Editorial

Aleksandr Solzhenitsyn – CONTRA LA COMPLICIDAD DEL SILENCIO

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Aleksandr Solzhenitsyn

CONTRA LA COMPLICIDAD DEL SILENCIO

Gloria Chávez Vásquez

Transcurría el año de 1978 y la universidad de Harvard le otorgaba el título Honoris Causa en Literatura. El disidente y exiliado ruso Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) exhibía un deje de amargura al dirigirse a su audiencia. Mas que agradecer el honor, sus palabras eran una dura crítica a la excesiva comodidad y prosperidad que debilitaban la voluntad y la razón del mundo occidental.

Han pasado más de cuatro décadas y las palabras del hombre que renunció al premio Nobel en 1970 para no ser expulsado de su país (aunque lo hicieron más tarde), todavía resuenan, proféticas: La verdad, más que placentera es invariablemente amarga, les recordó a los estudiantes e intelectuales allí presentes, pero les aseguró que hablaba como un viejo amigo que daba consejos y no como un adversario.

Entonces explicaba que la verdad no era difícil de ver y que, muchas veces está en la superficie. Aun así, comentemos errores porque el curso más fácil y cómodo para nosotros, es buscar significados que estén de acuerdo con nuestras emociones, especialmente las egoístas.

Nadie aprende por cabeza ajena

Lo que ensombrecía al autor de Archipiélago Gulag, El Primer Círculo y Un día en la vida de Ivan Denisovich era que la gran mayoría de la gente, en la sociedad occidental, carecía de la perspectiva necesaria para reconocer el eco de millones de voces, víctimas del régimen al que él había sobrevivido. Lo había denunciado en sus discursos, en conferencias de prensa, en sus libros. Sin importar el nivel de inteligencia, muchos de sus oyentes y lectores dudaban o ignoraban su testimonio. Su experiencia con el sistema comunista, incluía 8 años como prisionero político por criticar a Stalin en una carta a un amigo. Paradojicamente, algunos de los que aplaudían, eran admiradores de Mao o de Lenin, de Castro o del Che.

Aunque el lema de Harvard fuera Veritas, muchos de los asistentes esquivarían la verdad por el resto de sus vidas. Y aun cuando la verdad los eludiera, tendrían la ilusión permanente de que la conocían y eso los llevaría a malentender la realidad. Les bastaba con la propaganda, o con vivir en estado de negación. Solo unos cuantos prestarían total atención y se concentrarían en investigar la verdad de los hechos.

Sus múltiples anécdotas ilustraban la vida bajo el yugo: En el supermercado Gastronom te invitan a pasar al departamento de pedidos y te detienen allí mismo; te detiene un peregrino al que por caridad dejaste pasar la noche en tu casa; te detiene el fontanero que vino a tomar la lectura del contador; te detiene el ciclista que tropieza contigo en la calle; el revisor del tren, el taxista, el empleado de la Caja de Ahorros, el gerente del cine, cualquiera puede detenerte, y sólo te dejan ver su carnet rojo, que llevaban cuidadosamente escondido, cuando ya es demasiado tarde.

Contrastando con la represión soviética, citaba su experiencia en el mundo libre. En sus viajes por España, había observado con sorpresa, como la gente utilizaba libremente las máquinas fotocopiadoras. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podía hacer una cosa así. Cualquiera que empleara máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, era acusado de actividades contrarrevolucionarias.

La pérdida del coraje

Aleksandr Solzhenitsyn atribuía la esclavitud social, a la pérdida del coraje de los líderes y sus seguidores quienes terminan imponiendo la violencia cotidiana. El mundo occidental ha perdido su coraje cívico y individual y colectivo. Tal declive, según él, era más obvio en las elites intelectuales que gobiernan, un ejemplo de ello, las Naciones Unidas.

Esa falta de hombría, se demuestra en las perretas ocasionales e inflexibilidad de gobiernos débiles que enmudecen y se paralizan cuando tienen que enfrentarse a gobiernos poderosos o a fuerzas amenazadoras como los agresores y terroristas internacionales. En su pasividad y perplejidad, estos funcionarios políticos e intelectuales, adoptan el papel de víctimas justificando constantemente sus acciones, con declaraciones y racionales serviles.

El escritor e historiador nacido en Moscú, que vivió dos décadas como exiliado en los Estados Unidos, opinaba además que los individuos que aun exhiben coraje, no tienen el apoyo de las mayorías y de ahí su poca influencia en la vida pública.

Para Solzhenitsin la literatura que no sirve de aliento y conciencia a la sociedad, es tan solo una fachada; los escritores que escriben por complacencia, no advierten a tiempo las amenazas contra la moral y los peligros sociales. Su literatura pierde la confianza de su propio pueblo, y sus libros, en lugar de leerse, se utilizan como papel higiénico. Resultaba doloroso ver cómo, en su egocentrismo, muchas celebridades literarias y pseudointelectuales, entregan el mundo real en las manos de déspotas, mediocres o dementes.

La defensa de los derechos humanos

En sus conferencias dictadas en numerosas universidades en Estados Unidos y en Europa durante las décadas de los 70 y 80, el primer cuestionamiento de Aleksandr Solzhenitsin en relación a la defensa de los derechos humanos, era: ¿Cómo asegurarnos de no expandir nuestros derechos a expensas de los derechos ajenos? Estimaba que una sociedad que asume privilegios como un derecho es incapaz de enfrentarse a la adversidad. Si no queremos que nos gobierne una autoridad represiva, entonces cada uno de nosotros debe ejercer la disciplina personal. Una sociedad estable no se logra con el balance de fuerzas opuestas sino con la autolimitación consciente. Con el principio de que tenemos siempre deberes que reconocer y dar paso al sentido moral de la justicia.

Criticando la complicidad de los intelectuales con los regímenes, observó que quien guarda silencio ante la maldad, está contribuyendo a implantarla y a que sea mil veces mayor en el futuro. Cuando no castigamos o reprochamos a los criminales, no solo les estamos protegiendo, sino que estamos arrancando de cuajo los cimientos de la justicia a las generaciones futuras

En su discurso a la International Academy of Philosophy en Liechtenstein el 14 de septiembre de 1993, Solzhenitsyn imploraba a Occidente no perder de vista sus propios valores, su histórica estabilidad en la vida cívica al amparo de las leyes —una estabilidad ganada a pulso y que le garantiza independencia y espacio a cada ciudadano.

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