Editorial

El problema de la “Tolerancia” – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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El problema de la “Tolerancia”

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Es un hecho casi dado, que no necesita mucha comprobación por lo abundantísimo de la evidencia, que vivimos en una sociedad profundamente racista, clasista y discriminadora. Mucho se ha hablado del tema, se han hecho estudios, y se han generado toneladas de documentaciones de esos casos. Sin embargo, aunque es algo de lo que se debe hablar constantemente, no es mi motivo de esta ocasión. Más bien, es una de las paradójicas propuestas para combatir esas prácticas en las sociedades modernas. Y más que nada, es sobre la palabra ‘tolerancia’. La tolerancia se define básicamente como ‘acción y efecto de tolerar’, una de esas cosas divertidas de la RAE, y básicamente se aplica (en el contexto social) al respeto a las diferencias en creencias u opiniones. Y se ha introducido a muchos otros problemas de la sociedad, donde esas diferencias aparecen y crean problemas de todo tipo. Ya que si para algo somos buenos es para hacer notar lo que es distinto a nosotros. Pero para mí, el uso de esa palabra es complicado y conceptualmente riesgoso e inapropiado.

Como muchos otros conceptos sacados de la manga o de un anglicismo mal traducido, la tolerancia implica un margen en el que un suceso, idea o característica es relativamente aceptable, y no genera tanta molestia siempre y cuando no se escape de esas fronteras bien definidas bajo la concepción tautológica de la tolerancia. Quizá en la política y el futbol, o donde hay opiniones meramente apreciativas, no hay tanto escozor con ello, y sea un concepto adecuado. Ese no es el caso de la discriminación racial, cultural o sexual. Tolerar a una persona por lo que es le agrega una nueva capa de discriminación, a mi parecer, ya que implica la idea de que se reconoce de facto que algo no está bien, no es canon, pero qué se le va a hacer, ya ni modo, y pues chale, así que sea. Sobre todo, al hablar de la tolerancia racial o étnica, se muestra de manera casi inmediata lo limitado y malentendido del concepto. Tolerar a alguien por su color de piel, su tipo de cabello, facciones y demás, implica reconocer abiertamente que genera una molestia, que hay algo errado allí, y que, por lo tanto, aunque debiera ser castigado y señalado, se le da el beneficio de no hacerlo porque somos muy modernos y chéveres. Quizá ya soy un viejito ridículo, pero esa connotación tan ligera es mucho peor que sólo negar la discriminación, ya que se le echa en cara al afectado, revictimizándolo.

Naturalmente, quienes más deberían abordar esta clase de temas son las personas que han vivido esta discriminación oculta, ya que saben hasta dónde puede llegar esa ‘simulación’ de la aceptación; y que son relativas, ya que hasta donde se ha visto, cualquier persona puede ser discriminada si nos lo proponemos. No obstante, el uso del lenguaje debe ser también cuidadoso, y apoyar en el desarrollo de nuestra sociedad y nuestro tiempo. Podemos tolerar que alguien no se comporte bajo nuestros criterios, nuestras costumbres (y la pesada carga cosmogónica que lleva dentro), que piense tal o cual cosa, que tenga algún gusto muy particular (siempre apegado a la ética). Pero al decirle a una persona que eres tolerante con ella por ser quien es, cómo nació, o por cómo luce su piel, debiera ser un nuevo nivel de cinismo. Claro, hay características que quizá sean más complicadas al mezclarlas con la cultura o el estrato social, donde la frontera entre aceptación de lo diferente a las calamidades de los comportamientos es terriblemente subjetiva, pero el punto es claro. También las palabras se usan de manera errada, o ayudan a encubrir muchas otras rarezas de las que pasan de manera inmediata.

Tolerar implica reconocer en cierta medida una diferencia, y también en establecer una barrera infranqueable en esas diferencias. Una opinión sobre una película, un político o incluso una forma de preparar la comida, se entiende desde la civilidad de no comenzar una pelea innecesaria por algo que nunca va a llegar a una tregua o punto medio. Allí la noción de aprender a vivir con eso nos hace mejores personas, más maduras, o cuando menos con muchos menos problemas mentales que otros casos. Lo que no me queda claro es si podemos tolerar a un grupo social completo por sus características físicas o culturales, sin que eso implique un refuerzo a la distancia que se pone de por medio a lograr una sociedad más inclusiva. Naturalmente, hablamos de los casos que están del lado de la luz, y no de los comportamientos que pueden ser considerados poco éticos o incluso detestables. El otro problema surge cuando las diferencias culturales son mayores. ¿Qué hacemos cuando una religión tiene ideas diferentes a lo que es la humanidad y lo divino? Tolerar la diferencia. ¿Qué hacemos cuando un platillo se guisa de manera distinta a lo que aprendimos que era? Tolerar la discrepancia. ¿Qué hacemos cuando alguien tiene una idea que nos parece errada, o incluso nefasta? Pues se tolera, evidentemente sabiendo lo ridículo que nos parece. ¿Pero qué hacemos cuando esa religión tiene prácticas con las que moralmente no podemos lidiar, como sacrificios o rituales? ¿Qué hacemos cuando la diversidad ideológica tiene asomos de crueldad o fascismo? ¿Qué hacemos cuando la diferencia es tan grande que nos simbra en los pilares de nuestra concepción de lo bueno y lo malo? Además de ser conscientes de lo que significa el concepto en el contexto que lo estamos aplicando, ¿podríamos llegar realmente a tolerar aquello que va contra lo que somos? ¿Es siquiera válido en ese sentido?

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