Editorial
La oscuridad de la noche de Iguala – Diego Petersen
“La actuación del Ejército (en la noche de Iguala) se explica por su colusión con el crimen organizado y por una visión contrainsurgente que estigmatiza a los jóvenes”. Esa es una de las conclusiones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) en su último y definitivo informe después de ocho años de trabajo. La conclusión coincide con los testimonios que desde los primeros meses jóvenes normalistas que estuvieron aquella noche en los camiones y fueron víctimas de agresiones compartieron en diferentes foros en todo el país: el Ejército estuvo ahí como parte involucrada en los sucesos de la desaparición de los 43. Los soldados estuvieron presentes e informados durante toda la noche y no sólo no apoyaron a los jóvenes que pidieron ayuda en una clínica médica, encima los golpearon.
Pasa el tiempo y una de las principales promesas de López Obrador, resolver el caso Ayotzinapa, está lejos de cumplirse, porque en medio quedaron sus grandes aliados políticos: los militares. A estas alturas quizá no tenga ya ningún costo político no cumplir, es una raya más en el balance de un Gobierno que, como todos, tienen muchísimas promesas inconclusas y algunos destellos ahí donde nada prometieron, logros no buscados que luego cacarean como propios.
No hacer justicia y no tener una versión definitiva de lo que pasó en la noche Iguala es un fracaso no para López Obrador sino para el país. Dejar abiertas las heridas, como sucedió con la Noche de Tlatelolco o en la llamada guerra sucia; no procesar los crímenes cometidos desde el Estado, sea por complicidad, sea por incapacidad o por una terrible mezcla de ambos, termina convirtiéndose en un lastre histórico.
Una de las funciones de la democracia es evitar los abusos de poder, generar los contrapesos para que quienes hayan abusado de él o lo hayan usado en contra de los ciudadanos puedan ser procesados. La alternancia en 2018 era una oportunidad histórica para esclarecer lo sucedido con los 43 estudiantes de Ayotzinapa, pero sobre todo para poner fin a las causas que la originaron: la colusión entre autoridades y el crimen organizado.
Como en muchos otros asuntos, este Gobierno fue más eficaz para desmontar que para construir. No les tomó un año desbaratar -y qué bueno- la versión conocida como Verdad Histórica, después entraron en el pantano de las complicidades y los poderes fácticos de las Fuerzas Armadas empoderadas como nunca.
Todo parece indicar que la noche de Iguala continuará en la oscuridad. Que lo que sabemos y sabremos, como en muchos otros casos, será por los textos periodísticos y no por las investigaciones de la Fiscalía.
diego.petersen@informador.com.mx