Editorial
JUAN RULFO Y CARLOS PELLICER EN LA OBRA DE SAMUEL GORDON Primera de dos partes – Mario Morales Castro
JUAN RULFO Y CARLOS PELLICER EN LA OBRA DE SAMUEL GORDON
Primera de dos partes
Por Mario Morales Castro
A un lustro de la partida física de nuestro muy querido amigo Samuel Gordon Listokin, catedrático, investigador literario, asesor de tesis, editor de revistas literarias, políglota, etc., no quería dejar de pasar esta oportunidad que me da Opinión de Yucatán para rendirle un sencillo, pero merecido reconocimiento.
Desde que lo conocí allá por la década de los noventa en el café de Raúl que en ese entonces las tertulias sabatinas se hacían en el desaparecido establecimiento de la calle Córdoba, en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México, surgió una amistad que duraría hasta poco antes de “irse a dormir para siempre”, cuando lo vi por última vez en el Palacio de Bellas Artes durante la presentación del libro póstumo del poeta meridano Raúl Renán: Pluvia.
El pasado 18 de agosto, los que fueron sus discípulos más cercanos y de trabajo de largo aliento le organizaron un homenaje en tierra tabasqueñas donde Samuel participaba año con año en la Jornadas Pellicerianas, junto con otros escritores tanto de México como de varios países, incluyendo entre otros, a los célebres poetas cubanos Cintio Vitier y Fina García Marruz, así como el escritor José Prats Sariol.
El evento tuvo lugar en el Teatro de Cámara “Hilda del Rosario”, en el Centro Cultural Villahermosa. En el programa se anunció una conferencia intitulada “Las miradas críticas sobre la obra de Carlos Pellicer a través de los estudios de Samuel Gordon”, por Felipe Vázquez y Gabriela Gordon; además la presentación del libro: “Estudios sobre literatura mexicana del siglo XX. Homenaje a Samuel Gordon”, presentado por Cecilia Salmerón Tellechea e Israel Ramírez, moderado por Antonio Mestre.
Mexicanista de vocación, Samuel Gordon publicó en el último decenio del siglo pasado un libro con un título “mestizo”, como corresponde a la cultura que representa. Se trata del volumen de ensayos De calli y tlan, que significa de “De esta casa y lugar” y lleva además el añadido: Escritos mexicanos. Fue el primer libro de Samuel que llegó a mis manos, por lo que le tengo un gran aprecio. La edición corrió a cargo de la Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, UNAM, Ediciones del Equilibrista, Ciudad de México, y apareció a fines de 1995, año que conocí a nuestro amigo.
Ahí encontramos tres ensayos que destacan por su contenido: “Juan Rulfo, una conversación hecha en muchas (diálogos entre textos, pre-textos y para-textos)”; “Poesía y música en Carlos Pellicer”, y “Un inédito de Carlos Pellicer sobre la Antología de la Poesía Mexicana Moderna” (trabajo realizado en coautoría con el escritor Fernando Rodríguez y Mendoza).
Los ensayos en general son breves y ligeros, certeros como una flecha cuyo destino final es la reflexión humanizada o la toma de conciencia por cualquiera de las vías de la inteligencia y la emoción que inseparablemente se practican en este género literario.
Gonzalo Celorio, ahora director de la Academia Mexicana de la Lengua, fue su maestro y prologó la edición donde señala que: “No obstante el ameritado aparato crítico que los sostienen, los ensayos de este libro no son vastos ni ambiciosos ni concluyentes: son aproximaciones frescas y gustosas a los escritores de marras y a ciertos fenómenos de nuestra historia literaria. Como los pasajes de Pedro Páramo, son fragmentos, apuntes, señalamientos que, sumados y dispuestos con muy BUEN juicio, integran una estructura firme, aunque, acaso, imperceptible”.
Samuel se lee primeramente en Rulfo y en Pellicer. Con respecto a Juan Rulfo, basa su trabajo conforme a la crítica textual que en nuestros días ha considerado el “texto final” como resultado acumulativo tanto de los pre-textos (bosquejos, planes, “escenarios”, apuntes de trabajo, borradores,
originales, publicaciones parciales, etc.) como de los para-textos (entrevistas, testimonios y correspondencia del autor; así como ensayos y artículos que arrojan luz y revelan pormenores respecto al proceso creativo de cualquier autor).
Señala al principio del ensayo que en Rulfo no siempre resulta fácil perseguir y elucidar el trazo histórico-genético de sus textos, dado que el escritor jalisciense permaneció apartado de los centros literarios y del poder; por eso nunca pareció sentirse obligado a cumplir con el mandato de producir un libro anual. Añade que su proyecto literario constituyó un largo relato mexicano en perpetuo estado de elaboración y que presiones de amigos y oportunidades circunstanciales lo fueron subdividiendo en cuentos, novela, guiones cinematográficos y fragmentos varios. Por añadidura, Juan Rulfo fue siempre escaso de palabras y esquivo al ensayismo o al ejercicio crítico.
Habla también de la historia de la célebre novela rulfiana, de la crítica dividida cuando la presentó en el taller que reunió a los becarios del Centro Mexicano de Escritores en su segunda promoción, la cual estaba integrada, entre otros, por Juan José Arreola, Alí Chumacero, Ricardo Garibay, Miguel Guardia y Luisa Josefina Hernández.
Anota a los autores que consideraban que la novela iba bien. Hubo quien opinara que el manuscrito era apenas un montón de escenas sin ninguna ilación. Cierto autor, de origen centroamericano, aconsejó a Rulfo que antes de sentarse a escribir una novela, leyera muchas. El autor comentaría: “Leer novelas es lo que he hecho toda mi vida”.
Y el hecho era cierto, nadie como Juan Rulfo conocía mejor el quehacer novelístico de la novela europea y norteamericana, amén de la latinoamericana. Gordon menciona y repasa atinadamente aquella magistral conferencia que el autor de “El llano en llamas” impartió en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas el 21 de agosto de 1965 y en la que consideró apenas “una parte muy breve de la actual situación de la novela contemporánea”. ¿No valdría la pena volver a publicar la conferencia, hoy casi olvidada, como señaló Samuel?
Aparece en el ensayo una guía básica de lecturas de Rulfo, que al igual que Faulkner, se repartió entre guionismo cinematográfico y otras formas de producción literaria. Gordon muestra la geografía de la literatura que dominaba: la novela estadounidense, para después trasladarse a la novelística italiana; critica de paso el academismo francés y lo que les sucedió a autores como Jean Giono y al suizo Ramuz; señala su desagrado por la antinovela, comenta la obra de los suizos-alemanes, vuelve a Estados Unidos, salta a la literatura nórdica, su vieja e insoslayable pasión y recalca en la extinta Yugoslavia. Finalmente, aparece la opinión rulfiana sobre el realismo mágico.
Además de tocar otros tópicos como el poblado ucrónico-utópico de Comala y de posibles títulos que pudo haber tenido la novela. Termina su ensayo al señalar que Rulfo era un autor que se interesaba por la diversidad dialectal en la lectura italiana frente al toscano clásico. Fue un autor que conocía la obra de Ramuz mejor que muchos suizos y que leía y releía los cuentos y la novelística de Joseph Heller, cuando pocos norteamericanos sabían aun quién era.
Y finalmente aparece la pregunta: ¿cuánto le faltaba a la crítica para leer a Juan Rulfo?
En la segunda parte de este artículo veremos a otro autor de la especialidad de Samuel Gordon: nada menos que el poeta tabasqueño Carlos Pellicer.