Editorial
Ok, Boomer II – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Ok, Boomer II
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Algo de lo que podemos estar completamente seguros es que hay una ruptura del mundo moderno con su pasado inmediato. La llamada generación Boomer, hijos de la postguerra, nació bajo una falsa ilusión de la estabilidad del futuro y de su entorno. En lo general, superados por la crueldad y el hambre de la generación pasada, está generación tuvo frente a sí un mundo bipolar donde la guerra fría era el canon del estado del mundo. Sin embargo, tanto las consecuencias de ese largo sueño como el auge tecnológico, les dio la vuelta, desnudando que una cosa es la imagen y otra la carne del mundo. Los llamados Boomers querían romper con las generaciones pasadas que llevaron a la guerra fratricida mundial, donde el papel de la tecnología volvió mortíferas las nuevas armas de destrucción masiva. Fueron víctimas de la frugalidad y de la reconstrucción del norte global (el primer mundo), y es justo por eso que la ilusión de haber aprendido del pasado y de que todos sería brillante, sumado al espasmo de que todo estaba en la calma chicha de la guerra entre rojos y gringos, marcaron su relación por la historia.
Hacia el futuro, la siguiente generación se vio enmarcada en el auge de la computación, con tecnologías y una visión de lo mundial. Más allá, la siguiente generación resultó menos ilusoria, y por tanto menos compatible; no por nada se quejan de una “generación de cristal” que rechaza lo que los mayores añoran en su infancia y juventud. Esa pugna es permanente. La generación de los Boomers se encuentra suspendida en un proceso donde comienzan a replegarse de los sitios que ocupaban, ya sea por jubilación o por obsolescencia, el mundo en el que fueron parte activa, se ha desdibujado. El muro de Berlín cayó, el mundo analógico se fue borrando, y sus ideas de política, economía y familia comenzaron a perderse ante nuevas ideas, nuevos pactos sociales y otros cambios nacidos de la hipercomunicación. En síntesis, están viviendo dentro de un mundo que ya no es compatible con las ideas que fueron construyendo a lo largo de su vida activa. Están despiertos en un sueño que no reconocen.
Los llamados Millennials comienzan a tomar (a arrancar, mejor dicho) casi todos los espacios de poder a sus antecesores, relegando a quienes estuvieron antes a la jubilación, o el peor de los casos a la extrañeza de las nuevas formas de ser, hacer o entender el mundo. Debe ser complicado dejar ir toda una época para darse cuenta de que el mundo es otro. Pisar una senda con convicción y darse de golpe cuenta que el paso ya es distinto. El principal problema, a mi parecer, fue creer que eran la generación que vería estabilizarse la sociedad y la historia. Pensaron que eran la cúspide del tiempo, pero la arena no detiene su paso. Especialmente, esa visión de la política bipolar, de las familias generadas en las sitcom norteamericanas y esa fantasía de crecimiento que trajo la recuperación tras la guerra. A todas luces, es una generación extraviada entre el pasado cruento al que cerraron los ojos como si fuera un monstruo bajo la cama y el futuro que nunca llegó. Siempre hay una ruptura y un ideal del cambio respecto a lo que estuvo antes, y nunca en la historia fue tan marcado, tan contrastante, mientras los más jóvenes reprochaban esa falta de claridad, esa falta de responsabilidad frente a los demás.
Los Boomers se sienten las víctimas de sus padres y abuelos (que lo son), pero al mismo tiempo no recapacitan sobre sus propios errores. Quizá por eso se vuelven más insalvables las distancias entre unos y otros, especialmente cuando el tiempo se convierte en algo tan valioso y reducido como para entablar diálogos. Hablar con los mayores implica aceptar su discurso de haber estado bien siempre, en una sociedad que dedica apenas un par de minutos a un tema antes de aburrirse, ya que hay tanto que ver. Es un desperdicio que no es aceptable. Por otro lado, al mismo tiempo se reconoce que perro viejo no aprende nuevos trucos, y que es un sinsentido tratar de entablar ese diálogo, por lo que se opta por zanjar las disputas de manera simple: el pasado es arcaico, y no merece el desgaste. Este muro invisible es brutal, y trata de cortar con lo que se considera despreciable, añejo, inservible. Por fortuna no se pueden hacer generalizaciones absolutas, pero sí podemos notar esa saña de vivir el momento y hacia adelante, mientras que los mayores se quedan rumeando su pasado cada vez más solos. Este exilio al que se forza a los Boomers tiene una motivación política, e incluso moral, en la que se toma la acción de la inexistencia para cortar el mundo que las nuevas generaciones quieren construir de los extraños resultados del mundo que les heredaron.