Editorial

El editor VS VI: la literatura – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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El editor VS VI: la literatura

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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El papel del editor es, se supone, llevar a un texto literario (técnico o académico) a su máximo esplendor. Se supone. Tradicionalmente, la literatura está llena de eventos fortuitos donde se han descubierto de manera casi accidental, a veces hasta heroica, a autores o historias que han llevado a la imaginación a un nivel mayor de la inteligencia humana. Y nos complace saber de cómo estas historias han encontrado su camino hasta los lectores. Pero también hay muchos otros casos, eventos y sucesos, que parecieran que ponen al editor como el acérrimo más enemigo de la literatura, del cambio, de la recomposición del canon. ¿Pero por qué a veces los editores se concentran en negarle a una obra su camino a las editoriales? Podría decirse que, porque hay algún celo, algún motivo salido de las entrañas, o incluso una prueba del destino contra la obra. La verdad puede ser más simple. A veces el editor no puede escapar de su propia vanidad, de sus humanos prejuicios, o de sus gustos perfectos-imperfectos. También ocurre que por esos mismos sesgos se empeña en apadrinar y dar importancia a obras que de otra manera no tendrían el menor interés editorial.

El editor es humano, y por tanto es imperfecto, y lleva esa imperfección a lo que lo rodea, lo que hace, lo que desea. No es por maldad (normalmente), sino por su personal forma de entender el funcionamiento del mundo. El editor es un individuo construido a partir de su historia, que lee o ‘ve’ a través del lenguaje de otros, para descubrir una pequeña joya o el costoso rastrojo que llenará las tiendas departamentales en un pequeño rincón al lado del restaurante o la sección de películas. El editor no es un juez certero e incuestionable, sino apenas otro profesionista que se empeña en hacer su trabajo de la mejor manera que puede, o quiere, o se le paga. El resultado es a veces incierto. Otra opción es que ni siquiera hay un atisbo de genialidad, sino que se ejecuta una profesión por la que otras personas pagan, y ayuda a construir un producto comercial (la esperanza del contratante) con una técnica y una serie de pasos establecidos para su conclusión. Es simple, el editor es tan bueno o malo como cualquier carnicero o taxista, o velador o policía. No hay nada de sobrenatural, aunque si puede ser heroico o incluso desafortunado.

La lista de casos donde un editor descubrió obras/autores que cambiarían el rumbo de la literatura se pueden contar a montones, así como la de aquellos que parece que dejaron ir (de manera inexplicable) libros o autores que más tarde harían una revolución, cuando menos local. Otros más, pareciera que no estaban listos para entender las obras que años más tardes (a veces décadas) serian ovacionadas por los lectores. Es un albur. Algo semejante a la crítica especializada en el cine, que evalúa una u otra característica y da un dictamen, pero que viene la audiencia a desnudar los prejuicios o la falta de olfato sobre las tendencias y gustos de la sociedad. El editor es un hombre, o mujer, o cosas, y quizá pronto una IA, que ejecuta el trabajo de ordenar, corregir y valorar un texto para llevarlo a su publicación, por cualquier medio al alcance. Lo demás es parte de la gala que construye una biografía o película en torno a un autor determinado. Muchos de los libros que se editan quizá pasaran desapercibidas en el mundo, sin pena ni gloria, satisfaciendo el deseo personal de quien la escribió, y son, en suma, la mayoría de los casos. En el mejor de los casos, detrás de cada uno de esos libros habrá un editor, o cuando menos alguien que le dedicó algo de tiempo a revisar el trabajo que se le presentó por adelantado. Otros, ejecutan el capitalista acto de crear un producto sin siquiera leer aquello que llegó a su correo. Como cualquier oficio, pienso, con sus bemoles.

El editor es parte fundamental del engranaje de la industria literaria, pero no es muy certero pensarlo como la piedra capital que define lo que es la literatura moderna. Quizá hace un par de siglos era otra historia, donde los medios de publicación eran más escasos que los digitales, y donde muchas personas hicieron bonanza y renombre a través de sus sellos editoriales, pocos, caros y exclusivos. El mundo moderno se fue al otro extremo, donde la libertad de publicar está al alcance de cualquier ratonazo, donde se hace más evidente la necesidad del trabajo del editor, ya que muchas obras son apenas legibles, pobres, mal planeadas e incluso mal escritas. El editor es entonces ese héroe o villano que puede o no hacer mancuerna con un autor y lograr un prodigio, o el mercader que lleva a las ferias una producción comercial para ofrendar, o quizá un romántico enemigo del progreso. Yo no lo sé, pero me he dado cuenta de que hay un poco de todo en el oficio, y que uno se abre camino o se lo cierra de acuerdo con las circunstancias. Un buen libro sobrevivirá a la historia, y la edición literaria permanecerá incluso a pesar de los editores. Eso espero.

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