Editorial

Mariel Turrent – Padecimientos literarios y otras afecciones

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Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones

Vernon

 

Desde el día en que me envió la policía a esclarecer el asesinato, la casa me impresionó. Su imponente vista al mar nunca me ha parecido placentera. Ni siquiera en esos primeros días de matrimonio, cuando Alejandro ha procurado hacerme la vida agradable he sentido tranquilidad. ¿Cómo puede él estar sereno?

Cada ventanal me produce vértigo, en ellos veo constantemente la imagen de la muerta aferrada a su marido —que ahora es mío—, más que a su propia vida. Cuando pienso eso —que el esposo de la muerta es ahora mi marido— sonrío. No de felicidad, sino de incredulidad; me asombro de esta situación tan aberrante.

Todo empezó en mi día de descanso, una tarde en que llovía a cántaros y yo, medio aburrida, hojeaba el periódico —aunque normalmente no lo hago pues me parece que las noticias traen en su negra tinta una energía oscura que se queda impregnada en mis manos— cuando sonó el teléfono. Era Paco, mi compañero de trabajo, nos acababan de asignar el caso del asesinato de Laura Enríquez esposa de Alejandro Vernon, uno de esos millonarios que aparecen en todas las páginas de sociales. Laura Enríquez había sido mi compañera en la secundaria y, aunque de ella apenas recordaba su nombre, quise que no se tratara de la misma persona. Aunque no creo en las casualidades, no encuentro otra palabra para describir mejor esto que me sucedió.

A la semana, ya estaba trabajando en el lugar del crimen, encubierta como parte del personal de servicio. En la cocina se ventilaban todos los misterios, por eso pasaba mucho tiempo en ella, pues hasta las paredes hablaban. En poco tiempo se descubrió lo sucedido. Lo primero que escuché fue que el día que mataron a Laura todos estaban en la playa. Hacía mucho calor y ella decía padecer una enfermedad tropical que le impedía compartir con sus hijos las horas de recreo en el exterior. Cuando regresaron encontraron el cadáver apuñalado y un charco de sangre alrededor.

En la casa trabajaba una mujer alta y distinguida llamada Isabel que decía ser asistente del Sr. Vernon. Vivía en una pequeña cabaña al fondo del jardín e inmediatamente me di cuenta de qué relación había entre ellos. Aunque se notaban distanciados y Alejandro Vernon parecía sinceramente afectado por la muerte de su esposa. Cuando conocí a Isabel, pensé que ella había matado a Laura, aun así, necesitaba pruebas. Una tarde, buscando entre los libros de su despacho, escuché crujir la puerta. Isabel se asombró mucho de verme dentro y molesta me pidió que saliera cerrando tras de mí con llave, sin saber que yo tenía un duplicado de todas las chapas —destrezas del oficio—.

Días después, cuando creí estar sola en la casa regresé al despacho. Mi compañero vigilaba los alrededores de la casa para cubrirme. Forcé algunos cajones y ahí saltaron a mi vista unas cintas que intuí eran de las cámaras de vigilancia. Inmediatamente después escuché, como la vez anterior, rechinar la puerta. Isabel se las había arreglado para hacernos creer que había salido, pero estaba ahí nuevamente, con los ojos fuera de sus órbitas mirándome. Escuché su corazón batir tan fuerte como el mío: un par de tambores a galope. De pronto se me abalanzó, y aunque logré esquivarla, tropecé con un mueble. La madera, los adornos y mi cuerpo causaron un ruido estruendose al caer al suelo. Esto provocó que mi compañero irrumpiera en la casa y avisara a la estación de policía.

Isabel estuvo detenida un tiempo mientras se revisaban los videos y se cotejaban las imágenes con sus declaraciones. Para mi sorpresa, las cosas no habían sido como las pensé:

Cuando la tarde desaparece abriendo paso a la noche. Entra en escena Laura quien provoca que Isabel se enfurezca. La cámara de seguridad las observa siempre atenta. Comienzan a forcejear. El observador atento puede darse cuenta de que Laura tiene calculados sus movimientos, que no son espontáneos: impulsa a Isabel a salir del alcance de aquel ojo testigo, toma un abrecartas que la testigo asegura le había robado y se apuñala a sí misma ahí, frente a ella. Herida, regresa a grabar el acto de su última escena.

Aunque nunca vi el cuerpo de Laura bañando en sangre. Se me aparece en la biblioteca, en el comedor, en el baño. Al cuarto donde murió no he vuelto a entrar desde el día en que encontré la evidencia, pero mientras viva en esta casa, no podré dejar de imaginarlo aquí, frente a la que ahora es mi cama pero que fue la suya. No sé cómo empezó mi romance con Alejandro Vernon ni cómo él, con todo lo que ha pasado, tiene ánimo para enamorarme. Tampoco sé cómo lo logró, pero aquí estoy, caminando por la playa de su brazo. Tras de mí, la historia que comenzó esa tarde lluviosa cuando Paco, mi compañero, me llamó para decirme que nos habían asignado el caso de Laura Enríquez.

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