Editorial
Mariel Turrent – Divagaciones
Mariel Turrent
Divagaciones
17 El Miedo
“Nada me horroriza más que el miedo y a nada debe temerse tanto como al miedo; de tal modo sobrepuja en consecuencias terribles a todos los demás accidentes”.
Michel de montainge
El miedo a veces se apodera de mi perro y lo lanza agazapado bajo mi escritorio cuando el cielo estalla y parece romperse en mil pedazos. A veces intenta apoderarse de mí y se instala entre mi vientre y mi pecho como un cardo obscuro que, aunque es grande, parece no ocupar espacio, por el contrario, hace un vacío tan grande que parece un acantilado. Yo trato de no pensar en el miedo. De evadirlo e ignorarlo. Cuando hay una tormenta eléctrica abrazo a mi perro y le digo que estoy con él, que no le va a pasar nada, que aquellos relámpagos están lejos y no le harán daño. Lo realmente pavoroso es el miedo imaginario y un abrazo puede ahuyentarlo.
Recuerdo algunos miedos de mi infancia como ese que aparecía justo antes de la clase de natación. Y otro que se presentaba cuando tenía que entrar a mi habitación si estaba oscura. El miedo exacerbado que me golpeaba el pecho cuando de noche sonaba la alarma de mi casa y mi padre tenía que bajar para asegurarse de que todo estaba bien, que era una falsa alarma.
He tenido miedos deliciosos, como el que sosegué cuando me tiré de un paracaídas o cuando buceé de noche en el arrecife de Cozumel y en los cenotes de la Riviera Maya y otros miedos que he disfrazado de prudencia para conservar, como el que ahora más de veinte años después me impide tirarme por segunda vez de un paracaídas. El miedo que aborrezco es el que paraliza, el que te impide moverte, salir de una situación incómoda, de una tormenta, de un escollo. Ese que te impide tomar el riesgo de ser feliz, de vivir, de merecer, de gozar, de sentir. Del miedo que Montaigne califica como una pasión porque por un lado se padece, y porque también es perturbación o afecto desordenado del ánimo capaz de trastornar el juicio. Ese es el miedo imaginario. Tiene cabellera de serpientes y petrifica la voluntad, enferma y esclaviza o provoca acciones atroces.
Pero hay otro tipo de miedo que hay que procurar, el real, el que nos pone en guardia ante el peligro y nos alerta para preservar nuestra integridad y nuestra libertad. Ese miedo que solo se alborota de vez en cuando y que se calma con un abrazo.