Editorial

La increíble generosidad de Amelia Valdez Aguirre – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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La increíble generosidad de Amelia Valdez Aguirre

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Esta es la primera de una serie de impresiones derivadas de la primera Jornada Cultural Gabriel Borunda 2023, que sucedió en la ciudad de Chihuahua, en el estado que lleva el mismo nombre, entre el 23 y 27 de enero, en plenos fríos. Estas jornadas respondieron a la entrega de reconocimientos de los premios Nacionales de Cuento Gabriel Borunda (2019-2022), que auspician Federico Corral Vallejo (TintaNueva Ediciones) y Amelia Valdez Aguirre. ¿Por qué cuatro años en uno sólo? Porque COVID. Además de que entre ambos financian y organizan todo ese monumental trabajo. Ya en la aparente normalidad de la postpandemia, los distintos galardonados nos encontramos al cobijo de Amelia y Federico, quienes nos mostraron la enorme capacidad de los chihuahuenses de ser agraciados anfitriones. En otro momento abordaré las jornadas culturales y los libros ganadores del certamen, que merecen en sí mismos todo un comentario. El tema que hoy me abarca es específicamente es el caso de Amelía. Amelía es muchas cosas, como profesora universitaria, promotora cultural, mediadora de salas de lectura, investigadora en botánica, maestra en medicina botánica local (y posiblemente de muchas cosas más que se reserva y que hay que ir descubriendo con extrema atención), pero sobre todo, es una gran persona. Y estas palabras apenas reflejan un poco de lo que se siente conocerla.

Parecería ocioso dedicar una columna a hablar de una persona. Pero creo que vale la pena. El caso de Amelía sobresale por su generosidad. Es una mujer sencilla, modesta, que viste con pulcritud, pero sin llegar a lo ostentoso, y que se apasiona por cada actividad que realiza. Como profesionista, es reconocida por sus pares y exalumnos, que se detienen al verla regresar a su casa en la Universidad Autónoma de Chihuahua, abriéndole las puertas de par en par tanto por la calidad de su cátedra, como por su calidad humana. Como promotora, conoce y es reconocida en los círculos literarios del estado, y se encamina a trabajar con jóvenes para acercarlos a la literatura, y de paso, a la ciencia, a la libertad. Además, estudia la botánica, y recolecta plantas endémicas en sus viajes por el estado, maravillada de las bondades de la medicina tradicional y el conocimiento endémico, de la técnica de las microdosis, y del poder del conocimiento ancestral que ha ido rescatando en su basta experiencia como “bruja”, como ella misma se llama a raíz de los comentarios afectuosos de su abuela. Y quizá sea más cierto de lo que parece, ya que tiene el don de ser el centro natural de las cosas, sin tener que recurrir al alboroto o la presunción. Amelía es una mujer tranquila, casi callada, que en la fineza de su cuerpo esconde un espíritu potente que se expande en cuanto comienza a interactuar con otras personas. En su forma de decir las cosas hay moderación, en sus palabras sabiduría, y en su trato, la extrema gracia de quien respeta a sus pares, lo merezcan o no. Aunque también tiene su carácter, potente, pero preciso.

Vale la penda dedicar un par de líneas a Amelía no por haberla conocido en este contexto, sino por lo extraordinario que resulta encontrar a personas así, que ofrecen todo lo que está a su disposición, sin esperar nada a cambio, sin buscar comprar el afecto de las personas, y sin que eso tampoco se le enquiste como un acto de soberbia. Amelía es una persona que tiene la voluntad de compartir, de ofrecerlo todo, y que no hace reparos en llevar sobre de ella el costo del mundo, con tal de ver cumplido su deseo de promover la salud, la lectura y la amabilidad. Vale la pena hablar de ella no por adulación, aunque me la imagino leyendo estás torpes palabras entre enojada (por lo fútil) y avergonzada (porque las cosas se hacen desde el corazón, no por agradar a otros). Vale la pena hablar de ella porque necesitamos apreciar lo que es digno, lo que deberíamos aspirar a ser como sociedad.

Las Jornadas Culturales que homenajean al que fuera su esposo (la parte más pequeña de su currículo) no hubieran sido lo que fueron sin ella, porque su entrega a las futuras generaciones de lectores, a las instituciones de enseñanza de distintos niveles, y a la literatura en sí, es a manos llenas. Curioso su caso, porque da para recibir, sin saberlo, todo el cariño y respeto que le inspira a los demás. Por eso vale la pena hablar de ella, para tomar su ejemplo y recordar que hay virtudes que yacen en lugares preciosos del mundo, incluso en el desierto, donde la bella flor de su inteligencia, calienta a quienes tiene a su alrededor. La mancuerna que realiza con Federico Corral para organizar este premio de cuento habla por sí misma, y no demerita en ningún sentido al escritor Parralence. Simplemente es imposible no quedar prendado de ese extracto tan poderoso que sintetiza al pueblo chihuahuense en una de sus más preciadas hijas, y que en conjunto, me han dado una completa lección de modales, de compromiso y de honestidad.

Cuando pienso en Chihuahua, pienso en ella, con su sonrisa liviana detrás de sus brillantes ojos. Muchas gracias, Amelía Valdez, ojalá algún día logremos merecer una fracción de todo aquello que nos has compartido.

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