Editorial

El editor VS V: la crítica – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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El editor VS V: la crítica

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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¿Qué es la crítica literaria?, debiera ser las primera pregunta. No lo sé, pero doy una definición improvisada: la crítica literaria es el ejercicio reflexivo sobre un texto literario. Así de simple. Así de complejo. La función de la crítica literaria surge de la academia en un primer instante, como un ejercicio de la inteligencia para diseccionar el lenguaje, los hechos, la técnica, con la que alguien que escribió algo, lo hizo. Posteriormente, como una especialización, viene la gloria del que lo hace suficientemente bien como para que alguien le pague por ello. Entonces, la crítica es, ante todo, un mecanismo de la sociedad para entender, pero también para valorar, si tal escrito vale o no la pena. El velo delicado del canon asoma sus bigotes chuecos.

Quien hace una crítica se supone alguien capacitado para hacerlo. Eso se nota en su educación, sus credenciales, sus comparaciones, sus argumentos. No todo el que comenta es un crítico, lo que duramente se ha ido aprendiendo conforme el boom de los influencers termina por acomodar a unos y otros del lado de la charlatanería que les corresponde. El que critica, propone. A su manera, debe abrir la puerta al debate, a veces cruento, a veces ácido, de que tal forma, tema o propuesta filológica, representa algo dentro de la sociedad, implica cambios a futuro, mantendrá un legado significativo. El criticón sólo arremete con cierta evidente pobreza sus deseos y caprichos.

Pero el crítico tiene un genuino valor social. Ayuda a otros a transformar el lento camino de la academia, las tendencias, las modas y los hechos, en un platillo más simple, menos condimentado y pedante. El trabajo del verdadero crítico es el de confrontar al creador para que entregue objetos con cierta calidad. Ya que quien lee le otorga un voto de confianza de que el tiempo que presta al que escribe se compensará con el aprendizaje que ha de dejar. Es a todas luces un intercambio justo. El crítico también es humano, y puede equivocarse o tener sesgos. Normalmente el peso de su protagonismo lo obliga a moderarse, ya que, aunque se sienta en un papel de juez, quienes usualmente le hacen caso también anotan las métricas, las contradicciones, los detalles problemáticos de cómo se aborda o no un tema, si se valoran los hechos o las subjetividades, y si hay más berrinche que sopesados argumentos.

La crítica literaria debe ser un faro que oriente a los lectores, que facilite el camino al mercado de la cultura, y sus derivados en otros formatos de media, pero que también dé rumbo a los que se atreven a escribir. No significa que deba establecer un modo o fin o mecanismo. Pero sí orienta. Como el faro de una playa brumosa, es el que comete la acción de redactar quien debe decidir si vira, si se detiene bruscamente o su persigue el impacto de lleno. Quien hace una crítica tiene su propia libertad, lo mismo que el que escribe. Y este último puede pasar toda su vida sin notar al primero, o al lector, o a su propia trayectoria escritural, pero se le dificulta alcanzar sus objetivos.

El canon es problemático porque surge del prejuicio, de lo anquilosado, de lo pergamínico, de lo estancado. La crítica requiere de la novedad, de los cambios, de la frescura de la cosecha, de los dimes y diretes de las tesis, de la propaganda, de la curiosidad, para mantenerse a flote. Requiere de la cultura pop y de la casualidad. Y de la auto crítica, particularmente. En el México moderno no hay mucha crítica, ya que la corrupción ha alcanzado todos los espacios, secuestrando la solemnidad de la literatura a las modas o los escándalos. Además, quienes escriben, se han hecho demasiado sensibles a los comentarios, heridos por una pequeña mofa o desconsuelo. El papel de la crítica se ha devaluado porque quienes consumen no tienen mayores demandas, y quienes escriben apenas resisten los cuestionamientos.

Está demás explicar los motivos que justificarían hacer un llamado para que vuelvan los críticos clásicos del Siglo XX, que se tomaban su papel muy en serio, sabedores de que las dádivas y regalos poco tenía que abonar a su prestigio, al sello distintivo de hacer de su nombre un referente, de ser la luz de esos faros, que aunque equivocados, se les valoraba desde la distancia. No hay critica porque no hay lectores de quienes escriben, porque en la marginalidad se esconde la frugalidad y la inacción. Tantos escribidores que arrumban pliegos de papeles amarillentos que jamás serán tomados en cuenta por quienes buscan entre los libros algo nuevo que disfrutar.

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