Editorial

EL INDISPENSABLE SENTIDO COMÚN – Gloria Chávez Vásquez

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EL INDISPENSABLE SENTIDO COMÚN

Gloria Chávez Vásquez

 

“El sentido común es algo que todo el mundo necesita, poca gente tiene y nadie piensa que le falta”.                                  

Benjamín Franklin

 

El sentido común es un don del que poca gente hace gala en la actualidad. Es difícil que alguien que lo tenga, lo pierda, aunque se dan casos. Porque perder el sentido común equivale a perder los otros cinco. Es entregarse al albur y a la locura. Algunos atribuyen la pérdida o carencia de sentido común a nuestra época: al bombardeo diario de información y desinformación que no da tregua a la reflexión.

El 10 de septiembre de 1776 aparecía en Filadelfia, Estados Unidos, un breve ensayo en forma de panfleto titulado Common Sense. Su autor, Thomas Paine, un intelectual inglés, escribía en el contexto histórico de la Revolución Estadounidense. ​Era un momento en que la cuestión independentista provocaba aun suspicacia e indecisión en gran parte de los colonos. Muchos consideraban útil mantener vínculos con Inglaterra en lugar de convertir a las Trece Colonias en un Estado autónomo. El ensayo ejerció influencia decisiva en el apoyo a la lucha por la independencia.

La primera traducción (1821) de Sentido Común, fue realizada por Vicente Rocafuerte, futuro presidente del Ecuador, subtitulada «Ideas necesarias a todo pueblo americano independiente, que quiera ser libre”. Era obvio que más allá de liberarse de una tiranía, había que aprender a vivir en libertad y a ser libres.

 

La fuerza del instinto

El hombre de las cavernas, pasó a ser sapiens cuando se le ocurrió que, si usaba una piedra o un palo para defenderse, también podía adaptarlos y utilizarlos para cazar. Fue el comienzo del uso de un sentido que derivaba del instinto. Fue, más adelante, el momento Eureka del matemático e inventor griego, Arquímedes, en su piscina, cuando descubrió la fórmula para calcular el peso del oro contenido en la corona de un rey.

Puede decirse que el sentido común es la clave de la humanización y por ende del progreso. Es el instinto al servicio de la inteligencia. Es el arte y la capacidad de pensar con juicio utilizando el conocimiento y la experiencia. Actúa como una alarma silenciosa que nos ayuda a precaver o a prevenir y por ende es importante para la supervivencia. Es la corazonada bien empleada, que aumenta las buenas posibilidades y atenúa las malas.

 

Sentido común y el bien social

El sentido común se traduce en normas que nos permiten manejarnos con prudencia y sensatez, en las más variadas situaciones. Nos ayuda a saber cómo actuar, qué decir o que hacer, por ejemplo, durante una emergencia, a la hora de tomar una decisión, aceptar una propuesta o votar por un candidato.

Pero la nuestra es una sociedad reaccionaria en la que el sentido común es desplazado por el comportamiento condicionado. El activista inglés Mackenzie Morrison lo compara con el desodorante: “las personas que más lo necesitan no lo usan”. Ante la ausencia de este sentido, muchos se acogen a las supersticiones, doctrinas o ideologías que proveen un falso conocimiento. El egoísmo, la ignorancia y la vanidad son enemigos naturales del sentido común porque se creen superiores a la inteligencia.

Los estudiosos han concluido que más allá de los sentidos, todos tenemos una matriz psicológica común que nos permite observar críticamente y extraer ideas similares a partir del análisis. El instinto de conservación nos avisa que es necesario apartarse de una fiera. El sentido común nos alerta ante la amenaza potencial de un extraño y nos instruye sobre cual ha de ser la respuesta más sensata. Al final es el individuo quien decide como actuar.

Actuar con sentido común es “ver las cosas como son y hacer las cosas como deberían ser” escribe Harriet Beecher Stowe, autora estadounidense. Esto requiere una buena dosis de moral y ética. Una persona con sentido común sabe reconocer, por ejemplo, que la violación física, o la esclavitud, son crímenes contra el individuo y contra la humanidad.

El filósofo francés, René Descartes describe el sentido común como un puente entre el ser racional y espiritual. La noción de que hay cosas que existen y cosas que ocurren nos resulta un conocimiento muy abstracto; así que para poder extraer significado a lo que sucede, necesitamos la ayuda de un sentido diferente a los sensoriales. Ideas como “el agua moja o el sol brilla” son conceptos que emanan del sentido común.

El biólogo británico Thomas H. Huxley aseguraba que la ciencia, “es en parte, sentido común entrenado y organizado. Es el sentido común en su mejor momento, es decir, rígidamente preciso en la observación y despiadado en la lógica. A la larga, toda verdad es puro sentido común”.

 

¿Concepto o sentido?

Uno de los argumentos de los demagogos contra el sentido común es que se trata de “un concepto que utilizamos para referirnos a ideas que parecen evidentes, y que, en teoría, todo el mundo debería tener claras”. Según ideólogos y políticos “el hecho de que relacionemos estas ideas con las experiencias diarias es lo que hace que la capacidad del concepto para explicar la manera de pensar, no sea eficiente”. El problema de esta hipótesis, es que confunde la capacidad con el producto, o sea, el sentido común con las ideas.

El lenguaje comunica ideas a través de las palabras. Esas palabras tienen un efecto y en ocasiones causan fenómenos. El sentido común se utiliza para filtrar las ideas y dejar al margen de una discusión, creencia u opinión las que se consideran falsas o dañinas. Es una forma de editar desde la sabiduría, no una herramienta retórica. Su naturaleza es facilitar, no dificultar la comunicación. En un debate, el sentido común ayuda a distinguir si una creencia es realmente buena, verdadera o útil. El engaño no está en su naturaleza, que es más bien moral.

En resumen, el sentido común es un lente psíquico-espiritual que precede al sexto sentido y permite ver y percibir con claridad. Una persona con sentido común es más equilibrada y funcional que otra que no lo tiene. Sus acciones son más balanceadas a la hora de tomar una acción o emitir un juicio. Es lo que ha permitido sobrevivir, hasta ahora, a una civilización que se debate entre la razón y la demencia.

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