Editorial

Entrenar el cuerpo, y la alegría, FunFit – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Entrenar el cuerpo, y la alegría, FunFit

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Una de las cosas que más nos gustan es prejuzgar la realidad. Cualquier situación, es más sencilla afrontarla desde el conocimiento previo, desde las expectativas, recuerdos o circunstancias que hemos conocido de manera anticipada. Sin embargo, gran parte de estas situaciones son desconocidas, y, por tanto, los sitios desde donde se reconocen sus pequeñas fibras son opacos y parcos. Vaya, pues, la ignorancia. Uno de estos mundos es el de las comunidades fitness, que son grupos como cualquier otro, con personas, eventos, y relaciones que se van tejiendo en el día a día. Y como un ignorante que soy de bastante cosas, me maravillo en descubrir sus formas, sus diminutos detalles, que van configurando el día a día. No es otra apología ni a Mishima ni a Hemingway, que debería, con su filosofía de la excelencia física a la par de la mental. En este caso, la pequeña maravilla del día es la comunidad de un grupo de crossfiteros llamado FunFit. En sí, es un modesto negocio deportivo donde el encargado, Juan, y su hermana, Xhio, dedican gran parte de su día a poner a otras personas a hacer ejercicio. Pero como siempre, las delicias de la observación yacen más allá de lo evidente.

Recientemente, y con las fechas decembrinas, se dio eso que tan mexicanamente encubrimos de una fiesta en un festejo de temporada que llamaremos posadas. Allí, además de comer y beber escapando del frío invernal, pude ver qué hay más allá de lo observable. La algarabía no viene sólo de la comida en abundancia, sino de lo que soporta a su alrededor, de la manera en que las mesas se llenan y el flujo que toma el aire bordado en las conversaciones de los comensales. Pero más allá de aquello, son los detalles los que se asoman en cada instante. Y es que el conocimiento de sus clientes, la atención que han prestado ambos hermanos a su comunidad, ha construido más allá de la relación comercial de un par de entrenadores para con sus entrenados. La amistad es algo genuino que no se puede comprar, pero que se van elaborando sistemáticamente a través de las conversaciones, de las pequeñas alegrías, y de la memoria conjunta. Podríamos decir que es una especie de artesanía única que surge entre dos personas. Se dice comúnmente que, en cualquier deporte, la principal finalidad es derrotarse a sí mismo, ser mejor que lo que se fue el día previo, y continuar en una ruta personal hacia los objetivos planteados. Lo cual no es sencillo, y tampoco cancela la competitividad hacia otras personas. La guía, y tal vez el apoyo moral, tienen un fuerte peso en ese camino. Allí es donde la comunidad cobra su papel tan relevante.

Una comunidad es un grupo afín de personas que comparte un objetivo, o cuando menos el destino; y las habrá más o menos integradas. Y ha de existir un aglutinante en torno al que se van construyendo, como un tejido o un pequeño modelo a escala, o incluso una elaborada rutina de entrenamiento. El resultado de todo ello depende de múltiples variables, casi infinitas. Sin embargo, hay algunas que tienen un peso más evidente. El trabajo de Juan de la Cruz, un joven atlético de buen humor, le ha permitido construir una comunidad dinámica que se va configurando en torno a su proyecto personal, es la explicación y motivo de ese centro gravitacional que configura su entorno. El resultado que se desprende directamente de allí es la confianza que se gana de sus amigos, de la gente que lo rodea y que acuden a él no sólo como un entrenador, sino como un motivo de superación personal (de la genuina), un pequeño acto de fe que puede modificar el tablero de juego en favor de quienes buscan ser mejores versiones de sí mismos. Alguna vez escuché a alguien decir que no sólo bastaba creer en uno mismo, sino que hacía falta que alguien más lo hiciera. Pienso que ahí yace una de las grandes virtudes de la comunidad Funfit.

Hay dos tipos de entrenadores que pueden ganarse la completa confianza de las personas con las que trabajan. El primero de ellos es más tradicional, a lo salvaje, un gurú que ha aprendido con la rutina y el trabajo duro, que en el pináculo de sus fuerza vital ayuda a los que vendrán a continuar con ese sueño, a lo Mickey Goldmill, cuyas palabras pueden ser duras pero justas, lo que se necesita para despertar el coraje y la voluntad de cierto tipo de personas, que ven en la adversidad o la superación una herramienta para salvar sus almas. Otro tipo de entrenador es más bonachón, más encaminado a exigir, pero a extender la mano, a mostrar de manera tranquila, pero sistemática, lo que se debe hacer para progresar en el extraño y arduo camino de la superación física. Allí es donde cabe la familia Funfit, donde el trabajo de un par de hermanos se ve recompensado al crear la comunidad en la que ejercen su filosofía, y donde cosechan la buena fortuna de tener por amigos a sus clientes.

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