, caso más cruento y triste.

No todos los casos de los que conocí fueron siempre agradables, ya que escapar de la violencia o la intransigencias es casi imposible, incluso a pesar de los mayores esfuerzos institucionales (porque son tantas y tan difíciles de entender, tan profundas y tan parte de nosotros), pero la forja a la que alimentaron con su brío da consuelo a los huesos de las mujeres que vendrán detrás de ellas, convencidas de que pueden llegar igual de lejos que aquellas que les antecedieron, y entonces habrán de llegar más lejos aún. Estas mujeres completan el engranaje que necesita el sector, y son el dínamo que debe alimentar la esperanza en el futuro. No compitiendo, sino apoyando a sus colegas, no enfrentando sino sumando a los procesos que se han echado a andar. El papel de las mujeres en la agricultura mexicana, cuando menos, se debe de replantear en dos sentidos. El primero es porque como trabajadoras, son tan competentes como los mejores ingenieros, administradores o gestores de política pública. Pero también porque necesitamos entender la recomposición de la ruralidad y el pesado legajo de dolores y deudas que le hemos dejado en los hombros a las mujeres más pobres del país, quienes son parte de la historia y sus cimientos fundacionales.

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