Editorial

The bell jar – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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The bell jar

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Pocas veces un libro es tan exageradamente opresivo como lo es la ‘Campana de cristal’, o ‘The bell jar’ en su idioma original, de Silvia Plath. Pero no a todos los lectores les ha de dar semejante golpiza a las primeras páginas de lectura. Esta es la única novela escrita por la autora, y trata en pocas líneas, del proceso psicológico que ha de desembocar en la fatal despedida de la autora de Ariel de este mundo, su mundo, el de sus hijos. La novela parece tratar de cualquier cosa menos de aquello, así como en el caso de la novela de Unamuno, lo que no deja de tener una asombrosa complicidad pese a las diferencias psicológicas e históricas de cada uno. Pero en este caso, la campana de cristal se siente desde un inicio y se va engrosando conforme la protagonista principal tiene que abrirse paso a una adultez acelerada, que parece un sueño idílico para su versión más joven, pero que va descubriendo a poco que nada es lo que se desea.

Silvia Plath es una de esas figuras de la poesía trágica, mayormente dominada por mujeres, que encontraron en la poesía una daga envenenada, que las carcomió y las despedazó hasta arrasarlas; hombres también hay, pero su tragedia es más violenta, como Quiroga o Shakespeare o Lorca. Si bien parte de la culpa se le puede añadir al espléndido currículo de Ted Hughes para seducir mujeres, otra gran parte venía de ella misma, desde los recursos infantiles de la memoria y el desesperado amor paternal que aparentemente nunca recibió según sus propios escritos. Silvia además tenía otros problemas habitando junto con ella, y el cierre de su obra lo conocemos de sobra debido a eso. Ella, al igual que otras grandes poetas, sufrió no sólo su feminidad, la opacidad del machismo en la literatura, y de la dificultad de publicar en un sector editorial casi exclusivo para sus contrapartes masculinos; cosa que denuncia muy claramente en esa novela, y de lo que es importante hablar por el bien del arte. Pero también lo es sobre la salud mental del poeta, de la poeta.

En la literatura sobran ejemplos de suicidas, de adalides que buscan en la guerra o los conflictos lo que no han encontrado en mano propia, o incluso en peleas de cantina. Parte de la poesía llena de sensibilidad el alma y los ojos, se decanta por la piel y los pensamientos, hasta que es mucha, tanta que estorba, que asfixia. Quien se deja llevar por el sino poético lo puede hacer hasta puntos risibles, atento de cada imagen y su significado en el mundo, contando las monedas o las tragedias, el peso del pan endurecido en la mesa, o la peste de la soledad encharcándose bajo las ropas. El poeta está destinado a ser un observador minucioso, y no sabe detenerse, dejar de hacerlo. Pero las poetas, además de mujeres llenas de encrucijadas y pedazos incompletos de una vida, también ven desfilar ante sus ojos los deseos y expectativas de una vida ideal que se despedaza ante la cruel realidad. ‘La belleza cansa’, decía José José casi proféticamente. Lo cierto es que la belleza también mata. Quienes hemos dedicado parte de la vida en comprender el fenómeno poético, lo sabemos. Es como una manchita que se ve de reojo, y que de cuando en cuando es mucho más grande.

Pero la figura de la poeta atormentada es atractiva, casi casi hasta el morbo o la complicidad de quien espera que algo malo le pase a la chica bonita. Sólo que en este caso a quien esperamos que le pase algo malo es a la mujer sensible, a la tímida y lista, a la que es demasiado atenta del mundo como para sobrevivirlo. Silvia es como Alfonsina, o como Alejandra, o como Enriqueta. Todas ellas (y las que faltan), piezas fundamentales de las letras de su tiempo, y todas ellas despreciadas, dolidas, engañadas, apesadumbradas, rotas, descompuestas, oscuras. La poesía tiene un precio muy alto para algunas almas, y en estas mujeres se ha empeñado en hacer doler la tinta.

Pero lo interesante es el nombre de la novela. The Bell Jar, la copa, campana, prisión, pero de cristal. La alegoría es evidente. Entre el resto de la humanidad y ella hay algo que no se puede ver, pero que la separa, que no permite que sienta lo que debe sentir, que piense lo que debe pensar, que obtenga satisfacción de sus logros, que saboree sus metas, que exista en la vida. La jarra de cristal está alrededor de ella como un muro indistinguible que la separa violentamente, que la encierra en su propia realidad, que la contiene, que se hace más y más pequeña, hasta que no queda espacio para nada. Así como en el caso de la ‘Niebla’, la Campana de cristal es una carta de lo evidente, y sólo quienes tienen una obsesión dentro de la mente pueden identificarla a la primera lo que va a acontecer. La primera juega con la vanidad del hombre ante sí mismo y la creación, pero la segunda es una confesión dolorosa y lenta de la rotura del hilo del destino. Amo a Silvia Plath y disfruto de muchas maneras la oscuridad que en ella habitaba, y que se pudo contender dentro de su casita de cristal hasta que se asfixió a sí misma. Allí fue tan hermosa como lo fue en vida.

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