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Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones

 

 

Momento etéreo

 

 

 

Los muros no eran ya obstáculos. Los traspasaba una y otra vez para ir de la habitación a la oficina, de un tercer piso a un parque. Ni la velocidad del metro me impedía cruzarlo, tampoco estar dentro. Los muebles, las lámparas, nada parecía sólido. Aunque estiré mi mano para tocar lo que se atravesaba en mi camino, no pude. Parecía una ilusión. Mi estado empezó a provocarme mareos. Había momentos en los que mis ojos —único contacto con esa realidad— desenfocaban las imágenes, como cuando de niña jugaba con los lentes de mi abuela. A esto siguieron las náuseas. Cerraba los ojos por momentos, pero la curiosidad de experimentar lo desconocido me hacía abrirlos nuevamente. Así, regresaban las imágenes fugaces, mientras viajaba de un sitio a otro. Me gustó estar entre personas que no se percataban de mi presencia y escuchar sus conversaciones. Hubiera querido disfrutarlo más, pero ese molesto mareo me echó a perder todo. Finalmente, llegó el momento que tanto deseaba. En la gigantesca pantalla, de cerca de veinte metros de altura, las letras desfilaban de abajo a arriba. Las luces se encendieron y pude quitarme la estorbosa máscara para salir de esa empinada sala.

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